C a p í t u l o | 15

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Mis pulmones ardían y apenas podía seguir corriendo sin resoplar del esfuerzo. Nunca fui una chica atlética. La única razón de que estuviera corriendo temprano por la mañana es porque tenía que planear mi siguiente cita con Max e iba a necesitar urgentemente de la ayuda de Braeden.

—¿Podemos parar un momento?

Nos detuvimos a un lado del camino, Braeden siguió trotando en su lugar mirándome divertido y con una sonrisa ladeada. Eso no me gustaba.

—Vamos Jamie. Mueve ese trasero.

—No, ya no puedo más. Si sigo corriendo no seré capaz de hablar ninguna palabra y necesito hablar contigo.

—¿Vas a romper conmigo? —bromeó.

—No.

—¿Me desahuciaron?

—No.

—¿Te desahuciaron?

—¡Basta! Esto es serio.

Braeden puso los ojos en blanco por un breve momento y sonrió.

—Está bien, te escucho.

—Max me llevará a conocer a sus padres mañana.

Una expresión de sorpresa cruzó su rostro, no creí que sus cejas pudieran elevarse tanto, juré que casi tocaban el nacimiento de su cabello.

—¿No es algo pronto?

—¡Sí!

Estaba tan aliviada de que alguien pensara igual. Cuando Max dijo que quería llevarme a comer a casa de sus padres no pude negarme. Por fuera una sonrisa brillante y entusiasmada daba la cara, por dentro solo estaba esperando que un meteorito cayera sobre la tierra.

—¿Y bueno? —preguntó, como si tal cosa.

—¡¿Y bueno?! No sé qué hacer. Yo no soy el tipo de chica que sabe qué hacer, cómo actuar frente a los padres. Y sí, creo que es demasiado pronto, pero Max se veía tan adorable ahí frente a mi cuando me lo preguntó y yo no pude decir que no y ahora no sé qué hacer. Ellos seguramente serán el tipo de padres que controlan a su hijo y cuando me conozcan no les gustaré y yo no...

—Jamie, tranquilízate. Todo saldrá bien.

El toque de sus manos cálidas sobre mis hombros de alguna manera me hizo sentir un poco aliviada. Podía sentir el aire fresco inundar mis pulmones mientras me obligaba a respirar hondo.

—Realmente no soy la persona a la que le puedes preguntar esto. Jamás he llevado a alguien a conocer a mis padres, ya sabes. Mucho menos he ido a conocer a ninguno.

—¿Bromeas? ¿No te declarabas el rey de las citas? He sido estafada.

—Yo jamás me llamaría a mi mismo de esa manera.

—Creí que habrías conocido a un centenar de padres.

—No es lo que me interesa.

Resoplé dejando escapar una risa.

—Claro que no.

Él arqueó la cejas arriba y abajo.

—¿Cómo crees que debería vestirme?—Estaba pensando en un vestido rojo que me había comprado hace unos meses y que aún no había estrenado, pero estaba algo por encima de las rodillas y temía que no fuera apropiado.

—¿Con un hábito? —dijo divertido.

—Muy gracioso.

—Jamie, creo que en esta situación sería mejor que le pidieras recomendación a tus amigas.

La excepción a la regla © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora