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Yoongi despertó cuando, la cada vez más radiante, luz del sol acarició su rostro. Se movió suavemente para estirarse, pero como se negaba a iniciar su día, se mantuvo laxo con el brazo bajo la almohada y su pecho contra el colchón.

La presión de los cobertores enredando sus pies, y la muy ligera humedad que había en ellos, hizo que se sintiera incómodo. Era una sensación a la que ya no estaba acostumbrado, por lo que tuvo el fugaz impulso de sacudir sus piernas para deshacerse de las telas que lo cubrían; tan pronto como desarropó sus dedos, volvió a congelarse.

Abrió uno de sus ojos para ver si la ventana estaba abierta y descubrió que no había sido su débil intento por destaparse lo que hizo que volviera a sentir el habitual frío, sino el hecho de que Jimin había dejado la habitación pocos minutos atrás.

Aún sin revisar el reloj, Yoongi sabía que las manecillas debían marcar alrededor de las seis de la mañana. Jimin pocas veces sucumbía a la flojera, así que, aunque sus clases comenzaban hasta las ocho, seguramente había bajado a la cocina para preparar su acostumbrado desayuno especial.

Si tenía que ser sincero, Yoongi admitía no haber disfrutado realmente de la comida que hacía casi todos los días. No era falta de habilidades. Jimin era bueno en todo lo que hacía. El problema era él. Podía sentir vagamente cuando algo estaba dulce, salado o amargo, pero no lograba discernir con exactitud el sabor y la esencia única de cada ingrediente. Como su dieta nutricional consistía básicamente en sangre, cualquier otro alimento le parecía pesado y soso. A veces, incluso llegaba a sentir que masticaba cartón húmedo.

Sin embargo, para su sorpresa, en los últimos días había notado algo nuevo. Lo descubrió con precisión un viernes después de su clase vespertina. Jimin le había dado un poco de pastel casero dentro de una terrina y le había indicado que se lo comiera antes de que se echara a perder por el calor. Como Yoongi no quería que el hombre se desanimara y se quejara por algo tan simple (Jimin parecía ser sensible), lo obedeció al pie de la letra y, apenas se quedó solo en el aula, sacó el trasto y se puso a comer.

Con el primer bocado supo, como bien podía distinguir, que se trataba de algo dulce. El pastel era de zanahoria, le había dicho, y estaba cubierto con un montón de trocitos mal cortados de nueces. Yoongi se tomó su tiempo para masticar y escuchar el sonido qué hacían sus dientes al triturar los frutos secos.

Con el segundo bocado, notó el relleno cremoso del pastel, pero con el tercero se detuvo de golpe. De pronto, y sin previo aviso, sus papilas gustativas habían captado un sabor muy suave de algo que más o menos recordaba: Vainilla. Habían pasado más de setenta años, pero podía reconocerlo, ya que en el pasado le había gustado mucho.

A Yoongi le había tomado desprevenido el descubrimiento para su paladar, pero no se dejó intimidar y tomó más del postre para llevárselo a la boca. Con cada nueva probada, lograba diferenciar el pobre sabor que parecía desaparecer con el paso de los segundos. Motivado por un deje de desesperación, se llevó un bocado enorme a los labios y terminó con las mejillas completamente llenas de pastel, prácticamente sin poder mover la quijada por el exceso.

Para su mala suerte, el profesor Kim llegó a su salón de clases justo en el momento en el que intentaba tragar torpemente para poder respirar.

—Hombre, venga, necesita beber algo—Seokjin le dijo con un gesto preocupado, acercándose para ofrecerle un trago de su acostumbrado latte—. ¿Por qué las ansias por comer? ¿Tanta hambre tiene?

Yoongi negó suavemente y, cuando pudo finalmente separar los labios, susurró un débil "gracias" que hizo que Seokjin sonriera con ternura.

—Vamos, lo invito a comer.

Tibio [my + pj]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora