FINAL

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«Dijo Jesús a los judíos que habían creído en Él: Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres»

(Juan 8: 31,32)

FINAL

Uno.

Fue el olor a carn d'olla, sutil y característico de la época, colándose en su habitación.

Cuando le pregunte, Alicia solo podrá responder eso, avergonzada, pero sonriente. Que fue el rugido de su estómago lo que la despertó. Que al abrir los ojos vio que entre los recovecos de la persiana se colaba una luz cálida y que, fuera, el piar despreocupado de algunos pájaros llenaba las calles. Que se removió en la cama, e intentó volverse a dormir. Dirá que, en la otra punta de la casa, la voz de su madre se oía como un murmullo; la risa de su padre, como una nana que la invitaba a relajarse de nuevo.

Le insistirá que explique un poco más. Alicia suspirará, pero continuará la historia y le dirá que la tranquilidad le duró poco. Que el huracán de su hermano Quim corrió hacia su habitación y abrió la puerta de su habitación con la fuerza de un niño de diez años el día de Navidad. Lo recordará con claridad, su pijama de Cars, los dientecitos de su sonrisa y la ilusión de su mirada, y a Alicia se le hará un nudo en la garganta. Él le pondrá una mano en el hombro, en un intento de reconfortarla, y sacará fuerzas para continuar.

—¡ALI, REGALOS! —le dijo el pequeño.

Al principio, Alicia no se molestó en responderle. Giró la cara hacia el otro lado y cerró los ojos. Murmuró «Déjame dormir, Quim» contra la almohada y cuando su hermano le cogió la manta y la destapó, gruñó como un lobo herido. «Los regalos no van a moverse de ahí».

—Ali, ¡vamos, va!

En su cabeza todavía resonará el timbre de voz de su hermano, atiplada e infantil. Él sonreirá y Alicia dirá en su defensa que era temprano y hacía frío. Que se le ponía el vello de punta solo de pensar en salir de debajo del nórdico, de la reconfortante calidez del burrito en el que estaba metida. Sin embargo, la emoción burbujeante de su hermano era contagiosa y Alicia se dejó llevar por su entusiasmo.

Sus padres les esperaban junto al árbol de plástico, las luces navideñas encendidas, y unos cuantos regalos debajo. Alicia describirá la escena como «una película de esas americanas, aunque nuestro árbol era de plástico, las calles no estaban nevadas y vivíamos en un piso en plena ciudad de Barcelona, no en una casa de dos plantas a las afueras de Nueva York».

—Buenos días, dormilones —les saludó su madre, revolviéndole el pelo a Quim—. Ya pensábamos que no los queríais.

El pequeño no se molestó en contestar, sino que se lanzó hacia los regalos, ansioso. Alicia lo recordará con cariño, cómo se echaron a reír al ver al pequeño abriendo las cajas, desaforado. Se acordará de su padre, de sus rizos rebeldes, de su aspecto bonachón y de su sonrisa reparadora. De cómo dijo «Merry Christmas!» y se unió a su hijo. Cuando llegue a esta parte, a la joven le fallarán las palabras y carraspeará, tragará saliva y se tragará lo que siente para poder continuar.

Su casa se transformó en un caos de risas y agradecimientos, de chillidos de sorpresa al rasgar el papel y abrazos cálidos. Quim parecía extasiado con su nueva consola, su madre no dejaba de darles las gracias por las entradas a su obra de teatro favorita, y su padre observaba contento y curioso las herramientas que le habían regalado.

Alicia contempló el vestido entre sus manos. «Era de seda y de encaje» añadirá, y pensará «y más anticuado de lo que hubiera comprado nunca», pero eso no lo dirá. Pensará en su madre, en la emoción de sus ojos azules, en la sonrisa confiada mientras la miraba abrir su regalo, y no será capaz de decir lo que realmente pensaba, no aquí.

Antología Ecos de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora