Capítulo 26

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— ¿Te parece ir a la cafetería? — preguntó él.

— De hecho, sería mejor conversar en un ambiente más privado — respondió ella.

—De acuerdo, andando.

Comenzaron a caminar sin prisa alguna, envueltos en un silencio incómodo, tal como la vez que se reencontraron, ambos pensando en que tanto cambiaría su relación luego de aquella noche. Cuando llegaron al edificio siguieron de largo, a Alex no le apetecía tener esa conversación dentro de cuatro paredes, llegaron al lago y se sentaron en las raíces del viejo árbol; la noche estaba fresca, con una leve brisa, no hacía tanto frío como noches anteriores.

— ¿Y bien, de qué quieres hablar? — cuestionó Alex, quería terminar con eso cuánto antes.

—Yo... — estaba nerviosa.

—Bree, vamos, estás hablando conmigo, no con un extraño.

—Lo siento — dijo en un susurro sin verle —, no fue mi intención hacerte daño...

—Solo dime la verdad, no empieces con frases sacadas de novelas — le cortó, también sin verle, su mirada estaba fija en el lago.

—Te estoy diciendo la verdad —le respondió a la defensiva — solo, no puedo cambiar nada de lo que está sucediendo, es mi deber —dijo suspirando.

—Tú deber — repitió confundido — Bree, ¿Estás diciendo que tu compromiso es por conveniencia?

—No es así, no lo entiendes.

—Pues entonces explícame y así entenderé.

—Alex, hay cosas que es mejor no saber, además, no es de tu incumbencia — le respondió tajante, molesta con toda esa situación.

—Me incumbe porque me importas, estoy tratando de ayudarte a...

—Cosa que no te he pedido — le interrumpió —, agradezco que quieras ayudarme pero no hay nada en lo que requiera tú ayuda — dijo mientras lo miraba —. Nadie me está obligando a nada, quiero a Evan, y me voy a casar con él es hora de que lo aceptes.

—Lo quieres — repitió por lo bajo, sosteniéndole la mirada por unos segundos antes de devolverla al lago.

Se quedaron en silencio, Alex no supo cuánto tiempo pasó, solo estaba asimilando las pesadas palabras que Breela emitió. Oyeron el sonido de un auto estacionándose, lo que les aviso que su tiempo ya se había agotado.

— ¿por qué me invitaste a la cena? — preguntó en un susurro.

—A pesar de todo, siempre seré podrás contar conmigo — le dijo — eso fue lo que me dijiste, te estoy lastimando, lo comprendo, pero debes creerme cuándo te digo que nunca fue con intención — dijo mientras se colocaba de pie.

— ¿Alguna vez me quisiste como algo más que tú amigo? — preguntó temiendo la repuesta.

—Sí —dijo dándole la espalda — pero ese no era el problema y aunque te suene a sacado de novela, el problema es que tú me amas y no puedo corresponderlo.

— ¿Y a él?

—Buenas noches, detective — fue su respuesta mientras caminaba al auto.

Alex seguía viendo el lago, en ningún momento su vista abandonó esa dirección. Repitió una y otra vez la conversación en su mente, entendiendo que aunque se opusiera, Breela había tomado una decisión, la cuál debía respetar aun así le doliera. Pensó en Matt y Audrey, más que todo en la última, compartiendo penas de un amor que no vio luz del día; se preguntó si ella sintió lo mismo que él en ese momento, si así se sentía un corazón roto.

Después de un largo rato caminó de regreso a su departamento, sin ganas. Abrió la puerta de la entrada, subió las escaleras, abrió la puerta de su departamento, se quitó el abrigo, fue hasta su habitación, tomó la toalla y su pijama, fue hasta el baño se duchó y regresó a su habitación, hizo todo eso en automático sin pensar en nada más, ni siquiera ceno, no tenía ganas para nada más, por lo menos logró conciliar el sueño rápido.

Al siguiente día le costó levantarse, no tenía ánimos de nada y mucho menos de ir a sentarse en una silla aguantando las bromas de sus compañeros por doce horas seguidas, pero era eso o lamentarse su existencia en esas cuatro paredes. A diferencia de la noche anterior esa vez si comió un pequeño bocado de pan y después de eso salió en dirección a la estación; esa mañana el sr. Brown estaba colocando un verdadero mostrador, la vieja mesa de comedor y la silla estaban siendo sacadas por dos adolescentes. Alex no quiso interrumpir su tarea por lo que siguió su camino, el día estaba nublado y hacia un fuerte viento, no tenía duda de que en muy poco llovería; cuando llegó a la estación los oficiales aún no se encontraban en sus lugares, pero eso no fue lo que le extrañó.

—Smith, ¿podrías venir un segundo? — preguntó el sargento desde la puerta de su oficina.

Alex no tenía gran cosa que hacer, además, por mucho que sonara pregunta, era una orden.

— ¿Para qué soy bueno? — preguntó mientras se sentaba.

— ¿Cuál es tú relación con mi sobrina? — le cuestionó su jefe desde el otro lado del escritorio.

—Somos amigos.

—Amigo ratón del queso — le dijo con burla.

—Con todo respeto sargento, ¿a qué viene la pregunta?

—Creo que está cometiendo un error — le respondió con sinceridad.

—Todos cometemos errores a lo largo de nuestras vidas, y si lo hace ya es decisión de ella— le dijo recordando las palabras de Breela —, no somos quienes para decirle cuál es la decisión correcta.

El sargento se le quedó viendo analizando sus palabras —Ya te puedes retirar, gracias –– le respondió disgustado, sabiendo que decía la verdad.

Antes de salir se detuvo y se giró hacia el sargento — ¿por qué cree que Breela está cometiendo un error?

—Porque ya lo he vivido — le respondió.

— ¿A qué se refiere?

—A nada, olvídalo.

Pero claro que no lo iba a olvidar, salió de la oficina y fue a su lugar. Ya lo he vivido estuvo todo el día repitiendo la misma frase, tratando de darle sentido, sin saber con exactitud a que se refería, ¿era el hecho de que Breela se casara por deber u obligación? ¿Acaso Matt hizo lo mismo con Rose? De nuevo tenía muchas interrogantes pero sin nadie quién pudiera resolverlas. Cuando dieron las siete salió de la estación hacia la cafetería y luego a su departamento.

Esa semana paso rápido, sin nada nuevo. Terminó el libro del registro del pueblo sin ninguna información útil, no tuvo ninguna visita inesperada de los magos, Breela no apareció por la estación, el sr. Brown había arreglado el recibidor del edificio, el sargento se la pasaba encerrado en su oficina y sus compañeros y él se la pasaron leyendo los últimos capítulos del libro.

Octubre estaba llegando a su fin y eso significaba que cada día faltaba menos para que todos conocieran la verdad.

La verdadera pregunta en cuestión surgió sin siquiera pensarlo.

¿Cuál era el precio a pagar por esa verdad?

La Maldición de los Pines [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora