113. Bailaremos

173 19 6
                                    

Sin darme cuenta había escogido un atuendo que solo invitaba al duelo. Iba a vestirme casi completamente de negro... Como si supiera que algo iba a salir mal... Nos habían traído algo de comida para el desayuno en mi alcoba y apenas había podido dar un sorbo al zumo. La coraza que había escogido, de tafetán oscuro, con hebillas doradas se me resistía. Los nervios. Intentaba mantener la calma, quería aparentar que no pasaba nada, que confiaba en nuestra victoria, que esta vez, saldría según el plan, pero había algo que no iba bien...

−Déjame a mí, por favor −Eathan apartó con ternura mis manos de esas hebillas y se puso a atarlas−. No voy a preguntarte cómo estás ni voy a decirte que te calmes, porque eso no arreglaría nada −Terminó de ajustar los cierres y se plantó ante mí. Me cogió el rostro entre sus manos y me miró a los ojos−. Eres el Guardián de Escolapio, y no hay en el mundo ser más poderoso, respetable y fuerte que tú, Eirel Kashegarey. No importa lo que ocurra hoy, saldremos de esta, como salimos de todos los fregados en los que nos metemos juntos −Sonrió y yo levanté las comisuras de mis labios intentando devolverle el gesto−. Te amo, cabezota.

−Te amo, idiota −Nos besamos y me aferré a su pecho, abrazándole. Suspiré y me armé de valor−. Todo saldrá bien −dije con un aliento.

Lo repetí en mi mente varias veces, intentando que se hiciera realidad. Ambos salimos de ese lugar a paso ligero. Nuestras botas crujían contra el pavimento a cada paso, nuestras armas tintineaban en sus fundas. Mentones alzados, hombros en alto, espalda recta. Poder y fuerza en apariencia, como siempre, pero por dentro... Por dentro había harapos de lo que se suponía que estaba afuera.

Me moría por cogerle la mano a Eathan, por aferrarme a su brazo y sentirme más fuerte de verdad, saber que junto a él el mundo era menos malo, y mi país no olía tanto a viejo moribundo. Le miraba de soslayo mientras andábamos por el palacio y bajábamos a esa plaza principal de Vilangiack. No debíamos exponernos, no debíamos mostrar nuestro amor, por una estúpida ley... Por algo en lo que yo no creía y a lo que yo iba a enfrontarme.

Éramos dos amantes que a ojos del mundo eran un superior y un comandante. Las miradas eran inquisitivas, la gente nos observaba como si quisieran adivinar que hacían dos seres de ese poder juntos todo el tiempo. Las gentes hablaban, y nosotros no nos habíamos escondido en ningún momento durante los días anteriores.

Había rumores, Eathan había dormido en mi alcoba de palacio, los sirvientes tenían cuchicheos. Nos habían visto pasear juntos, ir a comer juntos a una taberna, solos.

−¿Debemos mantener las distancias? −pregunté sin despegar los ojos del frente.

−Debemos. Otra cosa es que queramos −Le lancé una mirada furtiva, rápida y vi su sonrisita− Yo te amo, deseo que el mundo vea lo que yo veo en ti. Deseo besarte en cada esquina de esta ciudad, pero, la constitución aún no ha cambiado −Afirmé lentamente−. Además, debes dirigir tropas, ordenar y planificar. Va a ser inevitable que te cuestionen o me usen para hacerte perder credibilidad. Soy tu Protector de la Tierra, un inferior a ti. Cualquiera podría decir que lo nuestro es solo para promocionarme, o que tú me usas abusando de tu autoridad −Me golpeó con el hombro de forma amistosa−. Que lo haces, a veces, Guardián −Me arrancó una sonrisa.

Le detuve cuando salimos por la puerta de palacio. En medio de esa plaza. No era lo correcto para la ley, pero lo era para mí. Yo le había pedido a Yarel que se lanzase, que fuera el ejemplo del mundo de amar sin barreras ni límites a la persona que quisieras, él no lo había hecho, y yo, tampoco lo estaba haciendo por miedo a una estúpida norma que no tenía sentido alguno. Puede que fuera el propio miedo que me inundaba, puede que fuera el pavor que me generaba el pensar que todo se estaba acabando, pero yo necesitaba gritarle al mundo que tenía al amor de mi vida a mi lado, que ese hombre era lo único que me mantenía firme en mi sitio, que él lo era todo para mí.

ERALGIA IV, La CondenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora