1. Guardas

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—Tranquila, mi Reina, nuestro Rey disfruta de trocear enemigos. Se ha ido de paseo —canturreó ella.

Zalir forzó una sonrisa. Nos habíamos quedado ambas solas en esa alcoba del Rey de Save. Yo era una bola de ira en ese momento. Damon se había ido tras algo lo suficientemente poderoso para derrumbar las guardas del palacio de Save, no era para estar tranquila. 

Me había dejado como quien deja una niña con su niñera. Miré a la susodicha cuidadora que me habían asignado con intención de cogerla por el cuello y obligarla a hablar. Ella intentó apaciguarme con un:

—Se lleva a la caballería pesada. No sé si porque le apetece marcar músculo, o porque de verdad cree que es Axel, pero... —Mi poder crujió la madera de los muebles— ¡Por todas las hembras del mundo! —Zalir se estremeció.

—¿Acabas de decirme que Damon se ha ido tras algo que podría ser Axel? —Negó repetidamente.

—No lo es. El castillo está protegido, y Robert controla las guardas, aunque él no esté en el palacio. Si bajaron las no fue Axel. Robert odia a Axel con todos los recovecos de su alma. Su poder hubiese chillado si las garras de Axel se hubiesen estrellado contra él, porque sería la parte en la que es más dura su armadura.

—Llévame al lado de Damon, voy a luchar contra quién sea el que haya bajado las guardas —ordené.

Ella negó repetidamente y volví a estallar mi poder contra ella. Un brillo de sombra suave la rodeó con firmeza, ella se había protegido. Sonrió de medio lado.

—Lo siento, pero, Damon me da mucho más miedo que tú. —Me irritó su tono burlón.

—¿Por lo de la garganta? —gruñí de mala gana.

Se me fue la lengua. Mordí mis labios, maldiciéndome, cuando vi que los ojos rojos de Zalir ardían de rabia y terror a la par. Ella se recompuso y se acercó a mí.

—Por poner un ejemplo de una de las muchas atrocidades que ha hecho tu marido, sí. Dejarme sin voz durante medio siglo tras arrancarme la garganta fue una de ellas —sentenció la chica.

Se me encogió el alma cuando ella giró el cuello lentamente para que viera una horrible cicatriz mal curada, en formas horribles. Su piel oscura había sido destripada, como si un perro rabioso se hubiese cernido sobre ella. Los ojos rojos de Zalir encontraron los míos y a modo de advertencia espetó:

—Desatar sus demonios tiene consecuencias. No saber a quién tienes abrazándote por la espalda mientras duermes, también. Mi Reina, puede que hayas suavizado el carácter del Rey, pero solo con usted. Debajo de esas manos suaves con las que recorre su cuerpo, habitan unas garras capaces de arrancarle la garganta a cualquiera, lo digo por experiencia, he gozado de ambas.

Un parpadeo rápido y estaba en mi habitación. En Eralgia. Sin rastro de esa chica, sin rastro de esa mirada vacía, lejana, presa de unos recuerdos demasiado dolorosos como para atreverse a verlos de nuevo, había mantenido su mente en blanco mientras me decía eso.

Damon había hecho semejante destrozo a una amiga, o a lo que yo creía que era una amiga para él... ¿Por qué? ¿Qué había hecho ese Demonio sexual para merecer tal castigo? ¿Qué atrocidades mantenían bajo secreto...?

Un golpe fuerte me sacó de ese lugar en el que había hundido mi mente, de esa imagen de la cicatriz sobre el cuello de Zalir. Poder, un poder enorme. Un posible ataque. Si habían bajado las guardas de Save, podrían bajar las de mi casa.

Me quité el batín. Me vestí rápidamente con unos pantalones y una camisa. Eché la mano sobre mi espada y un lazo para el pelo, y salí de la cámara corriendo, atando mi melena. Otro crujido, esta vez, acompañado de un grito ahogado, la voz de Eathan.

ERALGIA IV, La CondenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora