91. Antídoto

185 21 15
                                    

Una luz brillante me cegó por un instante. Luego el humo negro del portal de Damon. Parecía que estuviera esperándose, estaba ansioso. Apenas había dejado que tocase suelo de Eralgia, ya me tenía.

El poder de Save, el de su Rey ondeaba por el castillo cuando este se materializó ante mí. Busqué un punto de apoyo. Lo encontré, cálido, duro, levemente húmedo por el sudor, y el perfume de jazmín. Me había poyado sobre su pecho. Me aparté de un salto.

−Tranquila, Señorita Kashegarey, cuando muerdo lo hago con cariño. Lo sabes bien −Fruncí el ceño ante ese paseo de ojos sobre mi cuerpo.

−¿Dónde está mi hermano y qué quieres de mí?

−Primero que nada, buenas noches, querida. Segundo, quiero tu cuerpo, tu sangre para ser exactos −Enarqué una ceja− He creado el antídoto para salvar a tu hermano. De nada.

−Estaba bajo tu arresto, eres tú el que debía procurar que no le hicieran daño.

−También es sospechoso de haberme traicionado, podría haberte mandado a tu casa su corazón en una caja con una nota «Te mando a tu hermano por piezas, ve montándolo. Besos.» −Arrugué mi nariz.

Dio un paso hacia mí, yo retrocedí. Él buscaba mi contacto, yo no quería el suyo. Sabía lo que intentaba, quería reavivar el fuego, y había cenizas para hacerlo.

Damon no dejaría nunca de seducirme, de atraerme. Por muy imbécil que fuera, había algo mío que era de él. Que sería suyo, aun que me esforzase en quitárselo todo. Belfegör apareció a su lado. Me vio y sus ojos negros se abrieron un poquito, una mueca de alivio y alegría.

−Mi reina −Me reverenció con cortesía. Miró a Damon− He dejado todo atado por unas horas, y tienes el material listo −El rey afirmó.

No abrió un portal hasta la habitación de Robert. Esperó a que Belfegör se fuera y luego me indicó la puerta, quería que ambos paseásemos por el castillo, por nuestro castillo… Uno al lado del otro, andamos por esos pasillos oscuros de techos infinitos y adornados con lámparas de araña vestidas con miles de velas tenues y tintineantes que apenas alumbraban esos corredores de noche sin luna.

La oscuridad de Damon inundaba el lugar en el que estaba. Había dejado suelto su poder, no lo contenía. No sabía bien porqué, pero quería que el mundo sintiera su fuerza. Eso, o que no podía detenerla, que apenas era capaz de mantener sus demonios encerrados.

No era consciente, yo no sabía todo lo que él estaba cargando sobre su espalda. Él era fuerte, mucho más que yo en ese aspecto. Damon era un muro impenetrable. Un muro de ónix y noche que no dejaba ver más allá de él. Yo no sabía que estaba ocurriendo en ese país, ni a qué presión estaba sometido el Rey en ese momento.

Él tampoco sabía lo que yo tenía encima. Ambos estábamos muy ocupados con nuestros problemas como para mirar los del otro.

−Tu silencio me atormenta −La voz de Damon me sacó de mis cavilaciones.

−No estoy de humor.

−¿Qué estáis haciendo en el Reino Fadäh? −sonó curioso, forzándome a entablar una conversación con él.

−Estamos revisando la Constitución de Eralgia, trazando un plan para cambiarla −Se sorprendió.

−Bueno, te deseo lo mejor en ese caso. Tu país es un antro de viejos inservibles, impotentes y amargados, si necesitas hacer limpieza, yo me apunto. Como socio −Sus comisuras se curvaron levemente. Repensé un hecho que me había estado pasando por alto.

−¿Tú no puedes acceder al Reino Fadäh? ¿Con todo el poder que tienes? −Negó y puso sus manos tras su espalda, recogiendo un poco su poder, conteniéndolo.

ERALGIA IV, La CondenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora