Capítulo 27: Lo Bueno No Dura Para Siempre

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Después de lo de la cafetería, a toda la preparatoria se le marcó una falta en el expediente; y cuando digo a todos, me refiero absolutamente a todos. No importaba si eras de primer ingreso o si ya era tu último año, tendrías marcado el curriculum por «desorden y vandalismo». Eso sin contar las veinte horas de detención que teníamos pendiente por cumplir. Incluso, terminamos tomando turnos por grupos de treinta personas en el salón de detención. Jamás se había visto tan lleno ese lugar, hasta el director Brown disfrutaba ver a tantos estudiantes sentados trabajando en silencio.

Josh fue el que más sufrió las consecuencias. A parte de la marca en el expediente y las horas de detención, tuvo que limpiar por si solo toda la cafetería y después cumplir varias tareas adicionales de servicio comunitario. Miguel, Alex y yo nos vimos comprometidos a ayudarlo ya que la pelea había sido nuestra culpa; pero, de igual forma, no pasamos por alto la oportunidad de reírnos de su desgracia.

—¿Qué harás al salir? —preguntó Alex con una sonrisa de oreja a oreja—. Hoy son nuestras últimas horas de detención.

—¡Al fin, libertad! —grité, alzando mis manos al aire—. Ni idea... —respondí en un suspiro—. ¿Tienes algo en mente?

—No lo sé... —balbuceó, fingiendo recordar algo—. La verdad... ¡Sí!

—A ver... Te escucho.

—Es una se-cre-to —mencionó en tono infantil.

Rodé los ojos.

—¡Ay vamos, Alex! Dime...

—¡No! Tú siempre me llevas a conocer lugares nuevos y nunca me dices a donde vamos, hoy iremos a hacer algo que a mí me encanta y también será una sorpresa.

Rodé los ojos de nuevo, pero esta vez con una sonrisa de medio lado.

—Está bien... Lo haremos a tu manera.

Los ojos de Alex se iluminaron para luego abalanzarse sobre mi abrazándome por el cuello. Rápidamente, la tomé de la cintura y la sostuve en el aire por un momento. Me encantaba verla feliz, eso era algo indiscutible.

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Las últimas dos horas de detención fueron las peores. La ansiedad nos estaba matando a todos en el salón, el sonido del «tic tac» resonaba en nuestras cabezas haciéndonos voltear la mirada hacia el reloj cada dos por tres esperando que al menos se hubiera movido un poco la manecilla pequeña. Cuando al fin sonó el timbre, todos nos levantamos de golpe y, sin siquiera despedirnos del director, salimos corriendo en estampida por todo el pasillo... Al fin éramos hombres libres.

—¿Segura que puedes manejar? —pregunté preocupado, Alex me miró de reojo mientras entraba al asiento del piloto.

—¡Si! —respondió tomando el volante—. Eres peor que mi mamá. Ahora... Ponte esto —dijo, entregándome una venda para los ojos.

—¿Es en serio? —pregunté, observando aquel pedazo de tela.

—Sí.

—¿Pretendes que no mire cuando nos mates?

Alex puso los ojos en blanco.

—Pretendo que no mires a donde te llevo.

—¿A la tumba? —dije alzando una ceja.

—¡Dame eso! —gritó arrebatándome la venda de las manos, no pude evitar reír—. Eres un exagerado... —murmuró mientras la colocaba alrededor de mi cabeza—. ¡Listo!

—Muy bien... Ahora mátanos con cuidado, por favor —Alex soltó un puñetazo directo en mi brazo—.¡Auch! —pujé entre risas.

—Ya déjate de bromas y ponte esto también.

Inmaduro Amor Ocasional (CORREGIDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora