C a p í t u l o | 10

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Braeden

Saliendo del restaurante estaba tan distraído escuchando la historia de las últimas vacaciones de Jamie, que no me di cuenta que venía alguien delante de mi. La hice chocar y estaba a punto de disculparme cuando ella alzó la mirada.

—Hola, Braeden, tanto sin vernos. — dijo ella primero.

Venía con una de sus amigas, a juzgar por la chica pelirroja que estaba detrás de ella y a la cual había visto demasiadas veces.

—Hola —tragué, empezando a sentir el sudor en la nuca.

Anne levantó la mirada hacia Jamie —quien estaba rebotando los ojos entre Anne y yo, seguramente preguntándose quién era ella— luego regresó su mirada a mi y señaló a Jamie con un leve movimiento de cabeza.

—¿Ella es tu nueva novia?

Me moví unos pasos, dejando a Jamie oculta tras mi espalda, usé mi tono de voz más frío mirando a Anne con una clara advertencia.

—No.

Anne esbozó una sonrisa fría, asintió. Debajo de esa máscara de hielo había un brillo de tristeza, la conocía lo suficientemente bien como para no saberlo. Sentía la garganta seca de repente.

Anne se asomó por encima de mi hombro y dejó salir de su boca una risa vacía y sin humor.

—Sabes, él no es la mejor compañía, querida.

Apreté la mandíbula sintiendo rechinar mis dientes, estaba conteniéndome de decir nada. Jamie no dijo nada, y no supe si fue porque no alcanzo a oírla o si fue por un acto de empatía por mi.

—Hace mucho que no vas a... —

—Tengo que irme, Anne. Adiós.

Agarré a Jamie del brazo y la arrastré conmigo al auto, el silencio se volvió a instalar entre nosotros, estiré la mano y prendí la radio sin saber que más hacer, por suerte durante el camino de regreso no hubo tráfico y en menos de quince minutos ya estábamos fuera de su edificio. El camino me había servido para tranquilizarme y despejar la mente. Apagué la radio, Jamie no dijo o preguntó nada y me sentí más agradecido que nunca, pero seguía sintiendo que debería decir algo.

Me preparé tomando una respiración profunda, Jamie descansó una mano en mi rodilla antes de que pudiera decir nada, alcé la mirada encontrando una pequeña sonrisa en su cara.

—No tienes que contarme.

—No es lo que piensas —apenas tuve tiempo de registrar lo que salía de mi boca.

—Prometí no juzgarte, Braeden.

Al escucharla era como si toda la tensión sobre mis hombros se aliviase un poco. Nos quedamos unos segundos sin decir nada, tan solo rodeados de los sonidos de la ciudad,
Jamie suspiró, me dedicó una sonrisa más y bajó del auto diciendo adiós con la mano. Me quedé unos minutos más afuera, en parte para ver que entrara segura a casa y en parte porque no sabía si debía ir a casa a continuación. Al final dejé que mis pensamientos me llevaran a donde fuera.

Después de dar vueltas por la ciudad, llegué a casa cansado y con una jaqueca que apenas aguantaba. Estaba tan exhausto que cuando estaba a punto de dejarme caer sobre el sofá fue cuando me di cuenta de la sombra en la cocina.

—¿Cómo entraste aquí? —pregunté claramente molesto.

Anne dejó el vaso de agua sobre la encimera.

—Le pedí una copia de la llave al portero.

Debería sugerir que contratan seguridad más eficiente entonces.

La excepción a la regla © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora