Capítulo 37

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Canela corría tan rápido como le permitía la situación. Alérigan siempre había sido muy veloz por su larga zancada, pero con la dificultad de la ausencia de visión todo eso había desaparecido. Qué lejos quedaban aquellos días en los que corría junto a su jinete por el desierto de Shanarim, sintiendo la respiración de la tierra en su pelaje.

Cuando lograron entrar en la profundidad de la ciudad, el humo impedía respirar el poco aire que quedaba en los alrededores. Todo era destrucción, la ciudad ardía por cada esquina, por cada casa. Los cadáveres calcinados se acumulaban en las puertas, las madres abrazadas a sus bebés permanecían tumbadas en el suelo con una capa de oscuridad cubriéndoles la poca piel que aún conservaban y los huesos blanquecinos de las manos al descubierto se habían quedado clavados en la tierra dibujando líneas de desesperación en un último intento de pedir auxilio. Casi se les podía oír gritar al mirar sus caras contraídas por las llamas.

Por un momento, el animal pensó en cuan afortunado era Alérigan por no tener que ver los horrores del mundo. Los fanghors eran carnívoros, pero nunca mataban por el placer de la caza, sin embargo, no se podía decir lo mismo de humanos y lia'harel.

Lo que Alérigan sí percibía era el olor de la muerte y la carne quemada. Se tapó la nariz con la manga de su camisa para tratar de minimizar el hedor, pero era imposible. Continuó avanzando a través de las cortinas de humo, siguiendo lo que Canela le permitía ver.

—Vamos hacia la casa de Lienne, Canela.
Entonces chocó contra los cuartos traseros del animal, que se había detenido en medio del camino principal de la ciudad. Una sombra avanzaba con paso tranquilo entre las nubes de polvo, como si no le perturbara la visión de lo que estaba pasando, como si estuviera tan ciego como el propio Alérigan.

—¿Qué ocurre? —preguntó el muchacho poniéndose rígido.

Canela le dejó ver por un momento a través de sus ojos, y enseguida reconoció la figura que se acercaba hacia él. Era la silueta de un hombre más bien de corta estatura; llamaba la atención la forma de su pelo y, sobre todo, el ancho escudo que cargaba a la espalda.

Cuando Vryëll estuvo a tres pasos de Canela se detuvo, sacó su espada y realizó un corte en el aire que dispersó el humo y permitió que Alérigan pudiera verlo.

—Vryëll... —susurró Alérigan tras recibir una punzada en la sien.

No podía pensar con claridad, se había adentrado en la ciudad sin cavilarlo y ahora se encontraba ante el hombre que había asesinado a Kindu, a quien había jurado vengar. Pero la primera vez que se había enfrentado a él lo había destrozado, y encima ahora había perdido la ventaja de la visión. ¿Cómo iba a luchar sin verlo?

No tuvo mucho tiempo para pensarlo, Vryëll se arrojó al combate como un animal. Se impulsó y, casi en el aire, comenzó a propinar puñaladas a diestro y siniestro. Alérigan no tuvo tiempo de sacar a Cercenadora y solo pudo retroceder tratando de esquivar las estocadas. Algunas le rasgaron la piel, pero pudo evitar los cortes profundos.

El fanghor observaba a ambos combatientes, consciente de que no debía intervenir, que Alérigan no se lo permitiría; pero no podía evitar ver que su jinete no era rival para aquel guerrero y su fin estaba próximo.

Cuando Vryëll se detuvo para recuperar de nuevo el equilibrio, Alérigan sacó a Cercenadora y respiró hondo. Había prometido venganza y eso era lo que iba a conseguir, aunque se le fuera la vida en ello.

El enemigo retomó el ataque, pero el muchacho ya estaba preparado y utilizó a Cercenadora para detener la mayoría de los golpes. Los choques eran tan duros que, cuando la espada de Vryëll entraba en contacto con el hacha, la vibración que producía le recorría desde la punta de los dedos hasta los pies. Había algo diferente en su forma de combatir, en la otra ocasión había sido más delicado en sus ataques, más de precisión que de fuerza. Por el contrario, ahora estaba descargando todo su peso sobre él, como los guerreros más impetuosos. Como el propio Alérigan.

La Sombra de MiradhurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora