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Kali:

—¿Dónde se lo llevaron, Oakley? —Seguí preguntando esperando por una respuesta que fuera diferente—. ¿Qué te han prometido a cambio?

     Por detrás de mí las tres coaliciones aguardaban con impaciencia.

     Estaba a punto de terminar el décimoquinto día de su secuestro y el único implicado guardaba silencio.

     Acaricié, de forma inconsciente, el pequeño bulto en mi vientre. Estaba acabando con mi paciencia.

—¿¡QUÉ TE HAN PROMETIDO A CAMBIO!? —El fuerte carácter, heredado de mi padre, salió a relucir junto con el puñetazo que le dí—. Si piensas que lo voy a dejar de ésta forma, estás muy equivocado. Nadie que me traicione sigue con vida. ¡HABLA DE UNA PUTA VEZ!

     Sentí la mano de Makhulu posarse en mi hombro y, por primera vez, se la quité con violencia. Aquello pareció hacerle gracia al desgraciado aquel que comenzó a reírse.

—Mi reina tiene pelotas— aseguró y sentí un asco terrible.

—¿Qué coño has dicho?

—Seguramente Sikio esté muerto ya. Así que suéltame. Tú provocaste la muerte de un Mapogo, según los designios del rey Terence éste reino ya no te pertenece. Por tanto como aspirante válido lo reclamo y quiero que tú seas mi reina.

     Ni me lo pensé siquiera cuando salté a su cuello y lo aferré con tanta fuerza que la sangre comenzó a brotar. Sentí las fuertes manos sujetarme y apartarme de él.

—Hay que presionar la herida— dijo Scarface—. Como éste cabrón se muera no sabremos a dónde se lo llevaron.

    Salí de allí mientras ellos trataban de salvarle la vida. Me metí en el despacho y me eché a llorar.


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     El pesado portón cayó con un fuerte estrépito al saltar de los goznes que lo sujetaban. El rey Ravi Tarak había tomado la decisión de reforzar su alianza con los cambiantes de leopardo, así que los leones debían ser exterminados. Razón por la cual, Sikio Mapogo, de la coalición Mosqueteros, tenía que morir.

     La suya era una decisión estratégica. Siempre era más sencillo imponerse a un leopardo de máximo noventa kilos que a un gran cambiante de león, como el Mosquetero, cuyo peso podía acercarse más al suyo. Lo sintió mucho por Sashi, quien se había enamorado del indeseado huésped, pero él no dictaba las leyes de la naturaleza. Matar o morir. Era así de simple.

     El gran tigre real rugió con furia al darse cuenta de la ausencia. El prisionero ya no estaba allí. El estilizado cuerpo tirado en el sucio suelo llamó su atención de inmediato.

—¿Sashi? —Se acercó a ella gruñendo para que nadie más la tocara.

     El pánico se apoderó de él al notar las feromonas del cambiante en el cuerpo de la joven.

—¡Sashi!

     Ella se removió y se acomodó en el cálido y firme regazo de su gemelo.

—Lo siento, Ra. Se ha escapado.

—Ese hijo de puta está muerto. ¿Qué te ha hecho, nena?


Sashi:

     Miré a mi gemelo. Acaricié su rostro. Él cerró los ojos como siempre había hecho, en una acción que no le permitía a nadie más. Lo abracé.

—Entré a ver si ya estaba muerto— mentí con convicción. La farsa dependía enteramente de mí—. Estaba agazapado al lado de la puerta muy débil, Ra. Juro que no creí que fuera capaz de hacerme frente. En una fracción de segundo saltó sobre mí. Forcejeamos. Me golpeó y escapó.

     Él no dijo nada. Me cogió en brazos y gruñó a los cambiantes de leopardo que se habían convertido en su sombra. Si tan solo pudiera estar a solas con él sería capaz de hacerlo cambiar de parecer.

—Me duele mucho el tobillo— gimoteé contra su cuello.

—Esperad en la sala de reuniones— ordenó.

     Subió conmigo a la gran habitación que antes compartíamos y me depositó en una silla.

—¿Me puedes llevar al baño?

—¿Qué coño pasó? ¿Por qué apestas a ese cabrón?

     Me desnudé bajo su atenta mirada. Ravi carraspeó y abrió el agua.

—¿Tú qué crees? Me he peleado con él en un cuchitril con orina suya por todas partes. ¿Me frotas la espalda? —Ronroneé de modo sensual.

     Aunque parecía indeciso finalmente se acercó a mí. Supe que solo tendría una oportunidad, así que la aproveché al máximo.

—No puedo, nena. Tengo que mandar a buscarlo.

     Mis labios chocaron contra los suyos y su cuerpo reaccionó de inmediato a mi toque. Su ropa salió volando. Mis manos le enjabonaron mientras las suyas hacían lo propio conmigo. Hubo un tiempo en el que nuestro pasado fue diferente, pero me había enamorado por completo de Sikio Mapogo y pensaba hacer lo que fuera necesario para darle una oportunidad de sobrevivir.

    Ravi me llevó a la enorme cama con mis manos aferradas a él. Me tumbó y yo seguí bombeándole. Abrí las piernas para permitirle tocarme. Cerré los ojos cuando su lengua áspera se enroscó en mi pezón. La nuestra nunca había sido una relación normal, pero en nuestro mundo no era nada extraño.

     De repente se detuvo con sus impresionantes ojos celestes fijos en mí.

—No llevabas bragas, Sashi.

—¿Qué dices? —El corazón me empezó a latir con fuerza.

—Antes, cuando te quitaste la ropa... No llevabas bragas.

—Olvidaría ponérmelas— le quité importancia.

—¿Para ir a verlo? Eres la guerrera más fuerte de nuestra coalición. Si estaba tan débil no te habría costado dominarlo y acabar con él. ¿Qué coño está pasando, Sashi? ¿Me has traicionado?

—No, Ra. Yo nunca...

     Su mano apretó con fuerza mi cuello y me di cuenta de que todo estaba perdido. En un segundo luchaba para tratar de liberarme. Ravi era más grande que yo. Nos miramos a los ojos y supe que ya no se fiaba de mí. Tenía que hacer algo antes de que me matara.

—Dejamos atrás nuestro territorio porque no soportaba la idea de que te casaran con aquel aliado de nuestro padre. Tú misma me suplicaste que lo matara. Estabas enamorada de mí. Si te hice caso y nos vinimos fue para poder estar juntos.

—Ra, no puedo respirar...

    En lugar de aflojar siguió apretando.

—Si no estás conmigo, estás en mi contra— sentenció para mi horror.

     Levanté la rodilla y lo golpeé con fuerza en la entrepierna. Salí corriendo con una de sus enormes sudaderas. Tenía que largarme de allí.

     El plan se había venido abajo. Tenía que encontrar a Sikio  que nos protegiera. Al bebé que iba a darle y a mí.

Overprotected (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora