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Sikio:

Mi respiración se fue haciendo cada vez más superficial y rápida a medida que ella me tocaba. Cerré los ojos para disfrutar del placentero calor de sus suaves yemas de terciopelo jugando con los piercings de mis pectorales.

—No recuerdo que los llevaras— dijo.

     Hice una mueca cuando ella, traviesa, tiró con algo más de fuerza. Adoraba jugar duro. Sobre todo cuando estaba realmente cachondo.

—¡No tires, joder! Llevo muy poco tiempo con las malditas perforaciones.

     Shangrylah se echó a reír y me sacó la lengua. Se puso en pie en mi cama. Empezó a contonearse de un modo que casi rayaba en lo vulgar. Sonreí porque incluso eso le salía con una elegancia única.

      Mi reina era única.

     Se quitó la fina camiseta color tierra dejando al aire la delicada tela del fino sujetador de encaje que llevaba. Mis ojos, como los de un depredador, estaban fijos en sus generosos pechos que se movían igual que un junco balanceado por una suave brisa.

     Se sentó a horcajadas sobre mí para que los pudiera ver de cerca. Ella, atenta a mis reacciones, abrió la prenda frontalmente y la polla se me puso dura como el cemento al verlos liberados.

—Tócalos, mi amor. No te van a morder— yo negué con la cabeza rápidamente, Shangrylah me besó en los labios con dulzura—. Es curioso...

—¿Qué, nena?

—Resulta llamativo que un chico con tu aspecto rudo sea tan tímido con las mujeres. Hunter dice que te gustan mucho.

—Se puede mirar y no tocar— le guiñé un ojo.

—Te da miedo tocarlas y que se rompan— señaló a sus preciosas tetas coronadas por sus pezones rosa oscuro.

     Ante mi inseguridad ella sujetó mis manos y se las colocó encima. Apreté con cuidado mientras Shangrylah se frotaba contra la tela de mis vaqueros.

     Se echó a reír cuando coloqué la cara entre sus tetas con aquel gesto tan infantil que solemos hacer los tíos.

     Se puso en pie nuevamente y acabó de desvestirse.

—Vamos, tipo duro. Te toca— se tumbó a mi lado y me dio un ligero golpe con la cadera.

—¿Cómo?

—Anda, quiero ver a mi chico duro siendo muy guarro— me puso ojitos.

—Si es lo que quieres con que me deje de duchar un par de días me convertiré en un guarro total— me quejé.

—¡En pie! —Ordenó con firmeza.

     La obedecí con sonrisa pícara. A ella le ponía cachonda el rollo del tipo tímido. Yo amaba complacerla.

     Empecé a moverme al ritmo de una melodía que solo oía yo. Bailé para mi reina hasta desnudarme por completo. En agradecimiento ella se arrodilló ante mí. Acarició mi polla y se impregnó de su fragancia. Shangrylah ronroneó. Le pasó la lengua con golosa lujuria. Cerré los ojos cuando me apretó las pelotas con los labios después de chuparlas. Su lengua fue subiendo con calma hasta mi glande. Suspiré aguantando para no correrme.

     La puse en pie y la alcé en peso sin esfuerzo. Se sujetó a mi nuca con sus kilométricas piernas torneadas. Mi reina jadeó con mi lengua hurgando entre sus pliegues húmedos. Gritó cuando abrí sus labios menores con dos dedos y metí la lengua todo lo que pude. La apreté contra mi boca cuando estalló alcanzando el clímax.

      Me arrodillé con ella y le metí la polla hasta el fondo. Shangrylah abrió los ojos por la repentina invasión. Moví las caderas dentro de la cueva que me estrangulaba con fuerza. Nuestros dedos se enredaron. Levanté sus manos por encima de su cabeza y nos besamos.

     Me corrí mientras le decía lo mucho que la amaba. Ella sonrió con dulzura casi celestial.

—Yo también te amo, Sikio. Siempre te amaré. Ahora tengo que irme y tú tienes que despertar.

—No, nena. Por favor, no me dejes— escuché mi lamento.

      Me desperté por completo en la oscura soledad de los aposentos que un día fueron nuestro refugio del mundo. Me senté a los pies de la cama y rompí en un llanto ahogado. Lloré hasta que la cabeza me comenzó a doler entonces me puse en pie y me dirigí a la ducha donde me hice una paja pensando en ella.

     Habían pasado dos años desde su muerte y las de mis tíos T y Shaka. Yo seguía sin poder superarla.

—¡Arriba, Sikio! —Escuché la profunda voz de Scarface aporreando la maciza puerta de mi cuarto—. Te tienes que hacer cargo de nuestra invitada. Ve a llevarle el desayuno.

—Puta Majingilán— gruñí saliendo de la ducha sin la toalla—. Es una maldita traidora— dije y abrí la puerta a mi hermano—. El destierro debería ser su castigo. Ya sé que os jodí con aquello de poner los ojos...

—No fue lo único que pusiste en Shangrylah— replicó con diversión cruzándose de brazos—. Hacerte cargo de Kali no es tu castigo. Así que deja de asesinarme con los ojos porque a menos que te salgan brazos de las cuencas no podrás hacerme una mierda. Una vez que desayune llévala a que se duche y que salga a pasear un rato. Es nuestro invitada, no nuestra prisionera.

—Mis putos cojones montados en una cebra— gruñí mientras él me observaba con diversión—. Sigue sin tener ni puta gracia, Scar.

—Intenta ser amable, Sikio. Sigue siendo una Mapogo.

—Aféitame las pelotas y úntalas con miel a ver si me hace más gracia que la estupidez que acabas de decir. ¡Es una maldita Majingilán!

—Anda que empezáis a discutir pronto— dijo Morani llegando con Hunter a nuestro encuentro.

—En serio... ¿Por qué tengo que hacerlo yo?

—Porque nos encanta tocarte los cojones— dijeron los tres chupapollas a coro.

—Joder...  




Kali:

     Escuché los característicos pasos de Sikio mientras bajaba las escaleras de piedra hasta la zona en la que me mantenía recluida. El suave aroma de sus feromonas fue lo que en realidad me había despertado antes de percibir sus pasos. Ansiaba ver esos penetrantes ojos azul eléctrico del Mosquetero. Esos que tanto me estremecían como nadie había hecho nunca. Esos que tuvieron el poder de hechizarme cuando nuestros dos prides se cruzaron por primera vez en el Londolozi mientras se despedían de mi padre.

     Había algo que me atraía de él. Quizá demasiado teniendo en cuenta que me quería hacer picadillo.

     Fingí que dormía cuando la pesada puerta se abrió.

—En pie, princesa— dijo sin fingir su fastidio—. Hora de desayunar.

     Obedecí y me senté en el frío camastro. Él me dio mi bandeja y se sentó en el suelo a comer.

—¿Desayunas conmigo? —Pregunté con asombro. Sikio no soportaba en absoluto mi presencia.

—Hoy me pillas de buen humor. Evita tocarme los cojones. Luego te darás una ducha y saldrás a pasear. Te viene bien estirar las piernas.

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