⏳ CAPÍTULO 24 ⏳

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Elizabeth

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Elizabeth

En el viejo camarote se encontraban Adham y Elizabeth todavía abrazados, con sus cuerpos desnudos cubiertos por las sábanas de la cama. Ella tenía su cabeza recostada en el pecho de él, mientras pasaba su dedo con suavidad por la cicatriz que tenía desde la mandíbula hasta el pecho y terminaba en su corazón. Adham acariciaba la espalda de ella con tranquilidad, mirando el techo, perdido en sus pensamientos.

—¿Adham? —Elizabeth se había separado de él para mirarlo a los ojos. Adham centró toda su atención en ella—. ¿Crees que... que mis gemidos se escucharon afuera? —se veía algo avergonzada.

Adham comenzó a reírse con muchas ganas y Elizabeth lo miraba enojada.

—Adham, no le veo lo gracioso.

Adham dejó de reírse para mirarla.

—Lo siento, cariño.

—¿Por qué te ríes? Es en serio.

Adham se acomodó en la cama, colocando sus brazos detrás de su cabeza y mirándola con una sonrisa pícara.

—Elizabeth, creo que tus gemidos se escucharon hasta la isla más cercana y, si no, hasta más lejos —respondió Adham. Elizabeth se cubrió el rostro con sus manos, roja de vergüenza—. Pero si lo que te preocupa es que se hayan escuchado acá afuera, te aseguro que no.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Elizabeth, estaban bebiendo mucho ayer, ¿no escuchabas sus berridos? Que seguramente estaban cantando, aunque no lo pareciera. Además, estaban demasiado ebrios, no recordarán nada y te aseguro que muchos se durmieron antes de que pasara todo —dijo Adham. Elizabeth seguía algo insegura—. Cariño, no te preocupes por ellos.

Elizabeth se recostó nuevamente en su pecho.

—A mí me encantaría escucharte gritar y gemir mi nombre toda mi vida, no importa quiénes estén a nuestro alrededor.

Elizabeth empezó a reírse y Adham le daba besos en la frente.

Siguieron así por unos minutos más, mientras Elizabeth se hacía una pregunta que la había intrigado desde la primera vez que lo vio sin camisa.

—Cuervo, ¿por qué tienes esa cicatriz? —Elizabeth había dejado de pasar su dedo por la cicatriz.

Adham suspiró y volvió a mirar el techo.

—Me la hizo mi padre cuando tenía catorce años —respondió Adham sin mucho entusiasmo.

—Adham, si no quieres hablar...

—No, está bien, en algún momento tenía que hablar de ello —Adham dejó de acariciar la espalda de ella—. Cuando tenía unos seis años, mi padre me enseñó a usar la espada, ya que, como era —bueno, es— uno de los piratas más buscados hasta la fecha, siempre me obligaba a aprender a usar la espada a la perfección. Y bueno, claro, también quería que fuera un gran capitán, obvio no mejor que él. Al cumplir catorce, yo era el más hábil usando una espada con tanta determinación que siempre me ponía a luchar contra alguien. Decían que parecía que volaba y, bueno, nadie me podía ganar. Un día llegamos a un puerto del mar oscuro, y nos quedamos unos días. En ese lugar no había personas que pudieran delatarnos, ya que le tenían mucho miedo a mi padre y, claro, también porque mi padre tenía a sus secuaces. En esa isla conocí a una chica, era muy linda...

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