Capítulo 2

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Cuando llegó al departamento dejó la caja en el piso y sacó la de madera, era antigua, de eso no tenía duda, en los costados tenía grabadas unas iniciales A.P. Y por supuesto que estaba con llave no se lo podía poner tan fácil, fue a la cocina y agarró un cuchillo, era bueno con las cerraduras así que no le sería mucho problema. Pues sí que le fue un problema, la caja debía de tener un buen tiempo cerrada porque le estaba costando mucho más trabajo del que imaginó abrirla, después de lo que pareció una eternidad escuchó el característico "clic" de la cerradura, dejó el cuchillo a un lado en la mesita de café, el corazón le estaba latiendo rápido, lo que fuera que estuviera dentro debía ser bueno.

Fue abriendo la caja lentamente, estaba nervioso y muy pocas veces lo estaba, en el interior de la caja estaban varias fotografías, cartas, un collar y otra caja, como la de los anillos; sacó las fotografías de primero, la primera mostraba la misma chica del sótano pero en la foto estaba sonriendo tenía una mirada risueña, era feliz, todo lo contrario a lo que minutos atrás vio. La segunda era de otra chica que tenía algunos rasgos similares, tal vez eran hermanas, también tenía una mirada alegre pero no tanto como la de la pelirroja. La tercera era de un muchacho con sonrisa burlona, no miraba directamente a la cámara sino más allá de ella, quizás miraba a las chicas. La siguiente era también de él en compañía de la pelirroja no miraban la cámara sino el uno al otro, había que ser ciego para no darse cuenta que se amaban. La siguiente era una de los tres juntos, aunque la otra chica sonreía forzadamente, parecía incómoda. La última era de un bebé, parecía recién nacido, estaba en brazos de una mujer pero su rostro estaba quemado. Volteó cada fotografía a ver si tenían algo escrito pero estaban en blanco.

Las colocó nuevamente en la caja y sacó el collar, era de oro fino y el colgante era una hoja, lo devolvió a su lugar y sacó la pequeña caja aterciopelada, cuando la abrió comprobó que efectivamente lo que guardaba era un anillo, era delicado con un pequeño rubí, era sutil pero elegante; en la tapa de la caja tenía un escrito "Para siempre y un día más". Sonrió con pesar, a él no le pasaría algo así, había jodido su oportunidad, cerró con cuidado y lo volvió a dejar donde lo encontró negando con la cabeza; lo único que quedaban era las cartas, eran cinco en total. Los sobres estaban en blanco, no tenían destinario ni dirección alguna, solo el número que estaban junto al sello –– el cual estaba intacto –– indicando quizás el orden en que debían ser leídas. Solo cuatro tenían números, el otro estaba completamente en blanco. Sentía que estaba violando la privacidad de la muchacha del sótano, pero había sido ella la que de cierta forma le había dado la caja, dejó el resto dentro y agarró la número uno, por instinto giró su cabeza hacia los lados esperando que la pelirroja apareciera, cogió nuevamente el cuchillo rompiendo el sello, las manos le temblaban ligeramente.

Julio 12, 1912

Querido Matt

Esto es tan extraño que ni siquiera sé por qué lo hago, se con certeza que no lo enviaré jamás pero tengo la necesidad de plasmar con palabras lo que siento, un poco a lo Jane Austen. Sé que hemos sido amigos desde que tenemos uso de razón y tal vez por eso estoy confundida.

Es eso, solo estoy confundida por todo el apoyo que nos has dado después de la muerte de mis padres.

Además, no quiero causar ningún problema entre tú y Anne, lo que se anda diciendo por el pueblo es que ustedes están comprometidos, aunque siendo honesta ambos sabemos que primero te moriría antes de casarte con alguien a quién no ames. Como escribí en un principio ni siquiera sé por qué estoy haciendo esto, al menos tengo la tranquilidad de que ni tú ni nadie lo leerá, de solo pensarlo moriría de vergüenza. Estoy segura que Rose se burlaría y mi cara adquiriría el tono de mi cabello. En fin, espero que este tonto enamoramiento se pase y pueda verte a la cara sin sentirme estúpida.

Una muy confundida,

Audrey.

Eso, eso no era lo que espera leer, era una carta de amor adolescente y el esperando que le fuera la mismísima revelación de lo ocurrido en el sótano. Lo que sí pudo conocer, era que la chica del sótano era Audrey y que tal vez el chico que salía con ella en la foto era Matt pero, ¿Quién era Rose? ¿Sería aquella rubia de las fotos? ¿Qué relación tendría con Audrey? Otras dudas surgieron mientras agarraba nuevamente la foto de los tres. Esa carta era de 1912 y en la foto ellos estarían en sus casi veintes tal vez y su forma de vestir era de aquella década, si estaba en lo cierto deberían tener o estar en sus cincuenta y tantos entonces, ¿por qué la Audrey que él vio en el sótano lucia como la de la fotografía? ¿Y si ella...? No, era ridículo, él no creía en esas cosa pero, ¿Y si ella estaba muerta? Recordó su expresión aterrada y suplicante, junto con el vestido rasgado y sucio y los rasguños en su cara. Era como si estuviera escapando de algo o alguien, si era así, la pregunta era ¿de qué o quién escapaba?

Todo parecía muy real para que alguien estuviera haciéndole una broma pesada. Si de verdad era el fantasma de Audrey –– cosa que dudaba ya que era ridículo –– ¿Por qué él? De todas las personas en el pueblo ¿por qué se le aprecia a él?

Un sonido extraño le hizo salir de su debate interno, colocó la carta en el sobre y este en la caja junto a la fotografía, fue a la cocina de dónde provenía el sonido, solo era un pájaro picoteando la ventana. Volvió al salón recogiendo todo, teniendo esa conocida sensación de que tenía que esconder muy bien el contenido que guardaba aquella caja de madera. Buscó en la sala un buen lugar pero ninguno le convenció del todo, fue hasta su habitación y se quedó recostado en el marco de la puerta escaneando el lugar, todos los sitios eran predecibles aun cuando sabía que nadie lo buscaría ni buscaría aquella caja; pero era mejor prevenir que lamentar. Se separó del marco entrando en la habitación tropezando con la cómoda moviéndola, ese golpe le dejaría un buen moretón.

Dejó la caja encima de esta para colocarla en su lugar y se fijó que detrás, en la pared había un hueco, después de un par de minutos pensándolo guardó la caja de madera en la pared y volvió a colocar la cómoda en su lugar, por un segundo pensó que aquel hueco en la pared era una casualidad, pero recordó que su padre siempre le decía que las casualidades no existían y que si alguna vez encontraba algo estuviera buscándolo o no, aun cuando pareciera una casualidad no lo era, si no que era porque así tenía que serlo.

Fue a ducharse nuevamente, necesitaba despejar su mente, en ese lugar estaban sucediendo cosas verdaderamente extrañas y ni siquiera llevaba veinticuatro horas ahí, además se sentía una energía peligrosa, pero sucedía que él cómo el terco que era, no quería irse.

La noche pasó en un parpadeo, por la ventana entraba un leve rayo de sol, era la seis y treinta, a las siete debía estar en su nuevo lugar de trabajo. Volvió a insultarse internamente por las decisiones impulsivas que tomó en el pasado. Cinco minutos después se encontraba bajando las escaleras y tal como la tarde anterior la Sra. Del 3-C hizo la misma cosa rara de abrir y cerrar la puerta en un parpadeo; cuando llegó al recibidor parecía levemente más iluminado, sin duda cosas extrañas pasaban en ese lugar. Salió del edificio y una suave brisa le recibió, señal de que el otoño se estaba acercando; fue caminando sin prisa alguna hasta la pequeña cafetería a una cuadra de la estación que vio el día anterior.

Cuando entró, un fuerte olor a café inundaba el lugar. Salvo por un par de señores mayores tomando su café diario y cuatro señoras teniendo su "charla" matutina diaria, no había nadie más pero eso no fue lo que le detuvo en su sitio conteniendo la respiración; fue su cabello, aquel pelirrojo cabello, por un segundo creyó que era Audrey, solo por un segundo, hasta que la portadora de aquel cabello se dio vuelta y aun así, él seguía igual. La chica se detuvo delante de él, estaba igual o más impresionada que él, tenía la piel pálida con algunas pecas en su nariz y pómulos, levemente sonrojada, su cabello pelirrojo tenía algunos destellos castaños, sus ojos eran un gris oscuro pero no del gris feo sino del bonito, se quedaron mirando fijamente un largo rato, sorpresa, confusión y algo más, era lo que reflejaban sus rostros. Fue ella quien rompió el incómodo silencio cuando se dio cuenta que las personas en la cafetería los estaban mirando de reojo.

––Alex –– susurró suavemente.

––Breela –– respondió del mismo modo. 

La Maldición de los Pines [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora