13. El arma

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—¿Qué crees que lo llevó a hacer todo esto? —preguntó Mirelle mientras observaba a Azula soldar dos piezas de metal.

—No lo sé, debe haber algo en su pasado que lo haya hecho obsesionarse de esa forma.

—¿Cuántos años crees que tenga?

Azula sonrió.

—Es un dios, debe tener todos los años.

Mirelle carcajeó y Azula pensó que era el sonido más hermoso que había escuchado en su vida.

—Me causa mucha curiosidad —continuó Mirelle—, un día estaba entrenando en el gimnasio y al otro día un mensaje alienígena llegó del espacio con una señal de auxilio —dijo— ¿Cómo lo hiciste?

Azula detuvo lo que estaba haciendo e intentó recordar.

—Cuando miré a Azul a los ojos, sentí mi alma dejar mi cuerpo, lo sentí desvanecerse, como polvo. Luego creí quedarme dormida y cuando desperté estaba encerrada en esa cosa de metal, con solo una ventana traslúcida y afuera solo estaba el espacio. Me aterré. La capsula tenía un comunicador, yo solo apreté todos los botones que encontré —dijo sonriendo—, gracias por rescatarme.

Mirelle se sonrojó y recordó algo que le había dicho Marcus.

—Cuando el mensaje llegó al planeta, todos perdieron la cabeza, nadie sabía qué hacer. Solo en nuestra mente podíamos imaginar que había vida inteligente afuera, pero era muy poco probable que hiciéramos contacto. Marcus empezó a soñar con este ser, que decía ser una mensajera del universo: Zail. Ella le dijo que tenía que ser yo quien te rescatara.

—¿Por qué? —preguntó Azula con curiosidad.

—No lo sé —suspiró.

—Los mensajeros del universo son parte importante de la existencia, ayudan a mantener el equilibrio. Recuerdo que el dios errante quería eliminarlos a todos, pero es imposible. Zail murió y aun así existe. Quizás el hecho de encontrarnos tú y yo es vital para que el universo no se destruya o algo así —sonrió y continuó con lo que estaba haciendo.

Mirelle la miró fijamente. No entendía como alguien tan dulce hubiese sido tan malvada en el pasado, le costaba creerlo. El cabello rubio de Azula le caía sobre los hombros, despeinada. Su piel era muy blanca y los lunares que le cubrían los brazos y el cuello casi parecían titilar, como las estrellas en el cielo. Y el azul de sus ojos era sorprendentemente intenso, como un faro en medio de la oscuridad.

¿Qué sabía Zail sobre ellas? ¿Por qué era tan importante que se conocieran?

—¿Pasa algo? —Azula había encontrado a Mirelle mirándola.

—N-no... Yo... —Titubeó y se sonrojó— ¿Cómo funciona el arma? —preguntó intentando desviar la situación.

—Mm, es un extractor de energía. Es una tecnología compleja, diría que ancestral. Es una lanza de dioses —dijo mirando con detenimiento el plano—, la estructura puedo fabricarla, lo realmente difícil es esto —señaló en el plano el centro de la lanza—, es un cúmulo de energía muy grande contenida en una esfera muy pequeña. No sé de dónde la voy a sacar.

—Le dijiste a él que yo sabía de dónde —murmulló.

—S-sí, no quería que te hiciera daño.

Mirelle ya no se pudo resistir, se acercó a ella decidida, como si su vida dependiera de ello, tomó su rostro con ambas manos y la besó. Azula se sorprendió pero no la detuvo. Era su primer beso.

De inmediato, todo a su alrededor comenzó a levitar. La lanza, que estaba sin terminar, se iluminó y levitó frente a ellas.

Ambas se separaron, sorprendidas de lo que ocurría a su alrededor.

—¿Qué está pasando? —preguntó Mirelle asustada.

—¡Claro! —exclamó Azula— ¡Es el cúmulo de energía! —dijo como si fuese algo obvio que había dejado pasar.

—¿Nuestro beso es el cúmulo de energía? —preguntó más confundida que antes.

Azula se sonrojó.

—No, o sea sí. Es el traspaso de energía multidimensional. Somos de dimensiones distintas, el beso fue una forma de intercambio de energía, que poderoso es —dijo emocionada.

Mirelle se sonrojó aún más. No sabía que sus besos eran tan poderosos.

—¿Cómo harás para contenerla dentro de la lanza? —preguntó.

—Tendremos que volver a besarnos, mucho.

Mirelle casi vuelve a caerse de su asiento, como cuando el dios errante se había aparecido en la sala de interrogatorios.

—Está bien —dijo intentando mantener la calma—, déjame ayudarte con eso —espetó mientras tomaba la lanza.

El beso había sido increíble, de vez en cuando Azula miraba a Mirelle, ahora entendía por qué Zail había dicho que era ella quien tenía que rescatarla. El dios errante iba a detestar saber que su lanza podía funcionar con energías tan poderosas como esa. Realmente deseaba que su plan fallara, pero tenía que hablar con Azul antes de que apareciera en el planeta y no tenía idea de cómo hacerlo.

Amaba el hecho de que su voluntad hubiese cambiado, toda la ira, el odio y la maldad que la habían caracterizado durante años, se había desvanecido en el instante en el que había visto a Mirelle y si en alguna parte de su ser quedaba algo de eso, el beso lo había hecho desaparecer por completo.

Mientras tanto, en el exterior, se desataba el caos y las dos chicas encerradas en el laboratorio disfrutaban de un momento único que posiblemente no iban a volver a tener hasta que todo acabara. Para bien o para mal.

No olvides, Azula —La voz del dios errante retumbó en su cerebro—. Puedo hacer cambiar tu voluntad si así lo deseo, no eres tan fuerte. 

Séptima IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora