14. El inicio del final

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Azula solo pensaba en una cosa en ese momento: proteger a Mirelle. El dios errante no podía leer sus pensamientos, pero si había visto lo que ocurrió horas antes en el laboratorio, entonces sabía que tenía sentimientos hacia Mirelle y eso era peligroso, porque estaba completamente segura de que lo iba a usar en su contra. Y ella, más que nadie, sabía de lo que él era capaz.

La lanza estaba terminada. Se encontraba retraída dentro de sí misma y no medía más de treinta centímetros. En el centro, estaba la pequeña esfera traslúcida y vacía, esperando ser llenada de energía.

Mirelle estaba frente a ella, ambas miraban la lanza en las manos de Azula.

—Muy bien, está lista —dijo Azula—. Tengo que decirte algo antes.

Mirelle se movió nerviosa y asintió.

—Lo que vamos a enfrentar a partir de aquí... —comenzó a hablar—, no será agradable. Quiero decir, vamos a besarnos ahora y eso será agradable —murmuró sonrojada—, pero me refiero a lo que pasará después. El dios errante llegará y... —se detuvo y cerró los ojos, respiró y soltó—: es posible que me lleve con él, es posible que controle mis acciones y mis palabras. Quiero que te alejes de mí si eso pasa, no me perdonaría nunca hacerte daño ¿lo entiendes?

—Azula...

Azula la detuvo.

—Prométeme que te vas a alejar si él empieza a controlarme —dijo con seriedad.

—No puedo prometer eso —dijo con tristeza—, él no va a ganar —aseguró—, no con...

Azula la detuvo de inmediato, la atrajo hacia ella con firmeza, tomándola de la cintura y la besó.

Una vez más, todos los objetos a su alrededor empezaron a levitar y Azula estiró su brazo con la lanza mientras la energía corría a través de su cuerpo hacia la pequeña esfera.

La lanza estaba lista, pero ellas no se detuvieron.

El dios errante apareció en el laboratorio varios minutos después.

—Disculpen si las interrumpo —La voz de Kateryne sonaba divertida, como si la escena le causara gracia.

Mirelle y Azula se separaron y todas las cosas volvieron a caer al suelo. Excepto la lanza, la cual ahora lanzaba pequeñas chispas de energía.

Kateryne estiró el brazo para que Azula le entregara la lanza.

—Muchas gracias —dijo con parsimonia mientras tomaba la lanza y su pecho se inflaba de alegría—. La muerte de Azul Dramen está más cerca que nunca —vociferó.

Mirelle tomó la mano de Azula detrás de ella, esperando que el dios errante se fuera sin llevársela.

—Ah, no —dijo él al darse cuenta—, cuando todo esto acabe, niña, ni siquiera vas a recordarla —Tomó a Mirelle del cuello de su camisa y ambos desaparecieron.

—Mierda.

Mirelle salió cual cohete del laboratorio en busca de Marcus. El edificio estaba desolado. Todos estaban afuera luchando contra... civiles.

—Pero, ¿qué está pasando? —bufó pegando su rostro de la ventana.

Cientos de civiles vestidos todos iguales con enterizos de color negro y armas cortas electrificadas arremetían en contra de los pocos soldados que resguardaban el CVE. Era una masacre.

Y recordó a Terry. Él debía estar en la enfermería, aunque quizás no podía ayudarla.

Corrió hacia la sala de atención médica y se encontró con civiles y soldados heridos.

Séptima IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora