C a p í t u l o | 13

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La segunda cita con Max sí que fue divertida. Me llevó a un parque de diversiones, no recordaba la última vez que había ido a uno, así que al llegar estaba bastante emocionada. Compramos helado, paseamos por el parque un rato tratando de decidir en qué atracción nos subiríamos y al final optamos por la siempre famosa montaña rusa, en la que por cierto, estuve a punto de vomitar el helado que había comido antes de subirnos. Luego de haber pasado toda la tarde subiéndonos a cual atracción nos encontrábamos, decidimos ir a cenar. Comimos pizza, bromeamos, platicamos más de nuestros intereses y descubrí que, aunque trabaja en la cafetería, él en realidad no tomaba café. Me hizo mucha gracia porque sonaba demasiado contradictorio. Horas más tarde nos encontrábamos en el camino a mi casa.

Max estacionó el auto frente a mi edificio y carraspeó mirando la calle vacía, sus manos seguían sujetando el volante y tamborileaba los dedos en él con nerviosismo.

—Me divertí mucho —hablé primero, de pronto sintiéndome tímida.

—Me alegra que lo hayas hecho. Yo también lo he pasado muy bien. —Murmuró con una amplia sonrisa.

Tragué saliva sin saber que más decir, había estado demasiado parlanchina durante el día, pero ahora era como si todas mis ideas se esfumaran. Lo único en lo que podía pensar era en lo incómoda que estaba siendo esta despedida. Parecía como si Max quisiera decir algo más pero estuviese reuniendo el valor para hacerlo. Para aligerar un poco el ambiente hablé de otra cosa, el viaje de Lily o Oliver que había sido lo primero que me vino a la mente. En ese momento pude haberlos besado en agradecimiento por darme un tema de conversación. 

—Esta mañana he hecho videollamada con Oliver y Lily. Están en Italia viviendo la mejor vida.

—Ojalá pudiera ir a Italia.

—Yo también, sólo conozco hasta la esquina del restaurante de allá. —Señalé bromeando.

Max se rió —No es verdad. Ahora conoces hasta donde está el parque de diversiones. No podrías perderte.

—Soy tan mala con las direcciones que seguramente me perdería en mi propia casa.

Ambos nos reímos.

—No dejaría que te perdieras.

En la oscuridad de la calle, con solo la luz de las farolas iluminando y la radio sonando a bajo volumen, creaba un ambiente romántico que me calentó las mejillas de inmediato, me retorcí en el asiento.

Max se inclinó. Yo me incliné. Estábamos a sólo unos milímetros de distancia, podía sentir su aliento cálido en mis labios. Cerré los ojos con anticipación, las manos de Max subieron por mi cuello, una en mi nuca y la otra en mi mejilla. El contacto de sus labios en los míos fue suave como una pluma y muy agradable, muy gentil, tomándose su tiempo y acariciando mis mejillas con ternura. Hundí las manos en su pelo espeso, que era sorprendentemente suave y lo acerqué más a mi. Cuando sentimos que comenzaba a faltarnos el aire nos separamos, ambos teníamos los labios hinchados y seguramente más rosados de lo normal. Max me acompañó hasta la puerta del edificio, prometió mensajearme al llegar a casa y lo despedí con otro beso que me dejó con una amplia sonrisa en el rostro.

Cuando cerré la puerta de mi casa me sentí como en alguna de aquellas películas donde la protagonista, después de ser besada, se desliza lentamente hasta el suelo rememorándolo todo. Aún podía saborear a Max en mis labios.

La ensoñación no me duró mucho tiempo. Mary estaba martilleando la puesta del apartamento y me gritaba que abriera la puerta.

—¡Hola! — entró directo a la cocina sin siquiera darme una mirada. Cuando estaba a punto de abrir la botella de vino que había traído, se detuvo y me lanzó una mirada pícara que me recorrió de pies a cabeza—Vestido para matar, cabello desordenado, mirada perdida... CUÉNTAME TODO AHORA.

La excepción a la regla © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora