Había pocas cosas en su vida de las que había llegado a sentirse orgullosa, tan pocas que podía contarlas con los dedos de la mano y aun así quedarse con dedos de sobra. No trataba de ser pesimista pero sí honesta, su vida en gran medida había sido una completa mierda sin reparación alguna.Sin embargo, estaba complacida de haber logrado memorizar con tanta claridad cada uno de sus buenos recuerdos, puede se debiera a que como no tenía tantos era fácil para ella atesorarlos, repitiéndolos una y otra vez en su cabeza como una de esas películas mudas a blanco y negro que solían reproducirse en los cines de la ciudad, al menos a diferencia de aquellas películas podía identificar sonidos y los colores resplandecían como fuegos artificiales, haciéndole creer que sus recuerdos más lejanos eran sucesos cercanos transcurridos apenas con un par de días de diferencia con el presente.
No descartaba la posibilidad de haberse olvidado de algunos detalles pero ya eso le era irrelevante, después de todo no iba a pretender que no era un tanto olvidadiza y que había pasado por alto muchas cosas que, minutos, horas o hasta días después le llegaron a la mente como una revelación. Tenía suerte de que no se hubiera tratado de nada muy importante.
Annie contempló una vez más la última página de su cuaderno, sonriendo con satisfacción.
Todavía no se creía haber llegado tan lejos, aquella meta que se había auto-impuesto con tal de liberar algunos de sus pensamientos más profundos sin necesidad de decirlos en voz alta había funcionado con una maravilla impresionante. Estaba todo registrado en tinta sobre hojas de papel, información lo suficiente peligrosa como para hacerle sentir nerviosa de la idea de caer en las manos equivocadas, así como emocionada por lo que significaba para sí misma haber hablado de sus sentimientos cuando por mucho tiempo supusieron un misterio.
Dejó su pluma de lado, oyendo el crujir de la madera a su espalda. Annie miró por encima de su hombro justo a tiempo para encontrar un rostro familiar asomándose en la habitación, clavando sus ojos sobre ella con curiosidad. Apenas llegaba a vislumbrar la mitad del cuerpo del hombre porque sus piernas seguían en las escaleras.
—¿Cómo va todo por aquí?
Con una sonrisa relajada y sincera Annie dejó su cuaderno a un lado sobre la mesa, junto a la pila de libros y cuadernos que tenía puestos siguiendo un orden estricto y se levantó de su puesto.
—Ya he terminado por hoy —reconoció acercándose hacia él.
Él se mostró más que complacido por su respuesta.
—Eso es perfecto, ¿ya vas a bajar?
Asintió, mientras el muchacho decidía volver hacia el piso de abajo y así cederle el acceso.
Annie antes de bajar con él se permitió darle un rápido vistazo a su pequeño refugio, admirando las anotaciones que tenían puestas con pinchos por las paredes, los lienzos en blanco así como los que estaban a medio terminar, la guitarra que reposaba junto a la mesa y la colección de libros que había ido acumulando junto a las piedras preciosas que, según ciertas culturas, conservaban un poder para apartar las malas vibras pero que a su parecer eran un hermoso implemento decorativo para su oficina improvisada. Él podría tener su propio despacho en la planta baja, pero ella tenía algo mejor, un lugar secreto en el ático donde sólo ella llegaba a estar.
Ya le había sugerido con anterioridad tener su propia oficina en un lugar más agradable, pero Annie había insistido, le gustaba el ático, la luz entraba desde lo alto por la ventana por lo que la iluminación era acogedora, era un espacio pequeño, no lo suficiente para ser asfixiante pero sí para no sentir que estaba desperdiciando un lugar que podría tener un uso mejor, además de que había podido decorarlo a su gusto teniendo la certeza de que nadie sentiría el más mínimo interés de ir a asomarse en dicho lugar, todo por el simple hecho de que ninguno de sus conocidos tendría razón para sospechar que en un lugar tan poco llamativo ella podría ocultar algo tan espléndido.
ESTÁS LEYENDO
Donde los sueños mueren. | Aruannie
FanficTeníamos maneras muy distintas de percibir la vida, pero me permití contagiar por su fe, por sus sueños y esperanzas, porque hasta las personas como yo necesitan a veces de una luz para no perderse en medio de la oscuridad. . . . . Shingeki no kyoji...