C a p í t u l o | 16

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Max apagó el auto una vez que llegamos a mi casa. El silencio no duró mucho.

—De verdad siento mucho lo de esta noche.

—Está todo bien, en serio. —Dije con una sonrisa tenue.

Sí. ¿Qué tenía de malo que mis futuros posibles suegros me odiaran? ¿Verdad? ¿O que él pareciera tan arrepentido de haberme invitado? Tal vez lo que debería preocuparme más era que no me interesaba ni un poco. Quería agradarle a Max, él me gustaba, pero no me había sentido con la cantidad de nervios que una posible novia debería tener al conocer a los padres del chico que le gustaba.

Todavía estaba un poco en shock de que él fuera medio rico, pero no estaba molesta de que me lo hubiera escondido tampoco.

Max parecía mucho más afligido por la situación de lo que yo debería.

—¿Qué tal si te compenso por el mal rato invitándote a comer mañana?—preguntó.

Ya me sentía lo suficientemente compensada con el helado que habíamos comprado, pero ya que insistía...

—Acepto una comida.

—Entonces una comida.

• • •

Apresuré lo más que pude mi trabajo para salir temprano e ir a comer con Max.

El trayecto al restaurante fue tan corto que después de haberlo esperando durante media hora pensaba que quizá yo había sido quien había llegado demasiado temprano. Me pedí un té mientras esperaba, dando golpecitos con las yemas de los dedos contra la mesa mientras daba una mirada de vez en cuando cada que alguien cruzaba la entrada.

Un hombre que pensé que se parecía mucho a Braeden entró acompañado de una chica despampanante con cabello castaño, él la tomaba de un lado de la cintura guiándola entre las mesas. Cuando se percató de mi mirada confirmé que no solo se parecía a Braeden, sino que era él.

Acomodó a su cita en la mesa y se sentó después, lanzándome un breve saludo. No sabía si hacer como que no lo había visto —lo cual por supuesto no funcionaría— o si debía regresar sus saludos. Me decidí por la segunda.

Me percaté que él y la mujer con la que estaba no paraban de sonreír, a veces incluso ella se reía tan fuerte que no podía evitar llamar la atención de algunos comensales cercanos a su mesa. Y cuando ella se reía estruendosamente su pelo se movía de un lado a otro en una secuencia suave, parecía a cámara lenta. Iba bien vestida y parecía alta. Por la manera en que Braeden la miraba podría estar convencida de que ella podría ser su tipo.

Sentí un retortijón en el estómago.
Mi té se estaba enfriando en mis manos y Max ya llevaba una hora de retraso. Intenté llamarlo por cuarta vez cuando me mandó directo a buzón. Francamente no sabía si estar preocupada o molesta.

Estaba pensando en qué escribirle como mensaje cuando me di cuenta que Braeden ya no parecía tan absorto en su conversación. Ella estaba hablando de algo y movía las manos enérgicamente, pero él estaba mirándome de reojo con el ceño fruncido como preguntándose qué estaba haciendo sentada ahí a solas.

Más vale que Max tuviera una buena excusa, porque de haber sido alguien más ya me habría ido de ahí. Decidí que esperaría quince minutos más.

• • •

Cuando pasaron quince minutos, pagué el té, tomé mi bolso y salí con los hombros hundidos.

Lo único que quería era llegar a casa, ponerme algo caliente y quizá pedir comida a domicilio mientras maldecía a Max por haberme dejado plantada sin contestar ni una vez el teléfono.

La excepción a la regla © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora