El Tiburón Tuerto era la típica posada de pueblo, incluso ostentaba ese olor nauseabundo y característico a fracaso y penas ahogadas en alcohol.
La clientela no distaba de lo común: hombres sucios de aspecto rudo y agresivo que miraban en todas direcciones, como si buscaran algo o esperaran que alguien apareciera de repente y los atacara, aunque ese ataque nunca llegaba.
La luz que entraba por un pequeño ventanuco del fondo y algunas velas encendidas en las mesas redondas dibujaban sombras por todo el lugar, impidiendo vislumbrar el verdadero color de las cosas que había en su interior. Algunos cuadros de peces y de barcos colgaban por las paredes, al igual que restos de animales marinos disecados. Todo muy lúgubre y siniestro, unido a una atmósfera viciada de humo y olores almizclados de perfumes, tratando de disimular la ausencia de baño durante meses.
Alérigan estaba muy incómodo en aquella diminuta estancia: podía oler el sudor de cada uno de los presentes, incluso oía cómo las gotas recorrían las caras de aquellos hombres deplorables hasta caer al suelo desde la nariz. Le ahogaba la pestilencia que atravesaba la puerta del baño a orines de tiempos inmemoriales, ese olor dulzón que se mezcla con el paso del tiempo. Además, oía el entrechocar de los dientes del caballero, por llamarlo de alguna manera, que estaba al fondo de la habitación devorando lo que parecía un pescado. A pesar de que todo se había quedado en silencio, Alérigan seguía oyendo ruidos imperceptibles para el oído humano, como el caminar de las ratas a través de las paredes.
Atendió a un susurro que provenía de dos hombres que estaban sentados en la misma mesa: uno le decía al otro al oído: «Son ellos», mientras el otro asentía.—Hermano, aquí algo huele muy mal... —dijo Alérigan en voz muy baja.
—Ya lo sé, hasta yo lo huelo sin tus nuevas habilidades. —Anders le sonrió de forma burlona.
—No me refiero a eso, creo que nos estaban esperando.
—¡Mejor! Espero que nos tengan una habitación preparada. —Anders se dirigió exclusivamente a su hermano—. Mantente alerta y no bajes la guardia, pero será mejor que continuemos disimulando.
Alérigan miró a su hermano y asintió con la cabeza. Anders tenía razón, era mejor fingir que no tenían nada que esconder y actuar con normalidad, aunque a Alérigan le iba a costar mucho ahora que todo a su alrededor era un mundo nuevo de sensaciones y olores.
—¡Bienvenidos al Tiburón Tuerto! Yo soy Jack el Tuerto —dijo el tabernero señalando al parche del ojo.
—Y supongo que eso te lo hizo un tiburón, ¿cierto? —Anders se sentó en un taburete de la barra, lo que provocó un gesto de repugnancia en el rostro de Ishalta que había visto lo asqueroso que estaba el taburete.
—No, ¡ojalá fuera eso! —Todos los borrachos de la taberna comenzaron a reírse—. Fue cosa de mi señora esposa, cuando me pilló con su hermana en el catre. —Cogió una jarra y se dirigió a Anders—. ¿Qué os sirvo, viajeros?
Jack el Tuerto era un hombre de edad avanzada, con un prominente bigote amarillento que destacaba más en su cara que el parche de su ojo.
—Mis amigos y yo hemos hecho un largo viaje desde Festa y nos gustaría pasar una noche en un cómodo lecho tras tomar unas jarras de aguamiel, no sé si me entiende, buen amigo. —Anders le guiño el ojo a Jack con un gesto pícaro.—¡Habéis venido al sitio adecuado, muchachos! —Jack terminó de limpiar la jarra que tenía en la mano con un paño que en su día debió de ser blanco—. ¡A la primera ronda invita la casa!
Les sirvió tres jarras de aguamiel colocándolas en la barra con fuerza, a lo que Alérigan respondió con un gesto de dolor y sujetándose de nuevo los oídos.
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La Sombra de Miradhur
FantasyEl fuego me vuelve a atormentar esta noche. No puedo dormir. Con el tiempo creí que me acostumbraría a esta sensación, pero el dolor sigue siendo impetuoso, más que mi aguante. Mi cuerpo se cansa de esta lucha constante contra algo que es ajeno, que...