Capítulo 6

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Todo el mundo sabía dónde se encontraba en cada momento, cuando irrumpía en una habitación su presencia destilaba pavor a cuantos le rodeaban. Si la piel de los atherontes era grisácea y sin vida, la suya aún conservaba algo del brillo de sus antepasados, a pesar de que los caminos de savia seguían muertos en su piel como en la de sus congéneres. Sus ojos también eran distintos: conservaba pupila e iris de color rojo oscuro, casi ónice.

Los atherontes eran conscientes de que no era uno más de los suyos, sus diferencias eran más que notables y él las acentuaba aún más llevando su cabeza rasurada, dejando una mata de pelo en el centro que le recorría desde la frente hasta la nuca teñida de color azul intenso, en contraposición a la tradición de los atherontes de llevar la melena larga y blanca recogida en una trenza.

Muchos hacían cábalas sobre las diferencias entre Vryëll y ellos, pero la realidad era que él nunca había utilizado la Magia de Ánimas y la rechazaba con toda su alma. Luchaba con sed de sangre y con su espada en la mano izquierda y su magnífico escudo en la derecha, pero sangre de sus enemigos que debía ser derramada, no utilizada para artes oscuras.

Uno de los aprendices del Sumo Sacerdote se encontraba en una de las esquinas de la sala, intentando armarse de valor para aproximarse y dirigirle la palabra a Vryëll. Este estaba con la espalda apoyada en la pared de la cueva, de brazos cruzados y con los ojos cerrados. La sala común, situada en la cueva central, se encontraba abarrotada de los atherontes que trataban de relajarse tras un largo día de caza en la superficie. Solo iluminada con las esferas mágicas que flotaban en el lugar, la apariencia de Vryëll contagiaba aún más terror al pobre aprendiz.

«Siempre me toca la peor parte, no debí haber apostado contra Berein, pero si consigo que Vryëll acepte, el Sumo Sacerdote me ascenderá a Evocador, seguro»,pensaba el pobre muchacho intentando consolarse de alguna manera y motivarse a realizar la dura tarea. Estaba harto de estar en el último escalón de la sociedad, los aprendices eran los limpiabotas de los verdaderos Magos, los Evocadores, la élite. Pero eso se había terminado, ahora sería uno de ellos y podría ser él quien esclavizase a los demás aprendices.

Poco a poco y con paso titubeante se aproximó hacia el guerrero de melena azulada, fingiendo seguridad en sí mismo, la cual era desenmascarada por el tembleque de sus piernas. El resto de los presentes trataban de ocultar sus sonrisas socarronas, porque sabían a qué se enfrentaba el pobre muchacho, aunque también había algunas expresiones de lástima.

—Mis disculpas, mi señor. Os traigo un mensaje del Sumo Sacerdote.

—Sea lo que sea, mi respuesta es no —dijo Vryëll, sin siquiera abrir los ojos. Su voz era dura, áspera, cincelada por los largos periodos de silencio en los que permanecía a voluntad.

—Pero es de vital importancia.

El aprendiz no sabía cómo convencerlo, solo le habían dicho que debía traerlo de la forma que fuera necesaria.

—¿No me has oído? He dicho que no. Ahora, largo de aquí.

—P-pero… mi señor… yo… —Ya no podía articular un discurso coherente.

—Dile a TU dueño, perro faldero, que utilice a una de sus bonitas marionetas de trapo para el trabajo sucio, yo corté los hilos hace mucho tiempo. —Vryëll continuaba con los ojos cerrados, y mientras hablaba ninguna emoción recorría su semblante.

El rostro del aprendiz se contrajo. Llevaba toda su vida aprendiendo que el respeto hacia el Sumo Sacerdote era lo más sagrado en su vida y que una falta hacia su persona implicaba el más duro castigo entre los atherontes: la castración mágica.

—¿Cómo osáis faltar al respeto a…? —Se silenció con un gorgoteo antes de terminar la frase.

En el cuello del aprendiz se dibujó una fina línea recta, casi perfecta, de color rojo. Aún con los ojos cerrados, espada en mano, en el rostro de Vryëll se trazó una sonrisa pícara de medio lado, mientras pensaba: «Ya te lo advertí, muchacho». La cabeza del chico rodó a través de la sala, bajo la mirada horrorizada de todos los presentes.

La Sombra de MiradhurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora