⏳ CAPÍTULO 3 ⏳

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Elizabeth

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Elizabeth

Elizabeth se quedó observando el reloj. Era muy antiguo, de oro, aunque con el paso del tiempo había perdido su color y brillo. La tapa estaba algo desgastada. La abrió y vio que el cristal estaba empañado. Las manecillas todavía funcionaban, pero los números casi no se distinguían. Tenía una cadena de oro para que lo sujetara al cuello o lo amarrara a algo, así no lo perdería.

—¿Te gustó tu regalo? —le preguntó su padre.

—Sí, es muy antiguo —Elizabeth apartó la mirada del reloj para mirar a su padre—, pero muy lindo.

—Me alegra que te haya gustado —dijo su padre con una sonrisa—. Es una reliquia familiar, un reloj que se pasa de generación en generación.

—Pero si se pasaba de generación en generación —dijo ella mirando nuevamente el reloj—, ¿por qué me lo diste a mí?

—Porque cada tercer hijo tiene que tener el reloj —respondió—. Se suponía que debía ser a cada hijo varón, pero como solo tuve hermosas hijas, las reglas han cambiado.

—Muchas gracias, papá.

—Todo sea por mi princesa más pequeña.

Elizabeth sonrió al escuchar las palabras de su padre. Un mesero se acercó a ellos para tomar su orden, y ambos pidieron los platillos que más les llamaban la atención.

Elizabeth guardó su nuevo reloj en la caja donde su padre se lo había entregado.

—¿Desde cuándo es esta reliquia familiar? —preguntó Elizabeth.

Su padre la miró con atención.

—La verdad, no lo sé —respondió el señor Williams—. Yo hice la misma pregunta cuando me lo dio tu abuelo, pero él me dijo que nadie de la familia sabía de dónde había llegado este reloj, solo tu tatarabuelo Gabriel, pero nunca quiso hablar de ello.

El señor Williams dejó de contar la historia porque el mesero llegó con sus platillos. Ambos le agradecieron y comenzaron a probar la comida.

—¿Entonces nadie de la familia sabe la historia del reloj? —preguntó Elizabeth, incrédula.

Su padre asintió con la cabeza ya que se había metido a la boca un trozo de carne que había cortado.

Siguieron comiendo y ya no hablaron más sobre el reloj.

Cuando terminaron de comer, el señor Williams pidió la cuenta y Elizabeth solo miraba su reloj, como si fuera un enigma que no pudiera descifrar.

Iban por la carretera de regreso a casa. Después de comer en el Cristal, fueron a una tienda de discos de vinilo para comprar el nuevo álbum de una de las bandas favoritas de Elizabeth, luego fueron a una tienda de ropa para comprar unos tenis nuevos y unas blusas que ella ya había visto anteriormente.

Sobre tiempo ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora