La vida sigue

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Moroha gimió frustrada mientras flexionaba sus garras, las observaba como si buscara una imperfección oculta.

-Nada en esta vida puede ser fácil ¿verdad? -dijo sin mirar a su acompañante.

-Supongo que no-respondió el monje con una sonrisa amable-pero recuerda que nada por lo que valga luchar es fácil.

Ella respiró hondo y volvió a cruzar las piernas sobre la roca donde estaba sentada, cerro los ojos y se centró en la meditación, con las manos extendidas mirando al cielo. Miroku, el viejo amigo de sus padres la miraba con atención, mientras ella trataba de controlar su reikki y concentrarlo en sus garras, para utilizarlas en batalla, de forma parecida a como concentraba su poder en Kamigami no kiba.

Miroku estaba maravillado de su tenacidad, llevaba días luchando por su objetivo y no tenia la cara de alguien que se fuera a rendir pronto.

Hace algún tiempo el y Sango supieron sobre Moroha, gracias a Hisui. Al principio el monje y la exterminadora retirada no creyeron que se tratase de la hija de sus desaparecidos amigos, pero conforme más detalles salieron, más difícil se hacía no buscarla para encontrar confirmación.

Es decir. ¿Cuántas chicas parte demonio con poderes espirituales y traje de rata de fuego podía haber en Japón?

Luego cuando Sango y Miroku fueron a la aldea y pidieron ver a la chica, simplemente lo supieron. Ella no podía no ser hija de Kagome e Inuyasha, lo tenia escrito en cada mínima parte de su ser. Sango rompió a llorar, provocando mucha confusión e incomodidad a Moroha y Hisui, el propio Miroku se contuvo de reaccionar igual, ya que tenía... tantos sentimientos encontrados.

Estaba feliz de ver a la chica viva y fuerte.

Pero estaba tan triste de que sus amigos no pudieran verla... y que hubiera crecido lejos del resto de la familia, porque, por supuesto que para Sango y Miroku la chica era su familia.

Aun así, Miroku agradecía a Buda todos los días porque la chica de algún modo, se abrió paso y logró hacerse una vida, una vida mucho mejor que la que seguramente tuvo Inuyasha en los muchos años que vivió antes de conocer a Kikyo y Kagome.

Pero, de todos modos, no iban a perder otro segundo.

Kagome e Inuyasha no estaban, pero Sango y Miroku si, y se lo recordarían a Moroha como pudieran.

-Respira profundo, siente tu reikki circulando por tu cuerpo y como se reúne en cada una de tus garras-dijo el monje con su voz mas calmada-deberás ser capaz de tener consciencia de tu cuerpo, como una segunda naturaleza, no importa la situación en la que estés, porque solo así podrás controlar tu poder a la perfección, aunque te encuentres en el fragor de la batalla.

Era más fácil decirlo que hacerlo.

Por ahora Moroha encontraba la tarea difícil, incluso en la paz del bosque, así que era casi un sueño verse a si misma teniendo tanto control de su reikki que pudiera evocarlo a través garras incluso mientras luchaba por su vida.

Se concentró un poco más.

Y lo tuvo.

- ¡Garras sagradas! -Exclamó y cortó con su mano derecha.

Miroku hizo un sonido sorprendido y sonrió con satisfacción.

Un as de poder espiritual trazó el camino por donde pasaron sus garras y se atenuó hasta desaparecer poco después.

-¿Lo viste tío Miroku? ¡Lo hice!-Celebró Moroha con una sonrisa que exhibía sus colmillos prominentes.

-¡Maravilloso trabajo!-Felicitó el monje sonriendo aún más ante la emoción de la chica- ahora debes practicarlo hasta que lo puedas usar tan naturalmente como tus otros ataques. Sé que no es fácil, pero ser un buen arquero tampoco y tu lo haces bastante bien.

De vuelta a tiempos difícilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora