—Mierda —exclamó Mirelle viendo a la capitana Berett frente a ella, pero sus gestos y movimientos no le pertenecían.
El dios errante tomó a Mirelle de su chaleco y la golpeó contra la mesa.
Azula apretó sus puños sin inmutarse.
—No te conviene hacerlo —dijo con una tranquilidad disimulada.
Mirelle se quejaba de dolor.
—¿Por qué? —preguntó en tono de burla.
—El cúmulo de energía que necesitas para tu arma —habló—, ella sabe de dónde se puede extraer.
El dios errante miró desconcertado a la chica.
—¿Quién eres tú? —preguntó en voz baja mirando a Mirelle fijamente.
—Es tu versión de, nada más y nada menos, la conexión al alma de Azul Dramen.
—Ya veo —dijo con una leve sonrisa—, tiene sentido que te guste.
Azula se sonrojó de inmediato.
—O bueno, lo que sea que sientas por ella. Tú nunca has sido capaz de sentir amor —se burló.
—Necesito que nos transportes a ambas al laboratorio de Helena —dijo ocultando el enojo—, puedes clausurar el edificio e ir a hacer lo que tengas que hacer, nadie nos molestará.
El dios errante soltó a Mirelle y fijó su vista en Azula.
—Que su presencia no debilite tu voluntad, a nosotros los que vemos la verdad, nos envenena sentir amor y nos hace sufrir.
Tomó a ambas chicas del brazo y en un abrir y cerrar de ojos los tres estaban en el laboratorio.
El dios errante volvió a desaparecer, no sin antes lanzarle una mirada amenazante a Azula.
Mirelle apenas se recomponía cuando sintió las manos de Azula apretar sus brazos y ayudarla a ponerse de pie.
—¿Puedo yo confiar en ti? —preguntó en voz baja mirando sus ojos azules—. Vas a crear un arma para él, destruirá a esta chica... Azul Dramen y luego, ¿qué pasará?
—Escucha —dijo sentándose y suspirando con cansancio—, toda mi vida he sido controlada por él, me creó para cumplir su propósito. Yo... —hizo una pausa—, necesito que él confíe en mí. No era una buena persona, Mirelle —confesó—. Le hice daño a muchísima gente y lo disfrutaba —una lágrima se resbaló por su rostro y miró al suelo—. Cuando desperté en esa nave y te vi, no entendía nada, solo creí que había llegado a un paraíso por error, porque no lo merecía.
Mirelle sonrió levemente, Azula creía que ella era un paraíso.
—Sigo pensando que no merezco que te preocupes por mí, que me ayudes o me protejas.
Mirelle se acercó a ella y tocó levemente su mentón para mirarla.
—El pasado ya no importa. Y hay algo que sí mereces: redención.
El dios errante ya había logrado controlar el caminar en tacones, pensó en que, quizás en una próxima existencia, se dispondría a vivir en un cuerpo femenino. Sonrió para sí mismo y continuó enfocado en lo que debía hacer a continuación.
Llenar las calles de caos y destrucción había sido sencillo, aunque su pecho martillara con la detestable emoción de arrepentimiento. En alguna parte de su conciencia se batallaba una lucha histérica, puesto que aquel planeta de posibilidades había sido creado con su propia energía corrupta, ésta había prosperado de una forma más que satisfactoria y sus habitantes parecían felices hasta que él intervino. Cómo había sido capaz de corromper su propia creación cuyos orígenes ya eran corruptos, no le importaba.
Nexus había sido su forma de control externo. Por alguna razón, los habitantes de aquel planeta habían aceptado, sin ningún ápice de duda, que una entidad en anonimato tomara las decisiones importantes de toda una civilización. Kateryne Berett había sido una pieza importante, ya que cada decisión tomada por la capitana tenía rasgos de ideas implantadas por él mismo, todo había sido muy sutil.
Aún se preguntaba cómo Azula había sido capaz de enviar una señal de ayuda, no era lo que había planeado inicialmente, pero había funcionado. Azul Dramen ya se había enterado y se dirigía directamente a su territorio, donde podía controlar a cada civil y donde podía destruirla para siempre.
Encontraba, de una manera maravillosamente detestable, que existieran esencias remanentes esparcidas por todo el universo del alma de Azul Dramen, sí que era toda una extravagancia. Entendía de cierta manera por qué Etiener Vita encontraba tan fascinante la existencia de los seres vivos. Crear vida aumentaba su ego y le encantaba, pero su misión siempre había sido liberar las almas encerradas en los cuerpos de carne y si ya no podía obtener el conocimiento del alma de Azul Dramen, entonces tenía que destruirla para poder continuar su objetivo sin que ella estuviera arruinando sus planes cada vez.
La habitación donde había entrado era completamente oscura, ayudaba que las paredes, el techo y el suelo estaban pintados de color azabache. En el centro de la habitación se encontraba una silla metálica, de espaldar alto. Tomó asiento en medio de la inmensa negrura y una pantalla enorme se encendió frente a él. Desde allí podía vigilar cada lugar y con un chasquido de dedos podía intervenir si así lo requería la situación.
—Ahora, solo quedan unos días de intensa vigilancia —murmuró para sí mismo mientras tomaba una limonada fría que había hecho aparecer en medio segundo.
Marcus había hecho que parte de los soldados de Kennel iniciaran la búsqueda de Kateryne. Helena por su parte se preparaba para una guerra.
Helena había contactado horas antes a Julian Jewyen en la estación espacial. Julian tenía a su disposición un equipo de astronautas militares entrenados para guerras espaciales y a Helena le pareció sensato que, puesto que el enemigo al que se enfrentaban venía del espacio, este equipo era perfecto para eso.
En su pequeña habitación solo se escuchaba el murmullo de las noticias en la televisión. Su corazón dolía de pensar que Kateryne estaba siendo controlada por el dios errante, no sabía qué tan peligroso podía ser, pero tenía que concentrarse en una solución, porque Marcus había perdido los estribos. El muchacho se había descontrolado por completo, golpeó a tres soldados, ordenó arremeter contra los civiles y había amenazado a Helena con encerrarla si no cooperaba. Decidida a intentar controlar la situación, en ese instante, acababa de ordenar a Augustus Kennel detener a Marcus.
Al enterarse de que Azula y Mirelle habían desaparecido y que su laboratorio, por alguna razón, estaba clausurado, solo pudo imaginar que el dios errante las tenía encerradas ahí para construir el arma. Por lo que decidió empezar a construir algunas piezas y modificar el armamento que ya tenía a la mano de forma que pudiera neutralizar energías como la que había logrado ver en el plano de la capsula de Azula.
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Séptima II
Science FictionEl dios errante sigue vagando perdido y resentido por el universo, odiando sus emociones terrenales y en su inmersa meditación de venganza, consigue la clave para que su plan tenga éxito: usar aquello que lo derrotó la primera vez. Una dimensión des...