33. Gritos

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Fuera me esperaba el carcelero que me había guiado hasta allí antes. El guardia bajó su mirada, culpable. Levanté una ceja. Empezó a andar hacia la salida y lo seguí.

A medida que íbamos saliendo de ese lugar todo el peso que soportabas se incrementaba, parecía que todo el dolor del ambiente, la ansiedad, la angustia, la soledad, todo se iba empapando sobre tu propia consciencia.

De repente se escuchó un grito, un grito desgarrador, de dolor. Me paré en seco, intenté echar a correr escaleras abajo, parecía la voz de Kayen. El guardia me cogió por el brazo.

—Le ruego a su Eminencia que desista de ir a ver los hechos. —Los gritos augmentaron. Empecé a hiperventilar—. Hace días que suceden estas cosas, no podemos hacer nada, son ordenes de la Inquisición. —Me lo sacudí de encima.

—¡¿Qué está pasando ahí abajo?! ¿¡Qué demonios son esos gritos?! —El joven negó repetidamente— ¡Responde! ¡Es una orden! —Bajó su mirada y rebufó.

—Señoría, yo solo soy un simple carcelero, cumplo ordenes, no sé qué ocurre.

Había pánico en los ojos de ese hombre. Respiré hondo, tenía que calmarme.

—Solo dime que ocurre, te lo ruego... —sollocé.

—El joven recibe visitas periódicas de esas personas. Siempre grita de esa forma. Al irse ellos nos aseguramos de que está bien, no vemos nada fuera de lo común, no le hacen daño alguno. Si quiere a su amigo, permita que ellos hagan su trabajo, interponiéndose va a hacer que se enfaden todavía más, no debe llevar la contaría a la inquisición... Nadie debe. —Su mirada era sincera, estaba preocupado. Asentí y se apresuró en sacarme de ese lugar.

Salimos de la prisión y el hombre me acompaño hasta la salida. Estaba anocheciendo. Antes de irme, finamente me giré y le tendí mi mano al guardia. El hombre sostuvo mi mano por unos segundos. Forzó una sonrisa y fue a girarse para irse, lo detuve, apretando su mano con fuerza. Me miró algo preocupado.

—Cuando hayan marchado, por favor, te ruego que vayas a visitar a Kayen, te lo suplico. Mañana volveré a verlo, pero, mientras, asegúrate de que no le pasa nada... —Asintió repetidamente.

El camino de vuelta se hizo eterno. Escuchaba esos gritos en mi cabeza, como si estuviera a mi lado ¿Por qué gritaba así? ¿Qué le había hecho ese brujo? Me abracé los hombros y me quedé apoyada en una pared, respirando agitada. No podía dejarlo, no podía abandonarlo...

Puede que él no sintiera nada, en absoluto, pero, me necesitaba. Fui a volver a la prisión cuando sentí una energía tremendamente familiar. Me giré lentamente, Yarel... Se encontraba a pocos metros de mí. Sonreí al verlo y él me devolvió el gesto. Se acercó y me observó atentamente.

—Esa cara no parece reflejar mucha alegría... ¿Qué ocurre? —preguntó el Rey. Rebufé y miré a la prisión.

—Fui a visitar a Kayen, vino un alquimista y un par de secuaces de la inquisición, oí a Kayen gritar... —Él se sorprendió— ¿Pueden hacerle daño? ¿Y si lo están torturando? —Yarel negó.

—No pueden, por ley. No pueden golpearlo ni hacerle daño alguno, Eirel. Ese lugar es muy oscuro, a veces puede que nuestra propia imaginación nos juegue una mala pasada .—Negué repetidamente. Estaba muy segura de lo que había escuchado.

—El guardia me ha dicho que no es la primera vez que ocurre, y que Kayen sufre cuando están ellos con él, ese alquimista no parece muy amigable.

—De eso no sé nada yo... Tendrían que haberme comunicado algo así. —Me acompañó con su mano guiándome de nuevo hacia palacio—. Alejémonos, si van a salir esos tipos no quiero que nos vean merodeando por aquí, además, es tarde, vamos a palacio. —Me miró de reojo y vio que estaba angustiada— ¿Sabes quién es ese tipo? ¿De quién me estás hablando? —Asentí dudosa.

ERALGIA IV, La CondenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora