Kali:
—¡No me las pienso poner para ti! —Protesté indignada mientras él se reía.
Era realmente guapísimo cuando sonreía. Como un actor o un modelo.
—Entonces, no te las devuelvo.
—Pero, ¿qué haces? —Chillé horrorizada al vérselas en la cabeza. Y me eché a reír.
Me reí como cuando era una cría y mi padre hacía alguna de las suyas. Como cuando jugaba con mis hermanas mayores. Como cuando veía jugar a mis cachorros.
—¡No! ¡Joder! ¡Haces trampas! —Se quejó Sikio cuando trepé a la parte superior de su cuerpo usando sus fuertes y largos brazos como si fueran las ramas de un árbol.
Caímos en la cama. Él de espaldas. Yo encima.
Los profundos ojos claros de Sikio me atrajeron como el canto de una sirena llamaba al marinero para que encallara con su barco.
Enmarqué su masculino rostro y lo besé. Mi lengua entró en contacto con la suavidad de la suya y todo comenzó a dar vueltas a mi alrededor. El sabor delicado de su saliva hizo que perdiera la capacidad para pensar en nada más, me sentía como cuando bebía un agua especialmente fresca tras muchas horas soportando altas temperaturas. Las cálidas y recias manos del Mosquetero bajaron por mi espalda hasta mi trasero. Lo apretó como quien comprueba la fruta madura de forma minuciosa. Comencé a moverme a lo largo del potente eje que se marcaba con timidez contra sus vaqueros. Me quité la camiseta, no llevaba sujetador. Mi pezón erecto apuntó directamente a sus deliciosos labios de pecado. Estos se abrieron y lo apresaron haciendo que toda la piel de mi cuerpo reaccionara de inmediato. El príncipe Mapogo se incorporó mimando mis pezones con sensual dominio. Me había mojado tanto mostrándome esas simples habilidades que sentía curiosidad por seguir profundizando en sus cualidades amatorias.
Sikio sonrió cuando prácticamente le rompí la camiseta para poder sentir la cálida piel de terciopelo contra la mía. Me volví loca con la agradable sensación de sus finos vellos. Él cerró los ojos mientras yo jugaba con los piercings pectorales como haría una gata con un ovillo de lana. Me puso en pie sobre su cara y me hizo quitarme la ropa interior. A petición suya me senté sobre su rostro. Soy totalmente incapaz de describir la sensación de su lengua contra los pliegues de mi intimidad catapultándome hasta el firmamento. A Sikio se le daba tan bien que no solo me había regalado una cascada de orgasmos que no pude ni numerar, sino que además me hizo sentir como que llevábamos toda la vida haciéndolo y que nos haríamos viejos disfrutando el uno del otro.
Le sonreí cuando fui capaz de controlar el alocado temblor de mis piernas. Me arrodillé para soltar su cinturón.
—No hace falta, nena. Túmbate a mi lado. Abrázame.
—Pero, Sikio. Quiero continuar. Tú también deberías correrte.
—Estoy bien, nena. Y no me van a estallar las pelotas. Túmbate a mi lado.
Pasé la mano por la enorme erección que me había empujado a ofrecerme a él.
Ya no estaba.
No estaba ni siquiera dura. Parecía completamente muerta. Como si me hubiera imaginado que él estaba empalmado deseando entrar en mí. Como un espejismo en el desierto.
—Sikio... —susurré.
Él se puso en pie como accionado por un resorte y fue a coger otra camiseta.
—No me esperes despierta— dijo y salió de la habitación dejándome aún hambrienta de él.
Sikio:
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Overprotected (+18)
RandomAntes de la batalla por Sabi Sands Sikio Mapogo era un cambiante alocado muy seguro de sí mismo. A pesar de su fama de rudo y mujeriego lo cierto es que le daban un poco de miedo las chicas. Pero, como a todo león le llega su reina, la suya llegó y...