Los Circulantes habían hecho un gran trabajo con el cadáver de Kindu. Habían conseguido mediante un vendaje compresivo unir ambas partes de su cuerpo en una, y habían limpiado con mucho cariño toda la superficie manchada de sangre. Ahora volvía a parecer el hombre honorable que un día fue, con las pinturas entorno a su cuerpo, como aquella vez ante la hoguera.
—Nos hemos reunido hoy aquí para honrar la muerte de nuestro líder, padre y hermano: Kindu —alegó el anciano que trataba de contener la emoción—. Esta noche diremos adiós a su espíritu, que continuara recorriendo los caminos del desierto por toda la eternidad unido a la Madre. Te pedimos, Madre, que lo acojas en tus brazos y lo guíes en su camino al sueño eterno, a unirse al Espíritu de la Tierra.
Entonces, Soleys, como nueva matriarca de los Circulantes, se adelantó unos pasos y continuó con el discurso de despedida. El cuerpo de Kindu se encontraba en el suelo, sobre una manta que habían tejido los propios Circulantes, justo enfrente de la gran hoguera que encendían siempre el día del Joqed.
—No lloramos hoy tu pérdida, Kindu, pues no nos has abandonado. Vivirás para siempre en nosotros y en la naturaleza que nos rodea. Cada vez que oigamos silbar el viento, sabremos que es tu voz dándonos ánimo; cada vez que nos ilumine el sol, sabremos que es tu sonrisa dándonos calor desde el cielo; y cada vez que necesitemos tus sabias palabras, pegaremos el oído a la Tierra y oiremos en susurros tus consejos. No te lloramos hoy... porque sabemos que tú nunca nos abandonarás, padre.
La chica levantó la vista y pudo ver a través de las llamas de la hoguera a su padre al otro lado, erguido y con la mirada puesta en ella. Por un momento creyó estar perdiendo la cordura, pero entonces él le sonrió y asintió con la cabeza, y así ella supo que le estaba pasando la tutela de la familia y, además, con orgullo. Cuando le devolvió la sonrisa, el espíritu de Kindu se transformó en aquel majestuoso animal que representaba todo lo que era y se alejó, se alejó galopando como nunca lo había hecho, hasta desaparecer desvaneciéndose en el viento.«Adiós, padre. Prometo no defraudarte y hacer lo necesario para proteger a tu familia como hiciste tú. Aunque me duela... aunque me duela.» Soleys había tomado su decisión.
Cuando la matriarca y el anciano hubieron terminado su discurso, llegó el momento de dar sepultura al cuerpo. Uno de los Circulantes colocó la Cercenadora de Hombres sobre el regazo de Kindu; como él siempre había dicho, su arma era parte de su cuerpo, por eso creyeron necesario que fueran enterrados juntos.
Alerigan, que aún estaba convaleciente y no había despertado, se levantó de la camilla en la que lo habían colocado para que asistiera a la despedida, aunque fuera inconsciente.
Comenzó a caminar hacia Kindu, con la mano aferrándose el costado malherido, y cayó al suelo justo al lado del cuerpo. Anders se apresuró a ayudar a su hermano a levantarse, mientras los demás se quedaban perplejos sin saber qué hacer.
—Alerigan, ¿qué estás haciendo? —le dijo Anders susurrándole al oído e intentando levantarlo.
Las miradas atónitas de los Circulantes se estaban transformando en expresiones ceñudas.
—No... no tiene que ser así.
—¿De qué estás hablando, hermano? Estás malherido, tienes que volver a la cama y guardar reposo.—No...
Alerigan sujetó la Cercenadora de Hombres por el mango, con la mano que tenía libre, y sintió el fuego de mil batallas a través del cuero. Fue como si una ola de recuerdos lo invadiera. Por un momento se vio a sí mismo sosteniendo el hacha y dando muerte a seres demoníacos. «Pero... ¿qué?», pensaba el muchacho justo cuando todo desapareció y fue consciente de dónde estaba en realidad.
—¿Pero qué demonios haces? —Anders continuaba tirando de él, intentando levantarlo. Los Circulantes observaban la escena sin entender nada, pero ninguno se atrevía a intervenir.
Entonces, Alerigan comprendió muchas cosas: comprendió por qué Kindu se movía con tanta destreza, pues aquella arma era ligera a pesar de lo que podía parecer; entendió el vínculo que unía a arma y guerrero, porque ahora sentía una fuerza que le recorría el cuerpo que nunca había llegado a sentir, y también comprendió que aquella hacha solo debía ser utilizada para un último propósito antes de dormir junto a su portador: la venganza.
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La Sombra de Miradhur
FantasyEl fuego me vuelve a atormentar esta noche. No puedo dormir. Con el tiempo creí que me acostumbraría a esta sensación, pero el dolor sigue siendo impetuoso, más que mi aguante. Mi cuerpo se cansa de esta lucha constante contra algo que es ajeno, que...