Capítulo 16

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Canela había decidido desaparecer por un tiempo. En el campamento se respiraba tensión en cada esquina, y sabía que Soleys necesitaba tiempo para ella misma, había llegado el momento de crecer y de ser una madre para la tribu, algo para lo que Kindu la había preparado desde que vio lo especial que era.

Ahora el fanghor sentía tanto la perdida de Kindu como los demás. Canela había recorrido el desierto muchas veces a su lado y le había enseñado tantas cosas como al resto de la tribu. Nunca olvidaría cuando la había nombrado protectora de Soleys cuando ella era una niña pequeña; se había sentido como una madre para la niña, como si ella fuera su cachorro.

Pero ahora llegaba el momento de tomar decisiones y la vida de todos iba a cambiar para siempre. Kindu sabía que cuando Canela encontrara a su jinete debía seguirlo hasta el fin del mundo, pero ella nunca se había planteado abandonar a su niña y ahora parecía que era cuando más la necesitaba. Pero su jinete estaba en un estado muy grave y si se marchaban y los atacaban, no tenía ninguna posibilidad de salir con vida.

Si Alerigan y Anders se iban del campamento, no había nadie que pudiera parar un posible ataque a los Circulantes y menos si Canela se marchaba también. La matriarca solo trataba de proteger a los suyos de la mejor manera posible, pero mientras intentaba no decepcionar a Kindu se estaba olvidando de lo importante que eran para ella esos muchachos, que le habían cambiado la vida.

Canela también se encontraba en una encrucijada: debía elegir entre dos personas a las que quería con todo su corazón.

Soleys había ido a visitar a Alerigan, que dormía con una respiración profunda, pero dolorosa. Llevaba todos sus utensilios para curarle las heridas y sabía que le iba a llevar bastante tiempo. Comenzó cortando con un pequeño cuchillo el vendaje que le rodeaba el torso, descubriendo el enorme golpe que le había provocado el impacto del escudo.

Continuó curando con sus ungüentos los pequeños cortes que tenía por todas partes. Estaba muy concentrada y no se percató de que Alerigan había abierto los ojos y la miraba fijamente. Él le habló con voz dura y rencorosa.

—Así que era verdad...

Soleys se asustó y pegó un brinco con el que casi esparce por la tienda todos los artilugios que se había traído para realizar la cura.

—¡Menudo susto me has pegado, cabeza de fanghor! —Soleys le golpeó el brazo, a lo que Alerigan hizo una ligera mueca de dolor.

—Lo siento, no pretendía asustarte. Creí que te habías dado cuenta de que estaba despierto. —No, es que aquí hay mucho trabajo que hacer, ¿sabes? Y requiere mucha concentración —

dijo Soleys reanudando la curación.

—¡Como si yo no lo supiera! —Alerigan contenía el dolor cada vez que le tocaba alguna de las heridas. El ungüento le refrescaba la piel y le aliviaba, pero el simple roce de la herida era insufrible.
—Tranquilo, esto te aliviará enseguida y te pondrás bien del todo.

—Claro, cuanto antes mejor, ¿verdad, Soleys? —soltó con tono irónico, intentando ver si Soleys tenía el valor de decirle a él también que debían marcharse.

—¿A qué viene eso? Claro que quiero que te recuperes pronto. —La chica cambió el tono de voz—. Me asusté mucho cuando vi lo que hizo ese... ese... Por un momento pensé que te perderíamos a ti también.

—Tranquila, soy un hueso duro de roer —afirmó el joven guerrero mientras un golpe de tos le provocaba espasmos por todo el cuerpo.

Soleys había temido por su vida y ahora que se había metido dentro de su mente y había visto aquel sufrimiento y la oscuridad tan grande que le ahogaban el cuerpo, sentía una especial lástima por él, que se unía a un respeto profundo por tener las fuerzas necesarias para salir adelante a pesar de todo.

La Sombra de MiradhurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora