Prólogo

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En la peor barriada de Madrid, 2008.

Exprimió a fondo la carrera a través del callejón, sin ser capaz de girarse ni un solo instante para cerciorarse de que nadie perseguía sus pasos. Empezaba a sentir el quemazón en los cuádriceps al no poder darles ni un segundo de tregua en aquella carrera contrarreloj en la que, prácticamente, estaba jugándose la vida. La noche se había hecho con Madrid hacía varias horas, solo que en aquel barrio desolado donde el cuadro eléctrico solía ser saqueado para vender el cobre que contenía junto a otro tipo de piezas, la oscuridad se hacía notar el triple que en cualquier otro lugar de la ciudad.

Las bolsas de plástico que ocultaba dentro de su sudadera le pesaban contra el pecho a medida que aceleraba el sprint, y por si acaso, a veces apretaba los antebrazos contra eso por miedo a que se le resbalasen y que todo lo que acababa de suceder hubiese sido en vano. Todavía podía visualizar el cañón de la pistola de uno de aquellos hombres apuntando en su dirección justo cuando la enorme puerta de acero terminó de cerrarse frente a sus ojos. Desde ese momento, le había sido imposible aminorar el latido acelerado de su corazón, ni mucho menos el temblor que agarrotaba cada músculo del cuerpo.

Los dientes le castañeaban por el frío, pero aún más por la sensación de puro pavor en su torrente sanguíneo. Sin ir más lejos, el sudor que le perlaba la cara era gélido en comparación con el calor que se arremolinaba en sus mejillas rosadas. Esperaba que las gafas no se le escurriesen y se estrellasen en el suelo, entonces sí estaría perdido.

Se detuvo unos segundos girando con brusquedad a un lado de la oscura pared de ladrillo, lo que por la silueta parecía una construcción inacabada, sintiendo la humedad que había dejado el rastro de la lluvia en ellos. Cogió una bocanada de aire sin atreverse a quitarse la capucha, en una especie de descanso antes de sufrir un colapso, pero duró tan rápido como se escuchó el eco de varias suelas de botas atravesar el pavimento en dirección a él.

¡Brzo, iza tog ugla!—exclamó una voz grave.

El sonido llegó hasta sus oídos, al mismo que él, en un intento desesperado de escabullirse en un trozo de pared rota. y a sabiendas de que su pequeño cuerpo le serviría de ayuda mientras que a ellos se lo impediría por completo, no calculó el tiempo con precisión y cuando apenas tenía la mitad del tronco dentro, dos enormes manos le aferraron los tobillos y tiraron de él hacia fuera.

Ovde si, govno malo.—masculló,  al levantarlo en el aire y ponerle la otra mano en el cuello.

Antes de que su cabeza chocase contra la pared con fuerza, y de que sus gafas se lanzasen despedidas hacia el suelo, observó por el rabillo del ojo cómo iban materializándose dos hombres más, igual de corpulentos que el que estaba ahorcándolo en ese instante.

Llevó su manos diminutas hacia su propio cuello, queriendo con todas sus fuerzas poder deshacer el nudo que le estaba dejando sin respiración. Un nudo de dedos ásperos y duros como el mismísimo cemento. Pataleó, se movió con ganas, pero solo consiguió que los dos fardos de cocaína  que había estado escondiendo, se desplomasen bajo el suelo que no alcanzaba a pisar.

—Por...Porf...Por favor.—jadeó, dividido entre poder hablar y poder respirar.

—Anda mira...—el acento marcado y el calor de su aliento le golpeó suavemente en el rostro magullado.—La rrrrata tiene prrrremio.—a juzgar por el arrastre de la r y su mala pronunciación, dedujo que el individuo debía de ser de algún lugar de Europa del Este.

Los nuevos integrantes en aquella sórdida oscuridad rieron en voz baja, cerrando el círculo alrededor de los dos. A esas alturas su visión estaba prácticamente borrosa, y la escasez de luz tampoco ayudaba a que pudiese observar con exactitud los rasgos de su verdugo. Tan solo alcanzaba a ver un rostro cuadrado y prominente decorado por un pelo cortado en recto, al milímetro.

𝐁𝐚𝐝 𝐁𝐥𝐨𝐨𝐝 | 𝐀𝐔 | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora