Capítulo 4: Una Pequeña Amistad

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—¡Oye, Cindy!, ¿puedo ir a caminar a la playa? —pregunté a mi niñera haciendo ojitos de cachorro.

—Alex, acabamos de caminar, siéntate y miremos el atardecer juntas —respondió palmando la toalla que estaba a un lado de ella.

—Vamos, ¿sí? —Me quejé—. Si no quieres puedo ir yo sola —dije con sonrisa pícara.

—Tú sabes que no puedes ir sola a ningún lado.

—Claro que sí... Ya estoy grande, ya tengo 6 años —dije orgullosa, levantando los cinco dedos de mi mano y un dedo de la otra.

Cindy soltó una risotada.

—Está bien, pero solo hasta donde yo te mire.

—¡Gracias! —dije sonriendo.

Me di la vuelta y me fui dando saltitos. Caminé un poco mirando hacia el sol que cada vez se juntaba más con el agua. En eso vi una figura a lo lejos y me fui acercando poco a poco, cuando me acerqué lo suficiente vi que era un niño lanzando piedras al mar.

—¡Oye, niño! —grité con fuerza.

Él volteó y me saludó desde lejos con su mano, rápidamente empecé a correr para ir hacia él.

—Hola, hermosa, ¿cómo estás? —preguntó, alzando ambas cejas dos veces en forma de coquetería.

En ese momento me puse tan roja como un tomate, era la primera vez que alguien me decía hermosa, no sabía qué hacer, estaba tan avergonzada que, debido a los nervios, puse mis manos tapando mi cara.

—Oye, ¿qué te pasa?... ¿No te gustó lo que te dije? —preguntó el niño preocupado.

En ese momento estaba tan chiveada que, sin pensarlo, le di un pequeño golpe en el hombro con mi puño.

—Eso no se le dice a una niña... —dije tímidamente.

Él se acercó y tomó la mano que cubría mi rostro.

—Lo siento mucho, es que mi hermana me dijo que a las mujeres les gusta que les digan así.

—Pero yo no soy una mujer —dije murmurando—. ¡Soy una niña! —Levanté un poco la voz—. ¡Además, ni nos conocemos!

—Oh, lo siento... Soy Dany —Se presentó estirando su mano para que lo saludara.

—Soy... Alex... —dije tímida, mientras tomaba su mano.

—¡Gusto en conocerte!

Él movió la mano como un saludo y mi timidez se fue ocultando de a poco.

—Eres muy linda... Me gusta tu pelo —dijo mientras aún sostenía mi mano.

—¡Ya déjate de esas cosas! —grité y rápidamente quité mi mano para luego girar sobre mi propio eje.

Me había vuelto a sonrojar.

—¡Perdón! —dijo riéndose—. ¿Eres de por aquí?

Al fin había cambiado de tema. Me di la vuelta y respondí:

—Sí, vivo a unas casas de aquí.

—¡Qué bien! —gritó, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Yo igual!, me mudé hace poco.

—Oye..., ¿y qué andas haciendo por acá solito? — pregunté curiosa.

—Bueno... —dijo, sentándose en la arena con la mirada hacia el mar—, la verdad, me gusta estar aquí.

—A mí igual —dije, mientras me sentaba a la par de él.

—Me gustan las conchas que se encuentran por acá, —Tomó otra piedra y la lanzó al mar—, pero últimamente no he encontrado ninguna.

—A mí me gustan las estrellas de mar... —mencioné sonriendo, él me sonrió de vuelta—, pero jamás he tenido una de verdad... Al igual que las conchas solo se consiguen cuando la marea está lo más bajo posible y, por las mañanas, no me dejan venir.

—Sabes..., quiero ser tu amigo.

Dany se levantó y se sacudió la arena de su pantaloneta, yo también me puse de pie y sacudí la arena de mi vestidito.

—¡Vuelve aquí mañana! —dijo sonriendo—. Nos vemos a la misma hora.

Este dio la vuelta y comenzó a correr lejos de la playa.

—¡Te estaré esperando! —gritó, mientras cruzaba la calle con una mano en el aire y se perdía en la entrada de uno de los residenciales que estaban por ahí cerca.

Segundos después, una mano tocó mi hombro haciéndome estremecer del susto y, rápidamente, me di vuelta.

—Oye, te fuiste muy lejos —dijo Cindy.

—¡Casi me matas! —grité, tocándome el corazón.

—¡Vamos a casa! El sol ya se escondió.

Ella señaló hacia el mar y yo voltee a ver, en el horizonte solo se miraban los últimos rayos de luz anaranjada. La niñera tomó mi mano y comenzamos a caminar de regreso a casa.

El día siguiente fue muy aburrido, nunca había algo que hacer por las mañanas del fin de semana, y ya cuando estaban llegándose las cinco de la tarde., le rogué a Cindy que volviéramos a ir a la playa. Ella, al ver que casi lloro, accedió. Cuando por fin llegamos, la solté de la mano y comencé a mirar por todas partes tratando de encontrar a Dany.

—Voy a ir a caminar —dije rápidamente.

—Oye, no te vayas a ir lejos, oíste —amenazó, señalándome con el dedo.

—¡Está bien!

A lo lejos logré ver una silueta y salí corriendo a ver si era Daniel, pero cuando me acerqué vi que solo era un basurero que estaba cerca de la playa. Ya me había desilusionado, pensaba que probablemente Daniel no pensaba regresar, o que tal si vino y yo no estaba. En eso una mano tocó mi hombro.

—¡Cindy, no he ido tan lejos! —bufé molesta, mientras me daba la vuelta.

—¡Hola! —dijo Dany sonriendo.

—¡Hola! —saludé avergonzada.

—¿Quién es Cindy? —preguntó confundido.

—¡Nadie! —respondí, tratando de ocultar mi error.

En eso noté que, del lado izquierdo de su frente, un poco arriba de su ceja, tenía una gaza de tela blanca pegada con cinta adhesiva cubriendo una herida.

—¡¿Qué te pasó?! —grité sorprendida.

—Nada... —respondió, mientras se tocaba la gaza—. Es solo un rasguño. Lo importante es esto.

Miré que tenía una mano atrás de su espalda y, enseguida, la movió y la puso frente a mí. No podía creer lo que tenía en su mano.

—¡Guau! ¡¿Cómo la conseguiste?! —grité de emoción.

Era una estrellita de mar real, la tomé y le di un fuerte abrazo como si de un pequeño peluche se tratara.

—Andaba paseando y me la encontré —dijo, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Te gusta?

—¡Me encanta! —respondí inmediatamente.

Me acerqué y le di un pequeño beso en la mejilla. De inmediato, noté que se había sonrojado y solté una corta risotada. Desde ese día prometí que siempre estaría junto a Dany, se había convirtió en alguien especial para mí.

Inmaduro Amor Ocasional (CORREGIDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora