Se lo conté todo. Sé que os estaréis preguntando qué me estaba pasando por la cabeza, qué fue lo que ocurría para haberme puesto así, y para ser totalmente franca, no lo sabía ni yo. Estaba con Jade, llorando cual magdalena mojada en leche, comiendo chocolate y diciendo cosas que carecían de argumentos. Gracias a que estaba con una de esas personas que te entienden con que digas cuatro palabras al azar, no me siento ridícula por ese día. Tampoco es que Jade dé los mejores consejos del mundo, pero como para ese tema somos parecidas (y como le dije a Calum: me gusta mucho leer, incluso lo que no está explícitamente escrito), no tuve que esforzarme mucho para entenderla.
Torcía mucho su labio hacia la derecha, arrastrando el pequeño aro negro con él. Cuando se movía el pelo con la mano, podía apreciar que olía ligeramente a tabaco. Me gustaba. Me recordaba al olor de Calum cuando se levantaba un domingo por la mañana, pero en femenino y mezclado con su perfume.
-Vamos a centrarnos, rebobinar, y resumirlo todo para que nos quede claro. -Dijo Jade mirando sus botas de cordones. Le asentí haciendo lo mismo.-Analicemos. Llevas desde los quince años escribiendo en un blog y te han salido admiradores.
-Lectores, más bien.
-Bien. Pero tú siempre has querido ser escritora. ¿No?
-Desde que tengo uso de razón.
-Pero ahora que vas a serlo, te da miedo perder lo que tienes. Te has creado un submundo en el que te sientes cómoda, tienes un pseudónimo y nadie sabe quién eres en realidad. Tienes un trabajo como letrista, en el que se te reconoce y el cual no quieres perder, ¿cierto?
-Cierto.
-Pues despliega tu abanico de posibilidades, porque si no, te vas a meter en algo de lo que no vas a poder salir. Tienes que meterte en la cabeza que eres una persona, no puedes hacerlo todo tú sola.
Fue ahí cuando empecé a obsesionarme con el abanico de posibilidades. Lo más honesto de todo lo que podía pensar entonces, era que no podía cargar con todo. Al final, mi hermana tenía razón. A mi también me estaban explotando, pero no de la misma manera. Me estaba explotando a mi misma, hasta el punto de empezar a ser un robot y no sentir nada de lo que hay a mi alrededor. Desde que volví a ver a Calum después de cuatro meses sin olerlo, he disfrutado solamente de los días clave que he descrito a lo largo de la historia. Todos los demás los he pasado esclavizada por masoquismo, pero tampoco me quejo. Me ha salido bien. Y tengo a Calum.
-¿Cuáles crees que son mis posibilidades, Jade?
-Eso solo lo sabes tú, créeme.
Poco más de una hora después de despedirme de Jade, llegué a mi casa, me puse la camiseta más ancha que encontré y me descalcé. Me senté encina de la silla del escritorio y suspiré con las manos en las rodillas. El brillo de la pantalla hizo que se me iluminara la cara a un color que quería ser zafiro. Me metí en mi blog y releí todo que había escrito después de conocer a Calum. Y, a pesar de haberme esforzado en analizar cada una de las palabras y obtener una extraña sensación de orgullo camuflado, no tardé más de media hora. Me invadió la indignación, y lo supe. Supe que ya no era lo mismo, que el número de comentarios había descendido, que yo no escribía igual, que la calidad no era la misma y que todo tiene un fin. Por más que intentase engañarme a mi misma, mi corazón sabía que era el final de Dandelion.
Y aunque sea un gran tópico, sí. Todo tiene un fin. Todo cesa y todo acaba. Por naturaleza, las flores se marchitan y las estrellas expiran. Llega un momento en el que ya no quieres juguetes, tus padres dejan de encontrarte adorable, tus hijos dejan de querer pasar tiempo contigo. Las parejas se pelean, los grupos se rompen, las relaciones se distancian, el petróleo se agota. ¿Cuánta gente habrá pensando en este mismo instante que soy una pesimista con gran cúmulo de represiones? No me importa. El caso es que de un segundo a otro, ya no es lo mismo. Pero como de lo que yo quiero hablar aquí en realidad, es de romanticismo, hablaré de Calum. Antes tenemos que atar algunos cabos sueltos. Dan me llamó por skype.