28. Mierda

246 39 6
                                    

Repensé durante todo el camino esas palabras. Repensé todo lo que había ocurrido, y todo cuanto sabía de ese Demonio. Recordé todo lo vivido a su lado, desde el primer día que lo vi, hasta ese justo instante en el que se había ido de esa celda, ese mismo día.

Pensé en esa parte buena, en su lado tierno y travieso, en ese lado que me hacía olvidar todo lo que escondían sus sombras. Ese chico, ese que no tenía seiscientos años, que era otro hombre más en el mundo, sin poder, sin siglos de dolor... Ese joven que me amaba, que me rezaba entre sábanas negras lo mucho que me quería, que me prometía amor eterno...

Lucharía por él... Lo hubiese hecho, porque yo amaba a ese chico, a ese hombre que vivía tras ese monstruo. Yo me había enamorado de alguien que era bueno conmigo, y con el mundo, podría haber llegado a serlo algún día.

Un hombre cariñoso, respetuoso, amable, divertido y jovial. Alguien que me apoyase en todo, alguien que me sostuviera cuando yo me caía. Alguien que empatizase con mi dolor, que me acompañase en silencio durante mis tormentos y supiera dominar mis demonios. Yo amaba a un alguien que me respetaba, me cuidaba y me conocía mejor que yo a mí misma, pero ese... No era él, no era Damon...

La casa se alzó pronto ante nosotros. El sol del atardecer bañaba de oro sus paredes. Edward y Yarel aprovecharon para ir a hacer una fugaz visita a los habitantes de mi hogar. Dejé a Dun en las caballerizas, junto al marido de la señora Fabyä.

El hombre se estremeció al ver la sangre que cubría mi cuello y mi piel. Negué quitándole importancia. Despedí a mis amigos cuando se volvieron a su capital, y me dispuse a irme escaleras arriba a mi habitación. Líomar apareció justo detrás de mí.

—Guardián, ¿Todo bien? —Afirmé repetidamente mientras sus ojos se posaban en el cuello de mi camisa— ¿Eso es estar todo bien? ¿O es un «todo es una mierda, pero no quiero hablar de ello»?

—Creo que es la segunda... —Sonrió con compasión y se acercó a mí. Me tomó entre sus brazos y me apretó con fuerza.

—Estamos aquí, juntos, para lo que sea, jefa. Edward me ha puesto un poco al corriente, así que, vamos a tomar un pequeño descanso todos. El mapa está bien por ahora, ve a relajarte. Te subiré algo de cena a tu habitación en seguida... —Se lo agradecí con media sonrisa forzada y rota.

Me fui escaleras arriba. Él entró en la cocina, y escuché la voz de Eathan tras las puertas abatibles:

—No está bien en absoluto. —Tenía razón...

Entré en mi habitación y me quedé plantada en medio de la nada. Mirando dónde podía dejarme caer muerta, en la cama, en el sillón, en la alfombra... Cogí las correas de la coraza. Tres malditas hebillas plateadas, que o por mis nervios, o por mi sangre, o por ambos, se habían atascado demasiado.

Todos los cierres que sostenían mi cuerpo empezaron a apretar, porque yo empecé a respirar agitada. Mis pulmones se sentían duros como rocas, mi corazón estaba a punto de romperme las costillas a golpes sobre ellas. Otra vez, no... Otra vez no, por favor... Por favor...

Caí de rodillas, con mis manos temblando, con mis mandíbulas abatiéndose en temblores. No entendía porque, pero estaba tan rota... Estaba tan mal... Y el cuerpo me dolía de más, y todo estaba cada vez más desdibujado, más lejano. Intenté recuperar el aliento, pero no pude.

La puerta de mi habitación se abrió lentamente. Luego se cerró de golpe. Sus pasos hacia mí me revolvieron las entrañas, él lo sabía... Él sabía que estaba pasando...

Los brazos de Eathan me envolvieron con fuerza mientras se arrodillaba ante mí. Yo lo rodeé a él, con toda mi alma. Me pegué a su cuerpo, aferrándome a su torso como si fuera la única agua del mundo para alguien que muere de sed.

ERALGIA IV, La CondenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora