Sashi:
Hunter conducía a toda velocidad por aquel terreno tan embarrado en el que el cuatro por cuatro derrapaba de vez en cuando. Los enormes nubarrones plomizos rugían con el tipo de potencia que ninguno de nosotros tendría jamás. Los piñones de la caja de cambio gruñían cada vez que Hunter metía una marcha nueva. Tal era su ansiedad al volante que apenas pisaba el embrague. Se movía en el asiento como si estuviera espoleando al pesado mastodonte de metal para que corriera más deprisa. Movía los labios sin articular palabra.
La lluvia descargó con furia cuando estábamos cerca de nuestro objetivo. El potente rugido hizo que Hunter y yo nos miráramos. Sonaba como león herido.
El gemelo de Sikio se transformó y echó a correr raudo sin mirar atrás.
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Los aldeanos rugieron extasiados cuando la lanza alcanzó al enorme león que rugió por el dolor. No lo habían herido de muerte, aunque sí le habían hecho mucho daño.
Sabían que éste animal era distinto a cualquiera al que se hubieran enfrentado. No rehuía el combate a diferencia de los demás. Entraba al cuerpo a cuerpo como un gladiador listo para matar o morir.
Los padres del joven que le trataba de dar caza estaban muy orgullosos por el valor que estaba mostrando pese a que estuvo en varias ocasiones a punto de caer en las fauces del terrible animal.
La lluvia les había sorprendido. El león, intentando respirar con sus poderosas mandíbulas abiertas, lo miraba con odio. Demasiado inteligente para ser una simple bestia.
El joven levantó la lanza listo para asestar el que podría ser el golpe definitivo cuando irrumpió un segundo león.
Era enorme como el primero. Con una frondosa melena algo más clara. No había dudas de que eran gemelos. Se movían de forma idéntica.
La tribu guerrera los miraba con sorpresa. El muchacho arremetió sin darse cuenta del error que acababa de cometer.
El rey Hunter Mapogo de los Mosqueteros lo agarró con sus fuertes mandíbulas y partió su cuello como quien destrozaba una simple ramita.
La sorpresa dio paso al pánico cuando el segundo león, el que había matado al aspirante a adulto, se convirtió en un ser humano.
-¡Alto! -Se interpuso entre su hermano y aquella tribu-. ¡Mírame! ¡Sik!
Los humanos, atónitos a sabiendas del gran problema en que se encontraban al haber atacado al hijo del rey Makhulu, decidieron solventarlo de la peor manera posible.
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Sashi:
Cuando llegué al poblado aquel Hunter estaba delante de Sikio tratando de hacer de escudo humano entre éste y los cazadores que parecían dispuestos a matarlos. Sikio gruñía de forma amenazadora tolerando, no obstante, la presencia de su gemelo.
Me transformé y no me lo pensé a la hora de atacar a aquellos seres abominables.
De repente todo el lugar era un caos sin pie ni cabeza en donde los humanos gritaban aterrados por la presencia de una tigresa real. Algo muy inusual en aquel rincón cercano a África. Los guerreros del rey Makhulu se unieron a mí y en pocos minutos logramos controlarlos sin que hubieran víctimas mortales salvo el joven que había matado Hunter.
-¿Cómo se encuentra? -Le pregunté.
Me di la vuelta al no obtener respuesta. La visión de la espantosa herida en el cuerpo de Sikio hizo que las rodillas me fallaran.
-Tenemos que trasladarlo, majestad- dijo alguien.
Pero, llovía demasiado como para que el trayecto fuera seguro para él. Por otro lado, si no le ayudaban, moriría desangrado.
-Sabía que te iba a encontrar, mi amor.
Me quedé completamente petrificada. Hunter adoptó una pose defensiva. Los guerreros, humanos y cambiaformas, empuñaron sus armas.
-Por favor- dije y lentamente me puse en pie-. Ravi, por favor. Deja que se vaya esta gente.
Me di la vuelta. Por primera vez sentí terror ante él.
-¡Qué lástima! Quería ser yo quien lo matara con mis propias manos.
-Ra... Por favor.
-No te acerques, Sashi- gruñó y escupió a mis pies-. Lo he sacrificado todo por ti, nena. Éste iba a ser nuestro comienzo.
-Ellos no tienen culpa de mis decisiones, Ravi. Por favor, deja que se vayan.
Mi hermano se acercó a Sikio y lo olfateó. Incluso desde mi posición fui capaz de escuchar su débil gruñido.
-Un guerrero de corazón- sonrió satisfecho-. Voy a dejar que te vayas, a ver si pueden curarte. Si quieres volver a verla, ya sabes dónde encontrarme.
-No te la vas a llevar- apostilló Hunter, Sikio continuaba gruñendo.
-Mi paciencia tiene un límite. No juegues con ella. Sashi se viene conmigo. Si tu hermano sobrevive que venga solo y lo arreglaremos.
-Pero... -dijo uno de sus aliados guepardos-. ¿No le vas a rematar?
-No hay honor en una victoria así de sencilla. Vámonos.
Hunter hizo ademán de detenerme. Lo miré suplicando que se quedara en su sitio. Por fortuna no se movió.
Caminé sumisa hacia mi hermano y sus aliados. Él me echó un brazo por encima.
-Ya veremos de qué pasta está hecho tu amado.
Hunter:
Sikio trató de incorporarse. Le puse una mano encima para evitarlo. Estaba débil y había que tratarlo de inmediato. Dejé a un destacamento en la aldea. El resto nos ocupamos de él. Le subimos al vehículo y le llevamos de vuelta a la fortaleza de mi padre.
-Aguanta, hermano. Aguanta- le supliqué mientras él se desmayaba.
Sashi:
Creí que Ravi me enviaría directamente a las celdas como castigo a mi traición. En lugar de eso pidió que me escoltaran a sus aposentos. Le dejé a solas con los guepardos. No estaban contentos con la decisión de mi hermano de permitir que Sikio viviera.
El éxito en el dominio de las coaliciones dependía del número de miembros disponibles. Los Mapogo ya no eran lo que fueron desde que solo quedaban Makhulu y Gideon. Todos los respetaban por su violento pasado, pero si alguien les retaba el reino no podrían defenderse con la misma eficacia de antaño. Los guepardos querían asestarle aquel golpe a los Mosqueteros con Sikio débil para mermar su confianza. Ravi, en cambio, quería una batalla justa para que así su victoria fuera indiscutible.
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Overprotected (+18)
AcakAntes de la batalla por Sabi Sands Sikio Mapogo era un cambiante alocado muy seguro de sí mismo. A pesar de su fama de rudo y mujeriego lo cierto es que le daban un poco de miedo las chicas. Pero, como a todo león le llega su reina, la suya llegó y...