C a p í t u l o | 12

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Temprano por la mañana, y aún muy adormiladas, Mary y yo acompañamos a los tortolitos al aeropuerto. Nos despedimos y los dejamos ir después de muchos abrazos y muchas promesas de que nos harían videollamadas en su viaje. Lily estuvo a punto de soltar las lágrimas, entre Oliver y nosotras logramos tranquilizarla, sería solo una semana. Mary se fue por su lado y yo me dirigí al trabajo con el semblante de un zombie, no sé cómo logré pasar la tarde.

Sentada frente a Max en aquella cafetería me sentí tranquila. Me daba cuenta de que la conversación con él era fácil y fluida, teníamos intereses en común y además tenía un buen sentido del humor. Descubrí que era amante del arte y que le encantaba pintar, aunque según él, no era tan bueno. Me habló un poco de su familia, sin profundizar demasiado, y mencionó una vez en que su abuela le organizó una cita cuando él aún estaba en primaria con una niña que sabía que a él le gustaba. Mientras lo contaba, sus mejillas se hinchaban y hacía que unos surcos adorables aparecieran en cada lado de su boca, eso lo hacía lucir más atractivo.

Hablamos de películas, de series, de música, y no había habido ni un sólo momento desde que nos sentamos en el que alguno de nosotros se callara. Era como si fuéramos amigos que hace mucho no se veían y tuvieran mucho que decirse.

Pronto me di cuenta de que habíamos pasado casi dos horas hablando sin parar. No quería irme, hacía mucho que no me la pasaba tan bien, pero no podíamos quedarnos ahí todo el día.

—Me la he pasado estupendamente —comenté después de acabarme la segunda taza de café.

—Yo también. Espero que no sea muy pronto para pedirte vernos de nuevo.

No me molesté en ocultar mi sonrisa brillante. Las mejillas comenzaban a dolerme de tanto sonreír, al igual que la barriga de tanto reír.

—Claro que no. Me encantaría volver a salir contigo, Max.

—¿Hace cuanto que nos conocemos a través de Oliver y nunca habíamos hablado realmente?

—¡Lo sé! —reí— Me alegra que lo hayamos hecho.

—Mejor tarde que nunca.

Max pidió la cuenta, y aunque insistí en compartirla, al final el pagó, me llevó a casa y cuando estábamos a sólo unas calles de llegar, noté que mis manos sudaban. Estaba pensando en qué pasaría cuando él me dejara frente a mi puerta, ¿Diría simplemente gracias y nos daríamos la mano?, ¿Habría por fin el silencio incómodo que tanto había estado esperando?, ¿O era demasiado pronto para besarlo? No sabía que hacer. En las películas románticas no te enseñaban como. Ojalá se lo hubiera preguntado a Braeden.

Finalmente Max aparcó frente a mi edificio, me miró como preguntando si era prudente bajar del auto y acompañarme hasta la puerta, asentí sin mediar palabra y cuando nos detuvimos en la entrada, me sonrió, la misma sonrisa que había visto minutos antes, aquella que lo hacía ver adorable. Me sequé las palmas de las manos contra mi abrigo por tercera vez desde que salimos del café.

—Gracias por hoy. —Murmuró.

—Gracias por hoy. —Repetí.

Max se inclinó, depositando un beso en mi mejilla.

Bueno, era mejor que el silencio incómodo.

—Entonces te mandaré mensaje cuando llegue a casa y quedamos de nuevo. — Dijo, ya bajando los pocos escalones del porche, pero sin apartar sus ojos de mi.

Me despedí con la mano y entré a mi edificio hasta que lo vi desaparecer en la calle. Me dejé caer con un golpe sordo en la cama, rememorando la charla que habíamos tenido y deseando, un poco en el fondo, que hubiéramos tenido un poco más de contacto físico al despedirnos. Estaba tan emocionada de que las cosas hubieran ido bien que no pude contenerme de hablar con Braeden.

La excepción a la regla © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora