Glerath llevaba largo rato esperando en sus aposentos la llegada de Bilef, pero parecía que la fiesta de celebración por el posible regreso de Alérigan y Anders se había alargado. Tras su ventana se veía una enorme luna rojiza, propia de los primeros días del frío invierno que se acercaba a Festa. El Maestro no hacía más que darle vueltas a los sucesos que se acercaban, todo apuntaba al regreso de la guerra. Él no necesitaba ningún oráculo que le dijera una profecía, los verdaderos Hijos de Dahyn podían sentir los cambios que se producían en la tierra.
El sonido del chirrido de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Bilef se acercó con calma hasta su maestro, ahogando un eructo avinagrado tras la gran celebración. Glerath estaba esperándolo pacientemente, sentado en su trono de madera ornamentado con tallas similares a las estatuas gigantes que se encontraban en la entrada del gremio.
—Disculpe la tardanza, mi señor. La celebración se ha alargado más de lo que esperábamos, es imposible no disfrutar del ambiente festivo que se respira esta noche.
—Lo entiendo, Bilef. No tienes por qué disculparte. Hoy es un día importante para todos nosotros, al fin os habéis dado cuenta de lo que significa de verdad ser un Hijo de Dahyn.
—Sí, maestro. Es un gran día.
Glerath recordaba sus primeros días como miembro del gremio, ya no era capaz de contabilizar el tiempo que había transcurrido desde ese entonces. Haber vivido tantos años le hacía perder la noción del tiempo, pero ahora presentía que su final no estaba demasiado lejos y debía pasarle el testigo a alguien de confianza.
—¿Recuerdas las armas que te di la última vez que hablamos? —preguntó.—Sí, maestro. Me salvaron la vida en muchas ocasiones durante la expedición, creo que aún no os he dado las gracias como es debido.
—No se merecen, hijo. Como ya te dije, estas armas eligen a sus dueños, y esas estaban hechas para ti. —Respiró hondo antes de continuar—. Pero hay algo más que no te conté, el herrero que hizo esas armas fue un lia'harel.
Bilef se sorprendió, aunque de alguna forma sabía que la magia oculta tras sus nuevas hachas tenía que proceder de esos seres. Ningún herrero humano habría hecho semejante obra de arte.
Glerath vio que su vasallo no se había horrorizado ante sus palabras, lo que le demostró que estaba preparado para conocer la verdad que se ocultaba tras el gremio, una verdad que llevaba una eternidad oculta entre mentiras.
—Hay algo que debes saber —comenzó—. El gremio no se fundó tras la muerte de Dahyn como aparece en los libros, sino que fue el propio Padre quien lo fundó durante la Edad Oscura, cuando los habitantes de Miradhur habían perdido la fe en todo lo que les rodeaba. Por aquel entonces, humanos y lia'harel formábamos parte de esta maravillosa hermandad.
—Pero... ¿cómo es posible? ¿De dónde surgió tanto odio hacia los lia'harel entonces? —Bilef se había sentado en el suelo a los pies del sillón de Glerath, como un niño pequeño oyendo las leyendas que le cuenta su abuelo de tiempos pasados.
—Fue tras la muerte del Padre que surgió la hermandad tal y como la conocemos ahora. — Glerath se removió nervioso en el asiento, era la primera vez que contaba aquella historia—. Los primeros Hijos fueron brutalmente asesinados por la guardia real, la mayoría de ellos mientras
dormían —apretó los puños, aferrando los brazos de su sillón de madera—, de otra manera no habrían sido capaces. Esos malditos malnacidos...El maestro se mordió la lengua con rabia contenida, esa historia la había mantenido oculta desde los días en que tuvo que bajar la cabeza y pasar por el aro del rey para salvar su propia vida y la de muchos de sus hermanos. Gracias a él, muchos pudieron huir y esconderse lejos de los ojos del rey Yerras.
ESTÁS LEYENDO
La Sombra de Miradhur
FantasyEl fuego me vuelve a atormentar esta noche. No puedo dormir. Con el tiempo creí que me acostumbraría a esta sensación, pero el dolor sigue siendo impetuoso, más que mi aguante. Mi cuerpo se cansa de esta lucha constante contra algo que es ajeno, que...