⏳ CAPÍTULO 4 ⏳

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Elizabeth

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Elizabeth

Oscuridad era todo lo que la rodeaba. Estaba recostada en algo que le lastimaba la espalda, pero no sabía qué era. Elizabeth trató de buscar algo para iluminar el lugar en donde se encontraba. De repente, sintió algo que colgaba de su cuello. No podía verlo, sin embargo, era algo pesado. Lo tomó y, pasando sus dedos, supo lo que era: era el reloj. Trató de abrirlo para que saliera la luz extraña que anteriormente había salido en su habitación, pero la tapa se abrió y no brotó ninguna luz.

Giró su cabeza a todos lados, hasta que volteó hacia arriba y pudo vislumbrar una luz. Esa luz se movía, así que la siguió, hasta que chocó con algo que hizo que su rodilla sintiera mil hormiguitas caminando sobre ella.

—¡Au! —Elizabeth no pudo evitar hacer ruido.

Una puerta se abrió sobre su cabeza y pudo ver, por fin, la luz de una vela. Un hombrecillo bajó las escaleras de madera donde Elizabeth se había golpeado la rodilla. La miró y la tomó del brazo con brusquedad y la guió escaleras arriba, hasta que por fin salió a la superficie de... un barco.

Estaba en un barco.

¿En qué momento llegué aquí?, pensó Elizabeth, mirando a su alrededor.

Era todavía de noche y podía ver las estrellas. Había muchos hombres que vestían ropas andrajosas; algunos llevaban parches en los ojos, otros tenían botas y algunos iban descalzos. Todos apuntaban rifles o espadas hacia ella. Elizabeth bajó la mirada y miró su atuendo. Ya no tenía el pijama; ahora tenía un traje de esos de piratas. Llevaba una capa azul, un pantalón negro, una camisa blanca, unas botas negras y, en su cuello, yacía el reloj que se ocultaba dentro de la camisa. El hombrecillo que la había llevado hasta ellos la miraba con mucha curiosidad.

—Capitán, tenemos una espía —gritó él.

—¡No soy una espía! —espetó Elizabeth, mirando al hombrecillo con el ceño fruncido.

—¿Entonces quién eres? —le preguntó una voz masculina. Un hombre salía de una puerta que estaba debajo del timón del barco. No podía verlo muy bien, estaba bajo la sombra de las velas del barco. Al ver que Elizabeth no respondía, le volvió a preguntar—: ¿Quién eres?

Cuando se fue acercando a ella, la tripulación se iba apartando para dejarlo pasar, y fue entonces cuando lo pudo ver mucho mejor. Era un hombre muy atractivo, tenía una tez varonil, pero a la vez muy fina, su cabello negro estaba peinado hacia atrás, tenía una ligera barba que le quedaba perfecta y sus ojos, sus ojos azules, eran azules como el océano mismo. Elizabeth, al verlo, lo primero que se le vino a la mente fue un cuervo. Se acercó a ella, y ella sentía como sus ojos la penetraban, haciéndola sentir muy vulnerable.

—Volveré a preguntar y espero que me respondas —arrastró las palabras y se acercó más a ella—: ¿Quién eres?

—Soy... Elizabeth Williams —respondió Elizabeth, trabándose un poco.

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