Capítulo 2: Baile Escolar (II)

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—¡Adiós, chicos, nos vemos mañana! —dijo Miguel, mientras se alejaba despidiéndose con la mano.

—¡Adiós! —gritamos al subirnos al auto.

Miguel vivía a pocas casas del colegio, así que optaba por caminar, lo cual no le venía nada mal. Nosotros en cambio vivíamos en un residencial a diez minutos del lugar, así que no teníamos muchas opciones; y como Josh vivía a dos cuadras de mi casa, yo me encargaba de llevarlo siempre.

Encendí el motor y metí reversa, rápidamente lo saqué del parqueo y proseguí a manejar por la ruta principal.

—¿Oye, Josh? —dije, sin quitar la vista de la carretera.

—¿Qué pasó, viejo? —respondió algo distraído.

—¿Crees que hice mal?

—¿En qué?

—En haber aceptado ir a una fiesta.

Josh suspiró profundamente.

—Vamos, viejo, yo sé que habías prometido no ir a una fiesta y todo, pero... a veces tienes que salir; no puedes pasar toda la vida encerrado. Las cosas del pasado déjalas en el pasado. Estoy seguro que hasta tu hermana pensaría lo mismo.

Hubo un momento de silencio. Josh y yo habíamos estado juntos desde siempre. Éramos amigos desde la secundaria y, a pesar de las bromas y tonterías, siempre confiaba en él para contarle mis problemas y saber qué pensaba al respecto.

—¿Sabes qué? —dijo, rompiendo el silencio—. Ya ha pasado un tiempo desde que no sales... ¿Estás seguro de que podrás bailar?

—¿Crees que ya no puedo hacerlo? —respondí riendo.

—Corrección... Creo que nunca has podido.

Solté una risotada, él sabía la fórmula para ponerme de buen humor en segundos. Rápidamente, me estacioné enfrente de su casa y puse las luces de emergencia para que se bajara.

—Bueno, gracias por traerme —dijo, mientras se estiraba y empezaba a descender del auto.

—¿Ya tienes tu ropa para la noche? —pregunté.

—¡La tengo desde hace una semana! —dijo riendo. No sé ni por qué había preguntado eso sabiendo cómo era Josh—. ¿Y tú?

—Yo todavía tengo que ir a quitarle algo a mi papá.

Ventajas de ser de la misma talla que tu padre.

—Bueno, hermano ¡Nos vemos allá!

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—¡¿Que?!... ¡¿En serio?! —gritó mi madre, emocionada, después de haberle contado que iba a ir al baile.

—¡Sí!

—Guau, ya había pasado un tiempo desde que no salías a fiestas —dijo, alzando una ceja.

—Tú bien sabes por qué... —respondí, rápidamente, en tono serio.

—Lo sé... Pero, ¿qué te hizo cambiar de opinión tan drásticamente?

—Nada en especial.

Hacía mi mejor esfuerzo para evitar sonreír.

—No me digas que... una chica.

—¡Mamá! —bufé—. ¡Claro que no! —Ni yo mismo me creí la mentira—. Está bien..., sí, algo así.

—¡Oh, por dios! —gritó como si estuviera viendo una de sus series favoritas.

—No es para tanto —mencioné entrecerrando los ojos.

—¡¿Cómo qué no?! —dijo, poniéndose las manos en la cadera—. Que no eras tú el que hace tres años me dijo que no quería saber nada del amor.

Eso me tomó por sorpresa.

—Sí, pero... con ella no busco amor, solo es... una amiga.

—¡Novia o no, necesitas verte bien! —dijo señalándome con el dedo—. Arriba, en mi habitación, dejé el traje negro que tu papá usa para fiestas.

—Bueno... —Rodé los ojos—. Hablando de mi papá..., ¿aún no regresa del trabajo?

—¡Dijo que hoy se quedaría hasta tarde! —gritó desde la cocina—. ¡Pero no tardo en llamarle para contarle que vas a salir con una chica!

—¡Ni se te ocurra!

Reí mientras subía las escaleras hacia el cuarto de mis padres. Entré y me puse el traje negro con corbata roja que estaba perfectamente planchado sobre la cama. Para cuando salí, mi madre estaba esperando afuera de la puerta.

—Te ves bien... Algo me dice que tendrás nueva novia hoy —dijo, alzando una ceja.

—¡Mamá! —bufé sonrojado.

—Oye..., pero no me has dicho quién es la chica especial.

—¡Oh, cierto!... Se llama Alexandra.

—¡¿Alexandra?! —gritó alegre—. ¡¿Tu vieja amiga?!

Bueno, su respuesta comprobaba que yo era el único que la había olvidado.

—Así parece... —dije, recordando el hecho de que, hasta hace unas horas, no sabía ni quien era—. Me la encontré en la preparatoria y quedamos de vernos en la fiesta —dije, mientras bajaba las escaleras. —¡Oh!, por cierto..., ¿por dónde vive? —pregunté, fingiendo una sonrisa.

—Me contó que se había mudado a la casa verde, justo en la esquina de la otra cuadra —respondió, rápidamente—. Olvidé decirte que vino a buscarte mientras fuiste a jugar Nintendo ayer.

«No me digas», pensé con sarcasmo.

—Es un PlayStation, por el amor de Dios —le dije, mientras ponía en blanco los ojos.

—¡No me tuerzas los ojos! —gritó furiosa—. «Pleiesteychón» o lo que sea, ¡yo puedo decirle Nintendo si quiero!

Solté una risotada. Sean de alegría o de enojo, en mi casa siempre van a haber gritos.

—¡Bueno! Adiós, ma', te quiero mucho —dije, justo antes de salir de mi casa.

—Ve con cuidado. ¡Te amo, cielo!

Salí corriendo y abrí la puerta del carro, me senté en el asiento del conductor y el sonido de un mensaje hizo que revisara el celular.

Alex: Ya vas un minuto tarde.

Miré la hora y era cierto, ya eran las 8:01 p. m.

Yo: ¡Lo siento! Espérame afuera, en un minuto llego.

Alex: Los segundos se están contando.

Guardé mi celular, tomé las llaves del auto y lo encendí. Miré por el retrovisor para ver si mi pelo estaba bien y suspiré. Estaba listo... Listo para pasarla bien al lado de la chica más linda que alguna vez había visto.

Inmaduro Amor Ocasional (CORREGIDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora