#7 - Pero no los mismos pensamientos.

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—¡Se fue por ahí! 

Corrí. 

No tenía tiempo de pensar, tenía que actuar, así que no me detuve ni por un minuto a pesar de que mi vestido era un inconveniente a la hora de correr, me apresuré a ir de callejón en callejón queriendo desaparecer de la vista de la policía, puesto que ese era el único objetivo que en esos momentos debía de tener. 

Podía oírlos gritando, preguntándose acerca de su negligencia: ''¡ha vuelto a escapar! ¡¿Cómo han podido permitir que esto sucediera?!'' podría haberles respondido de no ser porque eso habría expuesto mi localización. Decidí continuar mi viaje cuando recuperé el aliento, caminando de prisa hasta llegar al pasadizo que me regresaría al muro Rose y con ello a la cabaña. Me deslicé por las alcantarillas sin darme el lujo de aguantar la respiración para no inundar mis fosas nasales del olor nauseabundo de estas. Llegué a mi destino tan desaliñada como era posible después de correr un maratón y arrastrarme por los rincones más inhóspitos de las ciudades amuralladas. 

Cuándo contacté con una zona segura me deshice del vestido. Ya estaba impregnado con el fétido aroma de las alcantarillas, ningún perro bien entrenado podría identificar que me pertenecía en dado caso de que quisieran localizarme a toda costa. Y el vestido tampoco me pertenecía realmente, lo sentía mucho por quien sea que le haya pertenecido en primer lugar. Tendría que conseguirme uno nuevo para pasar desapercibida. 

Luego me percaté de la hora y me apresuré en llegar a la cabaña. Cuando conseguí llegar, entré como pude, me recosté en mi cama con cuidado de no despertar a nadie y cerré los ojos... Solo para que me tocara volverlos a abrir porque salió el sol y ya era momento de reunirnos con los demás para el entrenamiento. Sé que llegué a dormir dos horas pero no fue suficiente, el cansancio me estaba matando. Casi me quedo dormida mientras buscaba mi sudadera, pero el cuchicheo conseguía traerme a la realidad.

Acabé rato más tardé tirando a Eren al piso, —que no era algo nuevo—, ya que pese a mi notorio cansancio derribar al idiota me era fácil gracias a su impulsividad.

—¡Annie! —chilló, sobando la parte trasera de su cabeza con una mueca de dolor—, ¡¿Qué rayos fue eso?!

Rodé los ojos, dejando una mano sobre mis caderas.

—No es mi culpa si no consigues esquivar mis movimientos.

—¡Me tomaste desprevenido! —volvió a levantarse, quitándose el sudor que se deslizaba por la frente antes de ponerse de nuevo en posición—, no te pido que no te contengas, pero de nada me sirve si al final no me enseñas que hacer, dijiste que me ibas a entrenar pero lo único que has estado haciendo es tirarme al suelo, ¡eso ni siquiera debería considerarse como una pelea!

Denme paciencia...

No era una buena maestra, era mi primer trabajo de ese tipo y aún no me creo que fuese por mi voluntad. De algún modo me agradaba saber que los conocimientos de lucha que mi padre me inculcó —un poco a la fuerza—, no fueran en vano. Y de acuerdo, sé que parece bobo que yo, una chica que se suponía que con sus compañeros acabaría con las personas restantes de la isla Paradis en cuanto cumplieran con su objetivo de localizar a la coordenada, se entretuviera enseñándole a un chico idiota que nunca comprendería la verdad acerca del mundo en que nació como defenderse y sacar buena pelea.

No quiero justificar mis acciones, porque no hay justificación ni mucho menos lógica en todo lo que sucedió desde mi llegada a esa isla. Nada de lo que ocurrió ahí estuvo planificado, o siquiera considerado una posibilidad, y eso tanto me sorprende como desconcierta, ¿como era que ningún capitán o comandante Marleyana pensó en que enviar a cuatro niños a una misión suicida podría ser una pésima idea?, porque lo era, aun cuando éramos solo tres y no cuatro como en un inicio, con cada día que pasaba acabamos queriendo creernos más y más la mentira que armamos para pasar desapercibidos. Jugar a ser soldados, y creer que lo éramos en lugar de guerreros, a veces era tanto un alivio como un infierno en la tierra. Esa misión no se nos debió dar, éramos niños con cargas demasiado pesadas para nuestra corta edad, íbamos a colapsar en cualquier momento y nada ni nadie lo iba a impedir... Pero todos ignoraron el hecho de quizá quisiéramos ser un poco normales y quizá quisiéramos ignorar esas cargas y jugar como los niños normales hacían.

Donde los sueños mueren. | AruannieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora