Anders llevaba horas encerrado en la biblioteca intentando encontrar alguna información nueva que añadir a su búsqueda sobre los lia’harel, pero sin resultados positivos. Con total certeza ya se había aprendido todos y cada uno de los libros que poseía el gremio. La mayoría relataban la leyenda de Dahyn de mil maneras diferentes: algunas hablaban de una batalla titánica entre Dahyn y Áthero, y otras desfiguraban a su esposa Runa y la transformaban en un demonio gigante que había destruido cuanto lo rodeaba.
«Tonterías», pensó. Él encontraría la verdad.
Cuando comenzaron la preparación para convertirse en Iniciados, no solo tuvieron que pasar durísimas pruebas, también los obligaron a asistir a unas clases sobre «Historia de Miradhur», así las llamaban quienes las impartían. Anders pensaba que muchos de los datos de aquellas lecciones ni siquiera eran reales, igual que pasaba con los libros que les hacían estudiar.
El joven recordaba con cierto cariño los días en que le hacían leer en alto para el resto de la clase. Era un niño de la calle, como la mayoría de los que habían llegado al gremio, pero su curiosidad por el mundo le había llevado a aprender a leer con cierta soltura, por eso siempre lo escogían.
—Antes del Día de la Revelación —dijo él con voz clara—, la raza humana vivía como reina y señora de la tierra, colonizando todo a su paso hasta que encontraron el Bosque de Eluum, y descubrieron la existencia de otra raza similar a la suya, pero más poderosa. Vivían en lo más profundo del bosque, en túneles subterráneos que atravesaban toda la floresta, y que solo abandonaban durante la noche para obtener alimentos y disfrutar del aire libre. A pesar de hallarse en las profundidades, vivían iluminados por la savia de los árboles mágicos de Eluum, que brillaba como finos canales de energía llegados del núcleo de la tierra y repartía su magia alrededor del mundo, dándole vida a la naturaleza.
»Esta raza veneraba a la Madre Tierra como deidad, por ello vivía en consonancia con la naturaleza y bajo su protección. En la mitología antigua se hablaba de que, mientras los lia’harel vivieran bajo el manto de la Diosa, su vida no terminaría. —Un Anders pequeño pero muy inteligente se quedó en silencio por un momento. Levantó la cabeza del libro que, entre sus pequeños brazos, parecía gigantesco—. ¿Quiere decir eso que son inmortales?
—Por supuesto que no, muchacho —contestó el profesor—. No es más que una leyenda, ni siquiera existe esa diosa a la que veneran.
—Profesor —preguntó otro de los alumnos—, ¿qué significa lia’harel?
—Es una palabra perdida, para nosotros son Catalizadores. Aunque en su dialecto significaba algo así como «Protector de la Madre» —Se dirigió a toda la clase—: A ver, ¿alguno sabría decirme cómo se selló el pacto entre humanos y Catalizadores?
Como siempre, un silencio acompañó el eco de la pregunta, mientras los muchachos clavaban sus miradas huidizas en el suelo del aula. El profesor se fijó en la cabeza de avestruz enterrada de uno de ellos.
—¿Alerigan? —preguntó con saña, sabiendo que el muchacho no estaba prestando la más mínima atención.
—Se celebró un concilio donde se decidió desposar al príncipe Dahyn con la hija de la Gran Sacerdotisa de los Catalizadores —respondió Anders con rapidez.
—Gracias, «Alerigan». Ya que sabes tanto, contéstame a otra pregunta: ¿por qué nuestro monarca, el rey Yerras, aceptó ese trato?
Era una pregunta difícil, nunca se había hablado de ello en clase, así que Anders guardó silencio por un momento mientras trataba de aclararse las ideas.
—Supongo que vería un beneficio para su pueblo. Los Catalizadores parecían estar más avanzados que los humanos en aquella época.
—¡Incorrecto! —Pasó a su lado y le dio un coscorrón dejando caer un listón de madera sobre su cabeza—. El padre de nuestro señor Dahyn aceptó el trato porque sabía lo peligrosas que eran esas criaturas y quería evitar un enfrentamiento directo a toda costa, aunque tuviera que sacrificar a su hijo.
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La Sombra de Miradhur
FantasyEl fuego me vuelve a atormentar esta noche. No puedo dormir. Con el tiempo creí que me acostumbraría a esta sensación, pero el dolor sigue siendo impetuoso, más que mi aguante. Mi cuerpo se cansa de esta lucha constante contra algo que es ajeno, que...