⏳ CAPÍTULO 14 ⏳

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Adham

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Adham

Adham observaba cómo el sol se ocultaba entre las colinas, fastidiado de que todos cuestionaran su plan para infiltrarse en el castillo de Elora Goldenlight. En las últimas tres reuniones, Elizabeth había asistido y siempre prestaba mucha atención a todo lo que se discutía, aunque todavía no estaba de acuerdo con el secuestro de Elora. Sin embargo, tenía que mantenerse en su papel para no revelar su secreto. Adham dejó de mirar el sol para dirigir su atención hacia la pequeña Elizabeth, que no dejaba de maquinar nuevas ideas para el plan.

—¡Ya basta! —espetó Nerea, igual de fastidiada que Adham—. Dejen de pensar que el plan no funcionará.

—Nerea, ¿has prestado atención a lo que tenemos que hacer? —preguntó uno de los tripulantes con el ceño fruncido—. Todo lo que vamos a hacer es una misión suicida.

—Tal vez para ustedes sea una misión suicida, pero hemos hecho cosas peores que entrar a un castillo —replicó Nerea, mirando a la tripulación con desprecio.

—Nerea tiene razón —intervino Dorian—. Hemos enfrentado situaciones más difíciles, y ahora que nos enfrentamos a una misión que puede definir el futuro de muchas personas, no podemos echarnos atrás.

Adham, apoyado en una viga, los observaba desde lejos.

—Por una buena razón los elegí para esta misión —habló Adham entre las sombras, avanzando hacia ellos—. Son fuertes, tienen habilidades únicas, inteligencia y valor... Pero me estoy dando cuenta de que en realidad son unos cobardes asustadizos que carecen de todas esas cualidades.

Adham los miraba con enfado, sus ojos azules parecían ahora negros, al menos desde la perspectiva de Elizabeth. Los tripulantes se encogían de hombros, avergonzados. No estaban acostumbrados a que su capitán los ofendiera o regañara, ya que siempre cumplían las misiones que se les ordenaban. Sin embargo, ahora se comportaban de manera diferente.

—Si alguno de ustedes no quiere seguir con la misión, puede abandonar la tripulación ahora mismo —declaró Adham con firmeza.

Nadie se movió. Todos lo miraban avergonzados.

—Perfecto. Nadie quiere irse —continuó Adham, aún molesto—. Nos vemos mañana en el baile de Elora. Y si descubro que alguien abandona el plan, no se preocupen, nadie morirá en la misión; me encargaré personalmente de ello.

Todos se empezaron a dispersar, y Adham simplemente se quedó plantado en su lugar sin decir ni hacer nada más. Elizabeth se acercó a él; respiraba pesadamente y su mirada seguía clavada en la mesa que contenía los planos del castillo. Ella observaba esos ojos de un azul oceánico, pero que ya no estaban; en su lugar, había un negro que casi cubría el iris. Tomó su rostro y lo obligó a mirarla. Los brazos tensos de Adham empezaron a relajarse, su boca, que antes estaba apretada, ahora se aflojaba, y sus ojos volvían a recuperar ese azul que Elizabeth conocía tan bien.

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