–– ¿Qué... qué haces aquí? –– sonrío forzadamente, ¿desde cuándo ella sonreía forzadamente?
––Me transfirieron, ya sabes –– hizo un ademán con la mano restándole importancia –– yo y mis benditos impulsos.
Breela bajó la mirada momentáneamente avergonzada e incómoda, sabía a lo que se refería y no pudo evitar sentirse culpable. Alex se percató de eso, pero no era su culpa sino de él.
––Yo...
––Déjalo –– la interrumpió –– ¿tú que haces aquí?
––Mi madre quería pasar una temporada acá, ya que fue donde nació y creció, también le pareció un buen lugar para tomarnos un respiro antes de la boda ––dijo esto último bajando la voz.
––Claro, es comprensible –– de pronto se sentía tenso –– Bueno, voy tarde al trabajo – agregó viendo el reloj que estaba en la pared detrás de la barra.
––Te acompaño –– dijo apresuradamente –– yo también voy a la estación, mi tío es el sargento y hace mucho que no le veo, llego bagels –– finalizó alzando la bolsa de papel lleno.
Salieron de la cafetería envueltos en aquel incómodo silencio, cada uno iba sumido en sus pensamientos pero la interrogante que tenían en mente era la misma, ¿Cómo es que dos personas que fueron mucho más de lo que quisieran admitir, ahora se trataban como desconocidos?
Cuando entraron a la estación esta se encontraba vacía, ninguno de los oficiales estaba en su lugar. Alex fue hasta el escritorio que se le asignó, el reloj de la mesa marcaba las siete en punto, quizás sus compañeros aparecerían en cualquier momento; hizo una mueca con los labios, comenzaba a tener hambre y como ya era costumbre esos días se insultó internamente por no haber comprado nada en la cafetería, si tan solo no se hubiera quedado de piedra en lo que vio a cierta persona ahora estaría desayunando.
Breela observó el gesto que hizo acercándose con cautela, sin dudarlo abrió la bolsa y le extendió un bagel. Antes de que alguno pudiera decir nada un grito los detuvo.
––La pequeña Breela Donovan por fin nos honra con su visita –– el grito provenía del sargento Donovan que estaba saliendo de su oficina.
––Tío Nick –– respondió Breela con el mismo entusiasmo, así que ese era el tío Nick del que tanto hablaba, –– te extrañé muchísimo –– agregó lanzándose a los brazos de su tío una vez estuvo lo suficientemente cerca.
––Igual yo cariño –– respondió separándola para verla –– ahora, dime que me trajiste mis favoritos.
––Que interesado te has vuelto –– respondió riendo mientras le entregaba la bolsa. En ese momento el sargento notó a Alex.
––Detective Smith, que puntual me ha salido.
––Una vieja buena costumbre – le respondió Alex colocándose de pie.
––No deberías preocuparte muchacho, normalmente los oficiales suelen llegar pasada las siete, es un lugar tranquilo así que no hay mucho trabajo –– hizo una pausa dirigiendo su mirada de Alex a Breela –– cariño te presento al detective Smith, llegó ayer desde Vancouver, necesitaba respirar un poco de aire limpio.
––No es por sonar grosera – comenzó Breela – pero ya le conozco, es un viejo amigo – finalizó lanzándole una mirada significativa a Alex.
––Sí sargento, nos conocemos de antes – agregó Alex con una media sonrisa.
––Bueno, ¿cuánto tiempo te quedas Breela? –– comentó el sargento cambiando dramáticamente el tema.
––Todo el otoño – respondió ésta regresando su atención a su tío.
–– ¿Y tu madre no ha venido? –– siguió preguntando, con un toque de esperanza en su voz.
––Dentro de una semana, le han surgido algunos asuntos antes de venir que debe atender.
––Sí, eso suena como tu madre –– concluyó el sargento con un tono amargo.
Antes de responder dos de los oficiales que Alex había visto el anteriormente entraron saludando y yendo a sus lugares, ¿Dónde estaba el tercer oficial?
––Lo han transferido a tu antigua estación –– respondió el sargento al ver la interrogante no formulado por parte de Alex –– necesitaban un reemplazo y él había mandado una solicitud tiempo atrás –– Alex solo asintió a la repuesta e internamente le mando mucha suerte.
––Yo ya tengo que irme –– apresuró a decir Breela –– algunas cosas de mi madre han de estar llegando y tengo que asegurarme de que estén completas.
–– ¿Dónde van a quedarse? –– preguntó su tío, no queriendo oír la repuesta.
––En la casa de mi madre, ¿Dónde si no? –– respondió divertida.
El rostro del sargento Donovan se contrajo unos segundos, esto y los tonos que había usado antes no pasó desapercibido para Alex.
––Avísame si necesitas ayuda – fue lo único que respondió.
––No lo dudes –– se despidió dándole un sonoro beso en la mejilla –– Alex ––dijo a modo de despedida girándose para verle sin atreverse a acercarse.
––Breela –– respondió el susodicho sonriendo para no hacer más incómoda la situación, con esto último Breela salió del lugar.
Esto último no lo pasó por alto el sargento pero se reservó cualquier tipo de comentario.
Tal como le había dicho su jefe aquel lugar era tranquilo, no hubo mucho ––por no decir que nada –– de trabajo y las horas para su sorpresa pasaron más rápido de lo que esperaba. Al mediodía la esposa de uno de los oficiales fue a llevarles el almuerzo, en ese momento sin razón alguna recordó a Audrey fue un pensamiento repentino y luego recordó a Breela lo que lo dejó pensando un poco, ambas mujeres tenían cierto parecido, tal vez era por el cabello. Pensó nuevamente si la primera estaría muerta y si alguna vez vivió en ese pueblo ¿Cómo podría saberlo? Era un forastero y si se acercaba a alguien para preguntarle sobre la chica pelirroja de vestido blanco seguramente pasarían dos cosas, la primera es que si alguna persona supiera aunque fuera lo mínimo, no se lo dirían por el simple hecho de no confiar en él, incluso siendo policía la gente de pueblo era desconfiada con los recién llegados. Y la segunda –– y también la más probable –– es que se le quedarían viendo como si se hubiera vuelto loco, y existía la posibilidad muy remota de que si se estuviera volviendo loco.
Después de haber terminado de almorzar fue hasta donde guardaban los archivos con la excusa de "conocer" con que estaba trabajando, aunque los oficiales no le tomaron importancia, tal vez esa era la manera de trabajar en la capital y el sargento pues, bien gracia, dormido en el sofá de su oficina. Sacó, leyó, volvió a sacar y volvió a leer pero no había ningún registro de algún crimen violento o algo que se relacionara con la chica misteriosa del sótano; con un suspiro cansado dejó todo como lo encontró y volvió a su lugar, tendría que buscar respuestas en otra parte.
A las siete de la noche el oficial de relevo llego y salió en dirección hacia el mercado, tenía que llenar la despensa sino quería quedarse sin dinero por comer todos los días en la cafetería o pasar hambre cuando no pudiera hacerlo. Mientras caminaba a su destino se dio cuenta –– aunque no le gustara admitirlo –– que a pesar de apenas y tener un día ahí y salir en ese momento a recorrerlo el lugar no era tan malo como creía, aunque no entendía el porqué de su nombre tan peculiar.
Las personas a su alrededor se encontraban alegres, los niños jugaban alrededor de la fuente de la plaza y se encontraba alguno que otro recién matrimonio, pero tenía que verle la dos caras a la moneda y el escenario pasó drásticamente de uno alegre a uno tenso.
En cuánto entró al mercado lo primero que vio fue las caras de espanto de los señores mayores detrás del mostrador, estaban pálidos y sus frentes estaban perladas por el sudor, la auténtica expresión de ver algo que no se debía, como si estuviera viendo un fantasma, cuando siguió la mirada de los señores quedó aún más confundido.
No estaban viendo un fantasma.
La estaban viendo a ella, a Breela.
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La Maldición de los Pines [Completa] ©
Short StoryMaldición. Según nuestra buena amiga Wikipedia, una maldición es la expresión de un deseo maligno dirigido contra una o varia personas que, en virtud del poder mágico del lenguaje, logra que ese deseo se cumpla. Hay quienes dicen que no debemos mal...