#15 - Él se transformó en su sueño

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A veces —la mayoría del tiempo—, no puedo evitar sentirme fuera de lugar.

Cuándo estaba en Liberio era una sensación constante, sentirme como una pieza sobrante, siempre seis pasos más atrás que el resto para que les fuera más fácil bromear entre ellos sin que vieran mi presencia como desagradable intromisión. Una parte de mi tuvo una mínima esperanza de que en Paradis no fuese tan así, que estar lejos de casa me ayudara a deshacerme en parte de aquel sentimiento y concentrarme en mi misión.

Lastimosamente, eso no sucedió.

Así como en Liberio, en Paradis cada quien parecía saber muy bien quienes eran y a donde pertenecían. Muchos decían ser ''no muy sociables'' y aun así podía verlos frente a mis ojos en grupo con otros ''no muy sociables'', hablando en un lenguaje que solo ellos conocían. Y era vergonzoso, porque yo había vivido más que la mayoría de personas en la isla y aun así, me sentía vacía. No quiero decir que estuviera mal, era el objetivo principal no incluirme demasiado, pero incluso en esa situación Reiner y Bertholdt encajaron mejor de lo que yo pude, justo porque a diferencia del resto yo no tenía nada que pudiera llamar la atención. Pero nada de nada.

No tenía gustos propios, no tenía habilidades sociales, no tenía nada, era un contenedor vacío tan simple y aburrido que las personas pasaban de mí sin más. Por eso, a diferencia de otros, yo no tenía chances en absoluto para conectar con alguien y entablar amistades, por eso muchas veces Mina se resignó ante la idea de entablar una amistad conmigo, y Mikasa siempre me vio como una amenaza potencial, no había nada en mi que me identificara como una chica normal, como alguien más... Humana. Por eso me costaba sentir que pertenecía.

Y no quiero culpar a los demás por rendirse conmigo, pero a veces si me deprime no haber tenido nunca oportunidad de ser parte de algo. Porque sí, es desgastante ver todos los buenos momentos desde afuera, ver a grupos de amigos riendo y gritando con euforia y felicidad sin poder ser más que una expectadora, en especial porque no habían amigos esperándome en casa así que, no podía tampoco engañarme y consolarme pensando que al menos al volver podría sentirme incluida en un grupo. Así como solía fantasear con tener un padre que me amara, también fantaseaba con tener amigos.

A veces pienso lo lindo que habría sido tener una amiga con la que saltar y chillar de felicidad porque el chico que le gusta la invitó a salir, tener pijamadas y noches de chicas donde poder maquillarnos y comer muchos dulces, quizá hasta tener un grupo de ellas con las que reunirme solo para ir de compras o platicar sobre cualquier cosa de la que hablen las chicas. No tienen que ser chicas, aunque suelen ser más higiénicas, tal vez un amigo varón no estaría mal, con tener a alguien que me haga sentir incluida y entienda tanto mis palabras como mis silencios está bien. Alguien con quien sentarme en la biblioteca sin decir nada más que una broma ocasional por la marcada diferencia entre nuestros gustos literarios.

Lo más cercano a uno fue Armin.

Vayamos a cierta anécdota que me salté, antes del inconveniente con nuestro beso, antes de todos los problemas, cuando todo por lo que debía preocuparme era no quedarme dormida en pleno entrenamiento.

Hay tradiciones que se mantienen a pesar de tenerlo todo en contra, en Paradis me llevé la sorpresa de que su cultura no era muy distinta a la que teníamos en Liberio, es decir, celebraban la navidad y año nuevo sin muchas diferencias. Bueno, yo no es que celebrara dichas festividades, jamás lo había hecho porque mi padre las veía como un desperdicio de tiempo y dinero, pero sí sabía de qué trataba cada una. Navidad fue una celebración que, fuera de todo pronóstico, los demás cadetes ansiaban poder disfrutar.

Muchos cadetes tomaban esa fecha para irse con sus familias, pero era preferible no hacerlo para irse acostumbrando a la idea de no poder ver a la familia más que en ocasiones muy especiales. Tampoco era un enorme problema, algunos o eran huérfanos, o vivían demasiado lejos, así que era raro tomarse el día libre. Solía ser una celebración pequeña entre todos, o eso creo, el primer año no me encontré presente porque me fui a investigar. Ese segundo año, como todos ya eran más unidos, buscaron organizarse lo mejor que podían para dar una fiesta navideña digna de presumir. Algunas hicieron decoraciones artesanales, otros recogieron dinero para pedir algunos postres —pocos, pero suficientes como para hacer ver la mesa llena—, y luego vino la parte interesante, que querían algo elegante así que los días previos a la fiesta me vi a todos yendo de un lado a otro buscando trajes y vestidos dignos de la ocasión.

Donde los sueños mueren. | AruannieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora