TÚ Y YO

4.

VIEJAS AMISTADES

+ Thomas Wilson +

Es sábado, y mientras miro el nublado cielo de la tarde escucho una canción —de la cual no recuerdo el nombre— pero sé que es de The Rolling Stones.

Mi vista viaja del cielo gris a la carretera. Pensando en la conferencia informal que tengo dentro de un par de horas en la casa de Barrett, uno de los gerentes ejecutivos de Marketing de la empresa —y uno de los mejores amigos de Richard, mi padre—.

No conozco a fondo la historia, pero según sé, ellos se conocieron por la unión de sus familias hace bastantes años, siendo así los hombres a derecho de herencia a las empresas, y por eso mismo, llevados a ser socios en estas.

Hace muchos años que no lo veo, ya que normalmente lo visitábamos en mis vacaciones de verano después del colegio, siendo así una clase de tradición familiar en aquel entonces, cuando seguíamos juntos.

Doy un giro a la derecha y entro en una especie de urbanización, cada casa es más grande y lujosa por más kilómetros que recorro y al fin, casi llegando a lo último, entro por una rejilla automática que se mueve una vez digo mi nombre por el comunicador.

Ya delante de la puerta toco el timbre y en menos de un minuto abren, apareciendo detrás de ella una señora que conozco muy bien...

—¡Pero mira cuánto has crecido, chico!— suelta con alegría y nostalgia, balanceándose sobre mi, dándome un abrazo familiar y caluroso.

—No puedo decir lo mismo, Mary.—digo, correspondiendo al abrazo.

—Ay, cariño mío.—ella suelta una risa, dejándome pasar a la espaciosa casa.

Mary me guía como antaño y recuerdos agradables me invaden. Ella ha sido la empleada de este hogar antes de que yo pisara por primera vez este lugar... Es decir, más años de los que puedo contar.

—¿Y cómo te va la vida, cariño? ¿Sigues siendo igual de travieso?— Las arrugas de sus ojos son más notables cuando sonríe, haciéndome sentir algo mejor ante la situación.

—¿Me ha visto la ropa? —cuestión con burla fingida— Ya soy todo un empresario.

—Eso veo, chico mío— entramos al salón y me guía, señalándome un sofá— Siéntate ahí, están a punto de llegar. ¿Quieres algo?

—Nada, gracias.

Ella asiente y sale del espacio, aún con su cara de felicidad.

Mary era aquella mujer que cuidaba de nosotros.
Al ser tan pequeños teníamos que estar vigilados por un adulto para no hacer algún daño o travesura —más de las que causábamos a diario ella y yo—.

••••

No pasó mucho tiempo cuando entraron al gran salón Barrett y Richard, charlando animadamente como viejos amigos de años incontables.

Barrett es un hombre alto, de pelo negro y ojos del mismo color, con un carácter amable pero demasiado serio cuando se trata de cosas relevantes y muy personales.

Cuando me vió, sus ojos me analizaron con curiosidad, como si viera los pros y contras de alguien que ya no es apegado afectuosamente a él.