⏳ CAPÍTULO 2 ⏳

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Elizabeth

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Elizabeth

El sol se colaba entre las cortinas, inundando toda la habitación con luz. Poco a poco, Elizabeth fue abriendo los ojos. Se sentó al borde de su cama y miró las cortinas que volaban con la brisa. Había olvidado cerrar las ventanas, algo curioso porque siempre lo hacía antes de irse a dormir. Se levantó y se apoyó en el barandal para ver cómo el sol iluminaba la cascada. La luz se proyectaba en ella, dándole el aspecto de estar hecha de fuego. El viento movía su cabello, pegándolo a su cara. Alguien tocó la puerta.

—Pase, por favor —dijo, mirando hacia la puerta.

Martha había entrado con el ceño fruncido.

—El señor Williams la espera abajo para su paseo —dijo con un tono amargo.

Elizabeth lo había olvidado. Hoy era su cumpleaños, pero de alguna manera ese recuerdo se le había escapado. Toda la semana había estado hablando de eso, pero extrañamente había olvidado que su cumpleaños era ese día.

—En unos momentos bajo —respondió Elizabeth con una sonrisa.

Martha le dio una última mirada y salió de la habitación. Elizabeth corrió hasta su armario, que más bien parecía una pequeña sala, ya que además de tener espacio para guardar toda su ropa, tenía un pequeño juego de sala con una mesita en el centro. Se acercó a uno de los cajones donde guardaba sus blusas, sacó una blusa blanca y luego fue a donde tenía colgados sus pantalones. Tomó uno con algunos cortes en las rodillas. Después, eligió unos tenis negros.

Tras cambiarse, se miró en el espejo de cuerpo completo; no le quedaba nada mal. Luego, sus ojos viajaron hasta su cabello rubio. Tomó una liga y se hizo una coleta de caballo. Elizabeth se volvió a mirar en el espejo: ya estaba lista. Tomó una chamarra de mezclilla y salió de su armario.

Corrió fuera de su habitación y caminó por el pasillo para bajar las escaleras. Mientras descendía, vio a su padre mirando el enorme retrato de su madre. Estaba de espaldas a las escaleras, así que ella se acercó a él y se colocó a su lado, también observando el retrato.

En el retrato, su madre estaba sentada en uno de los sofás de la sala, con su fino y hermoso rostro mirándolos. Su cabello rubio caía en cascada por sus hombros y sus manos estaban cruzadas. El hermoso vestido blanco que llevaba era el mismo que había usado cuando se casó con su padre. El señor Williams no había notado la presencia de su hija, y dio un pequeño salto al verla a su lado.

—Hola, pequeña —la saludó con una sonrisa.

—Hola, papá —respondió Elizabeth.

—Te pareces a ella —dijo el señor Williams sin dejar de mirar la pintura.

Elizabeth miró la pintura y su padre tenía razón. La señora Williams y ella se parecían mucho. Tenían los mismos ojos grises y la misma nariz, y era la única en la familia que había heredado el cabello rubio de su madre. Anne y Penélope eran idénticas al señor Williams: los mismos ojos marrones, la misma altura, la misma tez. Elizabeth no había heredado nada de él, solo el apellido.

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