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Sikio:

Kali esperó a que cayera la noche para que los guardias reales de Timbavati me trasladaran junto a la reina y a su consejera, India Mapogo, hasta Mlowathi. Los guardias reales de Sabi Sands ya estaban al tanto de todo. Tenían orden de los reyes, mis hermanos, de no intentar rescatarme. De momento se me consideraba "invitado" de la reina Kali de Mlowathi.

    Solo de momento.

     Me mantuve en silencio desde que me despedí de los miembros masculinos de mi familia. Permití que me encadenaran y que me subieran al vehículo sin armar revuelo. No quería tener que despedirme de mi madre. Eso me habría matado.

     La reina y su consejera subieron a otro vehículo, por lo que comencé a sospechar que a lo mejor a Kali le daba igual romper la alianza Mapogo.

     Después de todo. ¿Qué habíamos hecho por ella? Le dimos la espalda. La insultamos. La señalamos como traidora.

     ¿Qué habría hecho en su lugar? ¿Qué haría ella ahora que estaba en mi lugar?

     Estaba muerto. Mientras antes me convenciera de aquello, mejor para mí.


      El traqueteo del vehículo me despertó en lo que supuse sería la tarde de nuestra cuarta jornada de viaje. Tenía agarrotados todos los músculos del cuerpo, en especial los del cuello. Mis muñecas estaban algo amoratadas, al igual que los tobillos, por el peso de las cadenas. Tenía hambre y sed. Apestaba a feromonas.

     Ya habíamos pasado Londolozi. Nos dirigíamos al este de Sabi Sands en dirección a Mlowathi.

     Cerré los ojos y ya nos los volví a abrir hasta la mañana de nuestra semana de viaje. El antiguo reino de Terence y Shaka era muy diferente del de mis recuerdos. La fortaleza parecía más bien un enorme mausoleo que mantenía atrapados a los anteriores monarcas Mapogo. Con ramas creciendo descontroladas por todas partes. Ventanales rotos y el exterior arrasado por completo en aquella guerra contra los Majingilanes.

     Sentí a la nueva reina, a mi espalda, estremecerse por la cantidad de recuerdos que seguramente la asaltarían. Junto a ella, su consejera suspiró con pesadez.

—Tantas vidas tan valiosas truncadas.

—Llevadle a sus aposentos— ordenó la reina con voz inflexible.


—¿Qué os hace tanta gracia, alteza? —Me preguntó el guardia que me despojó finalmente de las cadenas.

—La cruel ironía de todas las decisiones que tomé en el pasado.

     Me eché la gruesa manta por encima y pegué la espalda contra la dura piedra del calabozo tras sentarme en el catre.

     Sikio Mapogo, príncipe de la coalición Mosqueteros, reducido a un papel de prisionero en la torre de la fortaleza Mlowathi a la espera de lo que a la reina se le ocurriera hacer conmigo. Tal y como en su momento le tocó a ella.




Kali:

     Estaba tan agotada por el largo viaje que ni siquiera quise comer. Únicamente quería cerrar los ojos y dormir hasta que tuviera claro qué hacer con aquel maldito bastardo del que me había enamorado hasta la médula.

      El único requisito que había impuesto mi tío Terence para que la corona se mantuviera en mi cabeza era que respetara en todo momento la alianza Mapogo. Y, como no, esto pasaba porque aquel infeliz estuviera de una sola pieza. 

     Pero, Sikio Mapogo no era, todavía, mi problema como tal. Había otros asuntos que requerían mi atención, como por ejemplo la reconstrucción de la fortaleza y el tigre real que amenazaba con quedarse los territorios del pride Marsh.

      Teníamos que hacer algo contra el invasor antes de nos perjudicara a nosotros.


—Mírame, nena— me dijo India masajeando mis sienes sentada frente a mí—. No tienes por qué tomar una decisión todavía, ¿de acuerdo? Estamos agotadas por el viaje. Dolidas por... Ya sabes, y, con los sentimientos a flor de piel por este lugar. Fue una cabronada por su parte, en eso coincidimos, pero, vamos a darle la vuelta a la situación y pongámonos en su lugar.

—Me voy a dormir— le corté desnudándome y tumbándome sobre el amplio lecho que una vez soñé compartir con ellos.

     Sonreí al sentir el delicado toque de India, tan diferente al de Sikio. Ella me besó a tiempo que se quitaba la fina camiseta con la que tapaba sus redondeces.

—Lo siento, nena. Ambas lo amamos, pero no quiero que nada se interponga entre nosotras. Así que mientras me jures que Sikio estará a salvo no pienso decirte cómo llevar tu reino adelante, ¿te parece? Si en cualquier momento tomas la decisión que no se te permite tomar o me lo pides a mí, entonces, por mi parte se acabó.

—Me parece justo. ¿Algo más?

—Quiero asegurarme, por mí misma, que está bien y pasar tiempo con él para evitar que se vuelva loco por el encierro.

—Ya lo veremos, nena.



Dos días después:

Sikio:

     Me hice un ovillo en una de las esquinas del calabozo y protegí mis ojos de la brillante luz que me azotó con fuerza.

—Anda, vamos. Nadie debería estar sin darse una ducha— distinguí la voz burlona de India—. La has cagado a lo bestia, Sikio. Todo lo que tienes de sexy lo tienes de torpe. ¿No me piensas hablar?

—No sé si tengo permiso para hacerlo, señora— repliqué con franqueza.

     India se detuvo y me miró a los ojos. Nos besamos con tanta pasión que casi acabamos follando allí mismo. Se detuvo con sus ojos fijos en los míos.

—Nadie a quien le haya permitido todo cuanto te he permitido a ti, me llama "señora". No lo hagas, amor. Para mí tú sigues siendo mi rey.

—Ni siquiera soy rey, señora. Yo solo...

—De acuerdo, amor. Llámame como te dé la gana, vamos para que te duches y luego comas algo.


—¿Cómo está? —Pregunté pasado un buen rato.

     India me miró con una sonrisa triste.

—Concéntrate en mantener un perfil bajo mientras decide qué hacer contigo, ¿vale? El modo en que jugaste con ella fue demasiado cruel para alguien que no fuera un Majingilán, ¿no crees?

—Nunca jugué con ella, señora. Cada vez que la besaba era porque me nacía de lo más profundo del alma. Cada vez que hacíamos el amor era porque nuestros cuerpos se llamaban a gritos. Sé que por mi aspecto no lo parece, pero, necesito estar enamorado para empalmar. Nunca habría podido llegar al final con vosotras de no haberos amado.

—Sikio...— susurró India y se subió a mis brazos de un salto. 

     Nos besamos. Pero mi cuerpo no respondió. No con mi mente en otra parte.

—¿Qué? — la joven bajó con cuidado y dirigió la mirada hacia donde yo miraba con calma.

—Si ya has comprobado que sigue de una pieza vete arriba. Llevad al príncipe de vuelta a sus aposentos, que coma algo. A partir de mañana tendrá que comenzar a ganarse a diario el derecho de vivir.

—Sí, mi señora— bajé la cabeza de conformidad con su mandato.

     ¿Había dicho ya que estaba jodido?


Overprotected (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora