46. Traición

187 24 9
                                    


—¡Callaos! ¡Panda de inconscientes! —ladré. Se hizo un silencio eterno. Había unos cincuenta brujos, alguna hada y un puñado de enanos— ¿¡Como se os ocurre armar tal jaleo?!

—¡Vuestras leyes son asesinas de nuestros derechos! ¡Prometieron libertades y quieren asesinarnos a todos! ¡Traidor! —Señaló a Edward. Muchos escupieron al suelo y lo increparon.

—¡Eso! ¡Es la puta barata del Rey! ¡Se ha vendido! ¡Vergüenza!

—Puta sí, pero ¿Barata? —preguntó incrédulo Edward.

—¡Es una ramera! ¡Se arrodilla ante él!

—¡Nosotros no vamos a postrarnos ante esos monstruos! ¡Que le chupe la polla él! —Mi poder estalló.

Edward se apartó de mí, asustado. Maté con la mirada a uno de esos brujos. El primero en contestarme. Mis ojos estaban encendidos, sabía que brillarían de más, que ese verde ya no era de mi tono, que el brillo los había cubierto, esa luz que desprendía mi poder.

—¡Vuestra rebeldía solo hace que darles motivos a esa panda de hijos de puta para que os masacren! ¿¡Queréis eso?! ¿¡Quereis una guerra?! Dejad ahora mismo esto, retiraros y que no se os ocurra volver a armar jaleo de este modo. El que tenga que quejarse de algo que me lo haga saber, yo me ocuparé.

—¿Antes o después de revolcarse con el Rey de Save? ¡Anda ya! ¡Nos abandonaste en tu país! ¡Nos hicisteis salir para cazarnos mejor!

La sangre de ese hombre inundó sus fosas nasales. No pude controlarme, le había augmentado la presión sanguínea. Se desmayó y lo sostuvieron entre un par. Sacudí mi cabeza y respiré agitada.

—Parad, por favor. Os lo imploro. Si tengo que recurrir a la fuerza no habrá vuelta atrás. No me obliguéis a llamar a Damon ni a pedir al ejército. Iros a vuestras casas, desapareced. Revisaremos los tratados, mejoraremos vuestros derechos, pero esta no es la forma. —Miré alrededor de la plaza. Había algunos heridos tumbados en el suelo—. Recoged a los heridos y lleváoslos. Yo intercederé por vosotros. —Una mujer, rubia, se adelantó.

—A vuestro lado solo hay muerte. Nos arrastrasteis a Save a luchar y nos masacraron. Los monstruos nos mataron a nuestros hermanos y a nuestras hermanas, y vos no hicisteis nada. Apenas tenemos dónde vivir en vuestro país. Sus ciudadanos nos escupen por las calles, son todos unos supremacistas, unos racistas.

—Tenéis razón —admití—. Propondré nuevas leyes, dadme tiempo.

—¿El mismo que tiene su Protector del Fuego? ¿Va a dejar que lo cuelguen de una soga por traición? Tras colgar al primero esto va a ser una masacre. Nos van a acusar sin motivo, sus leyes no son imparciales, sus jueces son corruptos ¡Nos van a colgar a todos!

—¡No! Nadie va a colgar de ninguna soga. Iros a casa de inmediato —clamé.

Eathan y Yarel aparecieron en el palco del Concejo de Ancianos. No era necesaria la barrera. Resollé rendida, estaban en peligro, no debían estar ahí...

—No los deis más motivos, desapareced, os lo imploro...

Se me rompió la voz al escuchar el ruido del ejército. Las armas repicando contra las armaduras. Barack andaba al frente de cientos de tropas. Me miró satisfecho.

—Gracias por mantenerlos retenidos, Eminencia. Ahora podremos apresarlos y condenarlos por instigar a la revolución y al ataque a las instituciones.

Negué repetidamente. Edward paró un ataque directo a mí con una barrera. Los brujos me miraron todos con desaire.

—¡Nos ha traicionado! ¡Nos quiere matar a todos!

ERALGIA IV, La CondenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora