Capítulo 26

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Lienne odiaba esperar, entre otras muchas cosas, y mucho más cuando eran sus trabajadores quienes lo hacían esperar. Era un hombre muy ocupado, no podía estar constantemente pendiente de los errores que cometían sus vasallos.

Llevaba mucho tiempo esperando en el sótano de La Casa Perlada a que trajeran a los tres intrusos y el olor a humedad de aquel lugar se le estaba quedando impregnado en su precioso traje blanco. Paseaba de un lado a otro, sorteando las cajas de madera que contenían perfumes exóticos y sustancias para inhalar poco comunes.

Iba golpeando el suelo con su bastón nacarado con cada paso, pero los sonidos salvajes que provenían de la parte superior del prostíbulo se imponían a su golpeteo, trasladándolo a épocas remotas.

Se veía a sí mismo, tan joven e inexperto, cuando lo pusieron a trabajar allí. Por aquellos entonces, La Casa Perlada estaba regentada por una vieja y demacrada prostituta que había dejado de levantar pasiones hacía muchos años. Su nombre era Perla, o así la llamaban allí; Lienne siempre había supuesto que era como un nombre artístico y solía imaginarse que tenía un nombre real muy común y estúpido, como Antonia, o algo así.

Cuando conoció a Perla, no supo qué pensar. A pesar de su avanzada edad, siempre iba perfectamente maquillada y vestida con trajes muy lujosos que insinuaban unos encantos de tiempos remotos, y cuando se acercaba a ella podía oler los polvos que utilizaba para darse un toque de juventud en una piel rugosa e insana. Era un olor característico que llegaba incluso a
gustarle. Esa mujer había sido una especie de protectora para él cuando se inició en el trabajo. Fue quien le enseñó todo lo que había que saber para complacer tanto a una mujer como a un hombre.

Lienne recordó su cara de horrorizado cuando Perla le habló por primera vez de las relaciones con hombres.

—¿Cómo es posible que los hombres puedan fornicar entre ellos? Mi padre siempre decía que la mujer había sido creada para el hombre y el hombre para la mujer, ¡eso es una aberración de la naturaleza! —afirmó un joven Lienne con la boca completamente abierta.

—¡Ay, Lienne, qué inocente eres! Tu padre te habló de lo que él sabía, era un pobre pescador ignorante. —Perla siempre le decía aquellas palabras—. En el amor y en el placer no existe condición alguna, todos podemos amar a un hombre y una mujer por igual. Pero eso es algo que la sociedad no acepta, y por eso muchos hombres y mujeres vienen a este lugar buscando esas cosas que los demás llaman depravaciones, y no solo me refiero a fornicar con personas del mismo sexo.

Cuando la dueña del prostíbulo le explicó todo aquello, solo pudo profesar asco por esas personas pervertidas y sucias, pero a medida que fue conociendo a los clientes del burdel y sus peculiares obsesiones, lo único que sintió fue lástima por ellos, porque serían juzgados por los demás si algo de aquello salía a la luz, lo que les hacía vivir con un miedo constante y persecutorio.

Aunque luego vio el futuro en toda la información que guardaba, y el poder que hubiera podido ejercer Perla sobre el mundo si lo hubiera deseado. Pero ella no era así, tenía demasiado buen corazón para llevar a cabo un acto tan vil y despreciable como ese.

—Lienne, si decides chantajear a mis clientes no podré permitírtelo —le dijo, cuando él le desveló sus planes—. Ellos son como una familia para mí y no puedo consentir que les hagas daño
solo por tu estúpida ambición. Aquí te lo hemos dado todo: tienes un buen trabajo, comida y puedes vivir con todos los lujos que desees. ¿Qué más puedes pedir? ¡No eras nadie cuando llegaste a mis dominios y no lo serás si te marchas de aquí!

«Pobre e inocente Perla», pensaba Lienne, «lo lejos que podría haber llegado si le hubiese ayudado en sus propósitos». Y sin embargo, había acabado apuñalada por la espalda en medio de un callejón oscuro, ahogándose en su propia sangre y devorada por las ratas que habitaban las alcantarillas de Olusha. Aquel olor a maquillaje en polvo que tanto le había gustado de niño, ahora solo podía recordarle al fracaso y a la vulgaridad de una mujer que se había conformado con bagatelas.

La Sombra de MiradhurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora