A la mañana siguiente ya tenía una declaración final a la propuesta de su sirvienta. En cambio de bajar a desayunar apenas saliera preparado de su cuarto, se dirigió a la habitación con llave que albergaba a Park.
¿Cómo lucirá? ¿Qué le hará al instante en que lo vea entrar? ¿Ya estará despierto?
Sacó la llave de su bolsillo para destrabar la puerta e ingresar con sigilo ya que adentro no se oía sonido alguno por lo que supuso estaba todavía dormido. Mas se equivocó.
Ahí, en la orilla de la cama estaba su secuestrado sentado con la vista perdida en la gran ventana. Su vestimenta era casual, sin cuidado, dejándose contemplar como un menudo chico normal y corriente. También se mostraba triste, distante, incoloro. Completamente opuesto al príncipe descarado que secuestró.
Apagado.
Jimin no era más que una carnada, un niño sin culpa y que había cometido el pésimo error de aceptar su propuesta. Y por un efímero segundo se pudo reflejar en él.
Creía que se quedarían por bastante tiempo así, el rubio sin prestarle atención y él, inmóvil, únicamente admirándolo desde la lejanía hasta que el menor volteó a observarlo. Inspeccionando detalladamente si su silueta era real o una falsa creación de una mente confundida.
Jimin lo miró, Jeongguk le devolvió la mirada. Se escaneaban en un silencio melancólico y deprimente. Sin palabras necesarias. Con el llano fin de tener una batalla para descubrir quién de ellos rompería el vacío primero.
Y fue Jimin. Park, que con su ceño frunciéndose lentamente y la ira desmesurada recorriendo con celeridad por sus venas es que corrió hacia el más alto para comenzar a propinarle golpes al azar, sin medir su fuerza o gravedad. Mas así, tan histérico y desesperado como se veía, Jeongguk no hizo nada para detenerlo, no se defendía, quería que el menor se desahogara y quitara su malestar.
Porque estaba bien, después de todo, al llegar la noche, Jeon era el culpable de sus ojos inexpresivos y su bronca. De su encierro o sus incesantes llantos, de su tristeza o pesadillas. De extrañar su hogar por su arrebato, por querer tenerlo atrapado como un pequeño pájaro entre sus garras para cumplir egoístamente su misión. Pero es que al final del día, Jimin era un intermediario, la simple lombriz para atraer el pez gordo, el objetivo para llegar a la meta.
Y nada más.
Sus lágrimas regresaron en un punto. En realidad, nunca abandonaron sus mejillas pero éstas, las más espesas, eran de impotencia, protesta y dolor. Quería acabar absolutamente con ese hombre y gritarle que no tiene ningún derecho de enjaularlo. Sin embargo, cuando estaba dispuesto a hacerlo sus palabras quedaban atoradas en su garganta una vez más, enredándose u obstruyéndole reclamar su libertad.
—Detente.
Los fuertes brazos tatuados se enroscaron cual cadenas a su alrededor, impidiendo movimiento, mas su cuerpo pedía seguir retorciéndose para continuar con su acción.
—Jimin, vas a lastimarte. Detente.
Un estremecimiento recorrió su anatomía. Desde la punta de sus pies, hasta su cabeza. Su rostro se convirtió en uno de irritación más marcada, sin poder creer el tono y seguridad en su oración.
—¿Qué te importa si me lastimo? ¡Me has putamente encerrado, hijo de perra! Ni siquiera viniste a verme, a darme una estúpida explicación de porqué estoy aquí, ¡¿y ahora te haces el preocupado porque no me lastime?! —chilló con su garganta al rojo vivo—. ¡Vete al jodido infierno, enfermo de mierda! ¡Juro que voy a matarte, Jeon Jeongguk, lo juro!
El forcejeo siguió por otros cortos minutos mientras el pelinegro recibía frases e insultos hacia él y él intentaba mantenerse calmado. Su mente exigía un fundamento lógico por estar abrazando al chico que se deshacía en llanto al mismo tiempo que balbuceaba contra su pecho en lugar de estarlo golpeando y amenazando con que el único que tenía el privilegio de dar órdenes y gritar en esa casa era él, no el secuestrado.
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𝐘𝐀𝐊𝐔𝐙𝐀 ( 帮 ) KOOKMIN (Pausada)
Hayran KurguExisten límites que Jimin sabe, no debería de cruzar. Confrontar a un yakuza enojado está dentro de esos límites y aun así, lo hace. © prktaers.