#3 - Y un día, ellos se conocieron

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—¡Otra vez de último, Arlert! 

No me sorprende. A nadie, de hecho. Parece un día de entrenamiento como cualquier otro en el que ha ocurrido lo habitual. Armin está de último, y yo junto con algunos otros, llevo la delantera. 

Las actividades físicas nunca fueron su fuerte y para ser sincera, mi primera impresión de él no fue por tanto gran cosa. Era débil, y por como iban las cosas, pensé sería de los primeros en morir en cuanto llegase el día en que tuvieramos que seguir avanzando con la misión. No le tenía fe, caería entre los escombros y se perdería entre una orda de cadáveres nauseabundos puesto que ese el destino prescrito de todos en la isla Paradis. No había una razón por la cual tuviese que pensar diferente. 

No detecté en él una posible amenaza, —al menos no al principio—, y por ello pasó de largo para mí durante las primeras semanas. Al menos así fue hasta que descubrí que tenía una inteligencia desbordante que superaba por mucho al de resto de personas, y eso podía ser beneficioso dependiendo del modo en que fuese usado. No es que sintiera un gusto particular por pasar el rato con nerds, o por pasar el rato siquiera con personas a las que traicionaría, pero hay una ocasiones en las que no podía —puedo—, darme el lujo de ser completamente indiferente con mi entorno. 

La primera vez que podríamos interactuar con normalidad sería cuando se nos encomendara una de las primeras evaluaciones escritas que tendríamos. No me pareció gran cosa el enterarme de que tendría que hacer un examen, ¿qué no era obvio que al entrar en el ejército tarde o temprano llegarían las pruebas de ese tipo? Y aunque estaba más acostumbrada a los entrenamientos rigurosos que se nos daban diario, un examen a papel era mucho más fácil de llevar. Fastidioso, eso si, al fin y al cabo la información que fuese a memorizar no me serviría para cuando volviera a casa, pero era necesario mantener un promedio y de esa manera, también las apariencias. 

La biblioteca donde generalmente los cadetes íbamos a estudiar era simple, pero con la información suficiente para saciar a los ratoncillos de biblioteca, tendría apenas un par de hileras de estanterías con numerosos espacios de libros que faltaban y un par de mesas de madera donde se podría leer y reposar. No me fue sorprendente ver a Armin ahí, quizá una o dos semanas antes de ese día lo había pillado en el mismo lugar cuando quise ir e investigar un poco acerca de la historia del pueblo Eldiano que se refugiaba en las murallas. 

En realidad, aquel día traté de tomar uno de los libros de una estantería cuando le noté del otro lado, leyendo de reojo un libro que había seleccionado. Apenas nos miramos por una fracción de segundo, entonces decidí darme la vuelta y alejarme hasta una mesa al fondo. Le habría cuestionado en aquella ocasión si tenía algún conocimiento acerca de la historia de su gente, pero no tardé mucho en descubrir que todos eran ignorantes, y aunque presumiera de un gran intelecto, posiblemente al igual que el resto fue privado de la verdad que corría por sus venas y le condenaba. 

 Pero las circunstancias cambiaron. La primera prueba escrita le hizo destacar como ningún otro, para la segunda prueba la mayoría buscó su ayuda y consejería, así como para la tercera, y yo supuse que bastaría con mantenerme cerca de él durante sus ratos de estudio para descubrir cuál era su secreto para obtener la calificación más alta, porque no me convencía del todo que por memorizar un par de textos fuese posible conseguir un puntaje tan perfecto como el que él presumía. Me moví entonces para llegar a su lado como si esto fuese habitual, —pese a que nunca habíamos hablado antes—, me senté en la misma mesa, y le vi de reojo y oí cada que alguien se le acercaba rogándole una explicación acerca de alguna cuestión que no entendían. Él, por su parte, no hizo ademán alguno en indagar en el porqué de mi presencia. 

Ambos éramos naturalmente callados. Tímidos, más bien. Él no era sociable y extrovertido, y mucho menos lo era yo. Los motivos por los que él era como era puede no fuesen de mi incumbencia, pero al menos solía tener la plena consciencia de que no era así a causa de un trauma que le llevó a encerrarse en una mazmorra y desconocer lo que era la interacción humana. Eso difería mucho de mí puesto que él era tímido pero sobretodo simpático, cualquier punto en contra de su personalidad quedaba contrastado con los a favor, mientras que yo no contaba con tal suerte, porque mientras que a él que apenas conocía podía describir con abjetivos simples pero concisos y bastante agradables, los adjetivos con los que podía describirme a mí nunca serían bonitos, mucho menos agradables, y en todo caso nunca podrían venir de la mano con mi personalidad, porque yo no me conocía a mí misma lo suficiente como decir quien era debajo de todos los pecados que me envolvían. 

Donde los sueños mueren. | AruannieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora