Capitulo 14

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pues se mecía de un lado a otro con suave balanceo, uniforme y constante. Luego de advertir en una rápida ojeada todo esto, reanudé el relato de sir Launcelot, que decía así:
«Y entonces el campeón, habiendo escapado a la terrible furia del dragón, y recordando el escudo de bronce y que el encantamiento que sobre él pesaba estaba roto, apartó aquella masa muerta de su camino y avanzó valerosamente por el argentado pavimento del castillo hacia el lugar del muro donde colgaba la adarga; la cual, en verdad, no esperó su llegada, sino que cayó a sus pies sobre el pavimento de plata con grande y terrible fragor.»
Apenas habían salido de mis labios las últimas sílabas de estas palabras, cuando —como si realmente hubiera caído en aquel momento un escudo de bronce sobre un suelo de plata— percibí el eco claro, profundo, metálico y resonante, si bien sofocado en apariencia. Excitado a más no poder me puse en pie de un salto, pero el acompasado balanceo de Usher no se interrumpió. Me precipité hacia el sillón donde estaba sentado. Sus ojos estaban fijos ante sí y una rigidez pétrea contraía su fisonomía. Pero cuando posé mi mano sobre su hombro, un fuerte estremecimiento recorrió todo su ser, una sonrisa malsana tembló en sus labios y vi que hablaba con un murmullo bajo, presuroso, balbuciente, como si no se diera cuenta de mi presencia. Inclinándome sobre él y de muy cerca, bebí por fin el horrendo significado de sus palabras:
—¿No lo oyes? Yo lo oigo, sí. Lo oigo y lo he oído. Durante mucho, mucho, mucho tiempo... muchos minutos, muchas horas, muchos días lo he oído... pero no me atrevía... ¡Ah, piedad para mí, mísero desdichado que soy...! ¡No me atrevía... no me atrevía a hablar...! ¡La enterramos viva en la tumba! ¿No te dije que mis sentidos están agudizados? Ahora te digo que percibí sus primeros movimientos, débiles en el fondo del ataúd. Los oí hace muchos, muchos días, y sin embargo no me atreví, no me atreví a hablar... Y ahora, esta noche, precisamente esta noche... Ethelred... ¡ja..., ja..., ja...! ¡La puerta rota del ermitaño... el alarido de muerte del dragón... el estruendo del escudo...! ¡Di mejor el ruido de la tapa del féretro al rajarse y el chirrido de los goznes de hierro de su prisión y su lucha dentro de la cripta en el abovedado pasillo revestido de cobre! ¡Oh...! ¿Adónde huiré? ¿No estará aquí dentro de un momento? ¿No va a aparecer dentro de un instante para reprocharme mi precipitación? ¿No acabo de oír sus pasos en la escalera? ¿No distingo el pesado y horrible latir de su corazón? ¡INSENSATO!
Y en este momento se puso en pie furiosamente de un salto y aulló estas palabras, como si en ese esfuerzo exhalase su alma:
—¡INSENSATO! ¡TE DIGO QUE ESTÁ AHORA AL OTRO LADO DE LA PUERTA!
En el mismo instante, como si la sobrehumana energía de sus palabras hubiese adquirido la potencia de un hechizo, los enormes y antiguos batientes que Usher señalaba, entreabrieron pausadamente sus pesadas mandíbulas de ébano. Aquello se debió a una violenta ráfaga, pero allí, en el marco mismo de aquella puerta, estaba la alta y amortajada figura de lady Madeline Usher . Había sangre sobre sus blancas ropas y señales evidentes de enconada lucha en toda su demacrada persona. Durante un momento permaneció trémula y tambaleante sobre el umbral; luego, con un grito sofocado y quejumbroso, cayó pesadamente hacia adelante, hacia el cuerpo de su hermano, y en su violenta y ahora definitiva agonía le arrastró al suelo, ya cadáver, y víctima de los terrores que él mismo había anticipado.
Huí horrorizado de aquella estancia y de aquella mansión. Afuera, la tempestad se desencadenaba aún con toda su furia cuando franqueé los umbrales y crucé la vieja calzada. De pronto, una luz intensa y extraña se proyectó en el sendero y me volví para ver de dónde podía brotar claridad tan insólita, pues sólo la inmensa mansión y sus sombras quedaban ahora a mis espaldas. Aquella irradiación provenía de la luna llena, que con un tono de rojo sangre descendía brillando con intensidad a través de aquella fisura casi imperceptible que recorría en zig-zag el edificio entero desde el tejado hasta la base, como dije al principio. Mientras la contemplaba, aquella grieta se ensanchó con rapidez, de nuevo vino una impetuosa ráfaga del torbellino; el disco completo del satélite irrumpió de pronto ante mis ojos y mi mente vaciló cuando vi los pesados muros desplomarse hechos trizas; resonó un largo y tumultuoso estruendo como la voz de mil cataratas, y el estanque profundo y fétido situado a mis pies se cerró tétrica y silenciosamente sobre los restos de la CASA DE USHER.

METZENGERSTEIN
Pestis eram vivus - moriens tua mors ero. [7]
( MARTÍN LUTERO )
El horror y la fatalidad han aparecido libremente en todas las edades. ¿Por qué atribuir entonces una fecha a la historia que voy a contar? Baste decir que en la época de que hablo existía en el interior de Hungría una arraigada, aunque oculta, creencia en las doctrinas de la metempsicosis. De estas doctrinas mismas —esto es, de su falsedad o de su probabilidad— nada diré. Afirmo, sin embargo, que gran parte de nuestra incredulidad (como dice La Bruyère, de toda nuestra infelicidad) vient de ne pouvoir être seuls [8] .
Pero en algunos puntos la superstición húngara tendía por completo a lo absurdo. Ellos —los húngaros— diferían esencialmente de sus autoridades orientales. He aquí un ejemplo: el alma —afirman, y cito las palabras de un agudo e inteligente parisiense— ne demeure qu'une seule fois dans un corps sensible: au reste un cheval, un chien, un homme même, n'est que la ressemblance peu tangible de ces animaux [9] .
Las familias de Berlifitzing y Metzengerstein se hallaban enemistadas desde hacía varios siglos. Jamás hubo dos casas tan ilustres agriadas mutuamente por una enemistad tan mortal. El origen

El pozo y el pénduloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora